jueves, septiembre 30, 2004




(Conclusión al post del 27 de agosto.)

Cuando se acercó a mi oreja y me dijo que el autor de la carta era él me entraron deseos de matarlo. Eso no me podía pasar a mí. Insistí confiando en que me dijera que había sido una broma, que claro que no era él, pero en vez de eso desgranó cuatro números, los de su apartado de correos y ya no me cupo la menor duda. Y me entraron ganas de llorar. De un plumazo se había cargado a la persona sobre la que había proyectado mis fantasías, mis sueños y mis deseos las últimas horas. Se dio cuenta de mi desazón y, entre risas, me dijo que cómo no me daba cuenta de la suerte que tenía: "No tienes que seducirme, me tienes ya seducido". Pero enrabietada como estaba y con un gesto de niña contrariada sólo acerté a decirle lo evidente: yo no quería que fuera él, yo quería tener DOS.




miércoles, septiembre 29, 2004




"Dentro de algún tiempo en los desfiles las modelos irán sin ropa". Eso es lo que mantenía Haro Tecglen en su columna del pasado lunes en El País y me temo que se equivoca. La desnudez no vende, la desnudez no interesa. Lo que atrae es más lo que se oculta que lo que se muestra, lo que se sugiere que lo que se hace evidente.

Creo que no hay nada menos morboso que una playa nudista.




martes, septiembre 28, 2004




Una vez leí que había una manera infalible de diferenciar a un listo de un inteligente. Las personas inteligentes suelen ser casi siempre buenas personas y los listos todo lo contrario. Y cada vez estoy más de acuerdo con ello.







Cuando era pequeña oía contar una historia que mi madre aprendió de la suya, y que se había transmitido oralmente a través de varias generaciones. Decía así:

"Un abuelo y su nieto van a comprar grano y llevan un burro para traer la carga. El niño va montado y el anciano andando. Se encuentran a una mujer que les dice: Vaya con el muchacho, él tan cómodo y el pobre anciano andando. El abuelo decide invertir los papeles, hace bajar al chico y se sube él al borrico. A pocos metros se cruzan con otro que les dice: Vaya con el abuelo, él como un señor y la pobre criatura a pie. El hombre desalentado se baja y decide caminar junto a su nieto. Al próximo que se encuentran le oyen murmurar: Hay que ser tontos, teniendo un burro y van los dos andando. El abuelo para al burro y se suben ambos encima. A los pocos minutos pasan por delante de un pastor que les increpa: Pero, hombre, pobre animal, van a acabar con él. "

Hoy me he enterado de que es un cuento popular oriental y me he preguntado qué caminos habrá recorrido hasta aterrizar en un pequeño pueblo castellano.




lunes, septiembre 27, 2004




Desde que el momento en que mis padres supieron que su segundo hijo estaba en camino tuvieron muy claro cuál iba a ser su nombre. No hubo dudas ni discusiones, le llamarían Francisco, como su padre. Como ya tenían una niña, lo lógico era que fuera niño y además la barriga picuda y el exceso de paño en la cara de mi madre eran signos inequívocos del sexo del que estaba por llegar.

El día de autos apareció un hermoso bebé de más de cuatro kilos, pero de género femenino. Como entonces se daba a luz en la propia casa no se pudo achacar este contratiempo a un cambio de bebé o a cualquier otro error médico. Lo que había es lo que había y punto. A la mañana siguiente mi padre fue al Registro a inscribirme. Cuando estaba a punto de llegar se dio cuenta de que no había hablado con mi madre sobre el nombre de la niña. Preguntó al secretario que cuál era el santo del día y este le contestó que San Pascual Bailón. Mi padre lo descartó de inmediato aunque era un gran aficionado al baile y repasó los nombres de sus cuatro hermanas: Bonifacia, Aurelia, Priscila y Elisa. Afortunadamente para mí, su hermana del alma era mi tía Elisa y con ese me quedé. Aunque ahora que lo pienso si hubiera elegido Bonifacia quizás me hubieran conocido desde pequeña como Bo.




sábado, septiembre 25, 2004




Siempre me ha encantado seducir. Siempre me ha fascinado el coqueteo. Lo que nunca me he consentido han sido los equívocos. Y he sido muy clara. Siempre he ido con la verdad por delante. Cuando he tenido pareja lo he dicho de entrada para evitar malos entendidos.

Temía que esa confesión los ahuyentara pero, curiosamente, eso era lo que más les atraía.





viernes, septiembre 24, 2004




Los que me quieren siempre me han reprochado por leer El País con tanta fruición. Dicen, con cierto recochineo, que no dejo rincón por escudriñar, que me leo todo: los anuncios, las necrológicas, la sección de deportes, la lidia, las fe de erratas, los cumpleaños... Pues sí, tienen razón, pero es que nunca sabes dónde van a sorprenderte. Ayer, por ejemplo, en las cartas al director del suplemento de Madrid un gaditano contaba los avatares sufridos para casarse por lo civil con su novia madrileña. Huyendo de la frialdad de Pradillo había preguntado en su junta de distrito pero se encontró con que sólo casaban los jueves por la tarde. Buscó en los pueblos de la Comunidad y decía lo siguiente:

"La sorpresa fue descubrir que los ayuntamientos reservaban casi siempre los viernes y sábados, y que las listas de espera estaban llenas de vecinos de Madrid forzados a casarse en el exilio y a participar en un floreciente, caro y engorroso turismo rural de bodas. (...) nos enteramos de que en algún que otro ayuntamiento cercano a Madrid la tarifa del concejal para celebrar el enlace en sábado en. digamos, un restaurante podía ascender a unos abusivos 600 euros, y que empezaban ya a celebrarse ceremonias ficticias en sábado con un actor contratado en el papel de concejal (sin conocimiento de los invitados, claro), previo paso de los novios a hurtadillas por la junta municipal de turno el susodicho jueves."

Y os confieso que fue lo que más me interesó de todo lo que leí.




jueves, septiembre 23, 2004




Aunque por entonces estaba leyendo a Thomas Bernhard y debería haberle hecho caso (T.B. mantiene que los escritores son en su mayoría personas inaguantables y carentes de interés), la curiosidad me pudo y me puse a la tarea de conocer a alguno de los autores que había leído en esos últimos meses.

Con Jesús Ferrero me crucé una noche en la calle Montera. Estuvimos hablando un rato de pie al lado de una cabina de teléfonos hasta que finalmente me propuso tomar un café en el Círculo. Charlamos durante cinco o seis horas y resultó muy grato. Es un tipo que está un poco loco pero encantador y de fácil trato. Eso sí, su persona se quedaba a años luz del encanto que destilaba la única novela suya que había leído, Belver Yin.

A Javier Garcia Sánchez le envié una postal cuando terminé su Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano, y me escribió una carta, no de amor pero sí muy cariñosa, a la que contesté a vuelta de correo pero de la que no obtuve respuesta. Era comprensible, a un escritor tan prolífico como él no debe quedarle mucho tiempo para dedicarlo a esos menesteres.

Cuando terminé Todas las almas escribí a Marías. Nos cruzamos varias cartas y finalmente hablamos por teléfono y concertamos una cita. Vivíamos a menos de diez minutos andando y quedamos a mitad de camino. El encuentro fue cordial pero resultó en cierta medida decepcionante. Él esperaba una fan incondicional de toda su obra y se molestó cuando le dije que salvo El hombre sentimental el resto no me interesaba. Por mi parte no tengo muy claro que es lo que no funcionó, aunque a veces pienso si la culpa del desencuentro no la tuvo el pantalón de mezclilla con el que acudió a la cita.

A Manuel Rivas le escribí hace unos días pero aún no he obtenido respuesta por su parte.







A mi llegada a Madrid me alojé durante unos días en casa de unas primas a las que apenas conocía y que eran varios años mayor que yo. A la hora de acostarnos, ambas se sorprendieron de que durmiera con el sujetador puesto. Les comenté que a mí no me molestaba, que dormía muy a gusto así, pero ellas insistieron diciéndome que no era por mí sino por mi futuro marido. También a ellas les resultaba más práctico dormir con sujetador, me dijeron, pero sabían que debían acostumbrarse a lo contrario. "Qué dirá tu marido si te busca en la cama y te encuentra con el sostén puesto". No recuerdo que les contesté. Dudo que con dieciocho años tuviera yo algo que decir al respecto.

Las dos estaban solteras y no tenían novio a la vista, pero estaba claro que habían fantaseado más de lo que deseable con dejar ese estado. Durante todos estos años he preguntado por sus progresos sentimentales a los que las tratan, pero no ha habido novedad y ambas siguen solteras. Me pregunto si aún dormirán sin sujetador o si quizá una noche cualquiera decidieron dejar de soltar ese clic que ponía en evidencia su derrota.




miércoles, septiembre 22, 2004




A pesar de que me relaciono con facilidad, en el trabajo procuro no perder el tiempo con gente que no me interesa. Prefiero desayunar sola o viajar sola antes que hacerlo con alguien con quien me voy a limitar a hablar de cuatro tópicos y dos lugares comunes. Al menos así, haciéndolo sola, tengo el tiempo para mí y abrigo la esperanza de que me ocurra algo extraordinario.

Durante una época en que no tenía a nadie afín en el trabajo iba a desayunar a un bar que sólo tenía dos mesas. Llegaba, me pedía mi café y me sentaba a leer el periódico. La barra estaba siempre atestada de gente y en la otra mesa solía sentarse un tipo de unos treinta y cinco años que también leía la prensa y con el que a veces cruzaba una mirada. Cada mañana cuando llegaba le buscaba instintivamente en su mesa y él levantaba la vista del periódico tranquilo de que todo estuviera en orden. Un día en que mi mesa estaba ocupada le pedí que si podía sentarme con él. Creo que ese día ninguno de los dos pudimos concentrarnos en la lectura, se nos notaba nerviosos y aunque no cruzamos una palabra el grado de intimidad creció. A partir de entonces en vez de mirarnos nos sonreíamos. Una semana más tarde tuvimos que compartir mesa de nuevo y aproveché para contarle que me cambiaba de empresa a la semana siguiente. Se quedó callado, me felicitó y abrió el periódico.

El último día me presenté en el bar con una cajita de cartón llena de violetas de caramelo. Cuando terminé el café me acerqué a su mesa y se la di. Él, que se había puesto en pie, me ofreció su mano y yo se la estreché. Pero antes de soltársela me acerqué a él y le besé en las mejillas, tan cerca de la comisura de los labios que casi me supo a café.




martes, septiembre 21, 2004




Cuando de pequeña viajaba en autobús a Talavera, por asuntos médicos o académicos, siempre llevábamos bocadillos. El autobús de vuelta a mi pueblo salía a las cinco de la tarde y nos veíamos obligados a esperar hasta esa hora aunque nuestras gestiones hubieran concluido a las once de la mañana. Nos sentábamos en un quiosko que había en los jardines del Prado, nos pedíamos un refresco y nos comíamos el bocata. En el toldo que cubría el chiringuito había un rótulo con letras enormes que decía: "Se admiten comidas". Siempre me dio risa esa frase, que hubiera un bar que no las admitiera no entraba en mis cálculos.

Algo similar me ocurrió cuando llegué a Madrid con los taxis. Toda la gente de mi pueblo que venía a la capital siempre se movía por la ciudad en taxi. El metro les imponía demasiado respeto y temían perderse. Por esa razón siempre pensé que los taxistas vivían de la gente de los pueblos. Quién en sus cabales iba a pagar diez veces más por lo mismo.




lunes, septiembre 20, 2004




El pasado año tuve que asistir a una sesión impartida por un guru empresarial que en principio apenas despertaba mi interés. Esperaba escuchar el discurso varias veces oído, pero no fue así. Decía ese buen hombre que lo que más le había costado en la vida era tener claras sus prioridades y que una vez establecidas todo había sido más fácil. Y eran éstas, de más a menos:

- Él.
- Su pareja.
- Sus hijos.
- Su trabajo.
- Lo demás.

Y estuve, y lo sigo estando, absolutamente de acuerdo con él.




domingo, septiembre 19, 2004




Cuando nació mi hijo recibí los regalos que suelen ser propios en esas circunstancias: flores institucionales, regalos para el bebé de los compañeros de trabajo de ambos, más regalos para el niño de parte de amigos y familiares y algún detallito para la madre de manos de los más íntimos. Sólo uno de los presentes me sorprendió sobremanera: una blusa de seda de Adolfo Domínguez primorosamente empaquetada. Me la llevó un compañero de trabajo de mi marido con el que había coincidido varias veces; me llevaba bien con él pero nuestra relación no justificaba un regalo tan personal y desproporcionado.

Cuando vino a verme mi mejor amiga se lo comenté y a ella también le extrañó ese gesto. "Sólo podría entenderlo -me dijo-, si fuera homosexual".

Me chocó este comentario de mi amiga en ese momento. Y aún no lo había olvidado cuando año y medio después el compañero de trabajo de mi marido salió del armario.




sábado, septiembre 18, 2004




En casa de mis padres es difícil engordar. Mi madre sólo se hace responsable de la comida del mediodía y de forma bastante escueta, cuando ya estamos sentados en la mesa se suele acordar de que podría haber hecho una ensalada o haber frito unas patatas. Como consecuencia de ello tiene dos excelentes cocineros: mi hermano y mi hermana la mayor, y dos hijas que han seguido sus enseñanzas hasta las últimas consecuencias y no se acercan a un fogón ni a calentarse las manos: mi hermana la pequeña y yo.

La cena, desde que cumplimos quince años, dejó de ser de su incumbencia y cada uno se busca la vida como puede. El hecho de que haya invitados no le hace cambiar sus costumbres, nunca ha discriminado, por eso cuando llevamos visitas solemos ponerles en antecedentes para que se vayan haciendo a la idea.

Sin embargo, todos los amigos que hemos llevado a casa de mis padres siempre han querido volver. La razón es muy simple. Mi madre practica una costumbre que sorprende a propios y extraños. Cuando llega una pareja de visita (tanto da que uno de los miembros de esa pareja sea o no uno de sus hijos) mi madre pregunta si prefieren dormir juntos o separados.

Y claro lo que se va por lo que se viene.




viernes, septiembre 17, 2004




Hay una espléndida película de Ken Loach, Lloviendo piedras, que trata de las vicisitudes de una familia obrera para conseguir un traje de comunión para uno de sus hijos. El padre está en paro, pero a pesar de eso rechazan el traje que les ofrece el cura porque ellos quieren que su hija no sea menos que otros y ese día estrene su propio traje, aunque para conseguirlo tengan que recurrir a un usurero.

Me acordé de esa película ayer en el trabajo. Una de mis compañeras, por fin, y ante la insistencia del resto, se presentó con el álbum de fotos de su boda. Todo el mundo alabó el sencillo y exquisito vestido de la novia. Como no me atraen esos ropajes no le había prestado atención pero me fijé y francamente era un vestido precioso. En lo que sí reparé fue en su familia, sobre todo en su madre y en su abuela, dos mujeres altas, delgadas y de porte aristocrático, que como diría una amiga mía, debían estar hartas de pisar alfombras desde niñas. "Te habrá costado un pastón el vestido", le dijo una de las secretarias y ella se limitó a sonreír. En ese momento se volvió hacia mí y me dijo un "luego te cuento" que no supe interpretar.

Y por la tarde me contó. El vestido lo había comprado en el Segunda Mano por 450 euros. "Alguna ventaja tiene que tener el usar una talla estándar", me dijo riéndose y cuando aún seguía felicitándola por su fantástica idea, me confesó que eso no era todo. Después de la boda puso un anuncio en la misma revista y lo vendió por 500.

Toda una paradoja. La gente humilde dejándose la piel para cumplir fielmente los ritos burgueses y la clase pudiente pasándose esos mismos ritos por donde le viene en gana.




jueves, septiembre 16, 2004




Siempre me ha gustado perderme. A pesar de ser bastante extravertida, me encanta caminar sola por cualquier sitio. Duermo bien y, por tanto, a la almohada sólo puedo consultarle cosas sencillas y de rápida respuesta; por eso siempre he necesitado esos paseos interminables para pensar en mis cosas sin prisas.

Siempre me ha gustado leer libros de memorias. Ver cómo otros viven su vida. Leyendo las de Sartre y Beauvoir lo que más me fascinó fue saber que en sus viajes, a veces, se despedían en una ciudad y se reencontraban dos días después en otra ciudad distinta. La idea de perderme cuarenta y ocho horas me resulta muy atractiva. Me gustaría proponérselo a mi marido pero tengo miedo de que diga que sí.




miércoles, septiembre 15, 2004




Desde siempre me molestó el María que acompañaba a mi nombre. Me lo pusieron porque era costumbre pero, para mí, eso nunca fue una razón de peso. Un día, cansada de llevarlo a cuestas, me fui al Registro Civil y de un plumazo me libré del María.

Eso sí, con la gente de mi pueblo ni lo intento. Para ellos siempre he sido y seré "la chica de Paco". Al igual que mi hermana la mayor es conocida como "la grande de Paco", mi hermano es "el muchacho de Paco" y mi hermana la pequeña, que nació cuando nosotros tres ya estábamos crecidos, es "esa muchacha que tuvo Paco muy tarde".





martes, septiembre 14, 2004




"Lo que más sorprende de Carlos Moyà, al margen de su belleza, es la inquebrantable convicción de que puede ganar cualquier partido. (...) La imagen de Moyà no engaña. Tal vez ni siquiera es el más bonito de los tenistas actuales, pero, en cambio, es indudablemente el que tiene más glamour..."

Esta noticia apareció publicada en la sección de deportes de El País ayer lunes. Y, tranquilos, no es que el redactor se haya vuelto loco, no, simplemente es que me he permitido la licencia de ponerlo en masculino y sustituir a María Sharapova por Carlos Moyà.

Sin comentarios.







La hermana menor de mi madre siempre fue una protagonistona. Al ser la más pequeña la consintieron más que a las demás y siempre estaba dando la nota. Olvidaba todo lo que sus hermanas mayores habían trabajado desde pequeñas y siempre se lamentaba de su mala suerte cuando se la requería para algo. Durante una primavera le encomendaron llevar las vacas a pastar a varios kilómetros del pueblo. Cuando los animales se ponían con su hierba ella se subía a la carretera y empezaba a gritar "me abuuuuuurro, me abuuuuuuurro, me abuuuuuuuurro", y se tiraba toda la tarde con la misma cantinela.
Pero lo que a mi madre acabó de sacarla de quicio ocurrió meses después. Mi padre estaba siendo recriminado por una pareja de la Guardia Civil, conocidos de la familia, por tener una escopeta de caza sin permiso. El más joven le dijo a mi padre que si le veía con ella por el campo le daba una hostia que se le quitaban las ganas de cazar para el resto de sus días. Mi tía se encaró con él y le dijo que cómo se atreviera a tocar a mi padre la hostia se la iba a llevar él. Mi madre intentó tranquilizar los ánimos pero mi tía se fue hacia el joven guardia civil y le soltó la hostia prometida. El otro miembro de la pareja llamó al cuartelillo y en dos horas mi tía estaba detenida por agresión a la autoridad. Esa noche durmió en la cárcel de Toledo y hasta una semana después, gracias a la intercesión de un coronel amigo de mi abuelo, no salió en libertad.
Mi madre estuvo todos esos días en Toledo, llevándole la comida y visitándola a diario, pero nunca la perdonó. Esa hostia tenía que haberla dado ella. Era su hostia. Y mi tía se la había arrebatado.




lunes, septiembre 13, 2004




"Me gusta el blues, Visconti, los colores cálidos y divagar sobre casi todo. Si te interesan cosas así y eres universitaria (o parecido), carente de dogmas (o casi) y tienes una sonrisa bonita (o equivalente) te pido que me escribas."

Este anuncio lo leí hace años y despertó mi curiosidad. Supe desde el primer momento que ese tipo me iba a interesar. Y le contesté. Y me llamó por teléfono. Y tuvimos una cita. Y otra. Y nos dimos un beso. Y otros más. Y pasamos una noche juntos, y otra, y otra... Y a los tres meses se acabó todo.

Dos años después volvimos con las citas, con los besos y con las noches compartidas.

La semana pasada nuestro hijo quiso saber cómo nos habíamos conocido y nos arrancó a los dos una sonrisa.




domingo, septiembre 12, 2004




Hay algo que nunca he podido soportar y es oír a alguien hablar mal de su pareja, ya sea pasada o presente. No entiendo cómo se puede defenestrar a alguien a quien hemos amado, con quien hemos compartido momentos únicos y que en cierta medida forma parte de nuestra biografía. Todas han sido producto de decisiones y elecciones nuestras, no nos las han impuesto y, en consecuencia, era la pareja que, al menos en ese momento, creíamos que nos merecíamos. (Obviamente hablo de gente normal, no de impresentables o personas que por sus circunstancias no tienen capacidad de elección ni de decisión).

Hay otra cosa más que me hace saltar y es cuando por llegar el fin de una relación alguien nombra la palabra fracaso. Hay historias que se cuentan en los veinte segundos que dura un anuncio, algunas necesitan los minutos de un corto, otras el tiempo de un mediometraje. Hay largometrajes de noventa minutos y otros de tres horas, e incluso hay series que se alargan en el tiempo y parece que nunca llegan a su fin, ya sean culebrones o series de culto. Lo verdaderamente importante para mí es la calidad de lo vivido, no el metraje de esas historias.




sábado, septiembre 11, 2004




En 1830, el cónsul británico en Málaga, conmovido al ver como enterraban a sus compatriotas en la playa, al anochecer, porque ningún recinto católico quería acogerles, fundó el Cementerio Inglés. Casi dos siglos después convencí a mis chicos para visitarlo. No fue fácil, y nos costó desplazarnos en dos ocasiones. El primer día estaba cerrado por la muerte del que había sido su guardián y sólo se abría los domingos durante las horas que dura el servicio religioso.

Más que un camposanto es un jardín bellísimo y que consigue hacerte olvidar que estás en el centro de Málaga. Pasear por entre las tumbas hechas con conchas o con guijarros sueltos, leer las inscripciones de las lápidas casi todas empezando por un: "In loving memory of ..." y escuchar la música del órgano y las voces de los coros que se filtraban de la pequeña capilla, me transportaron a otra época y me sentí, por unos momentos, un personaje de Jane Austen.

Allí descansan además del cónsul que lo fundó, Gerald Brenan, su esposa Gamel Woosley, Jorge Guillén, una baronesa economista de profesión y una señora que, según reza su epitafio, lo que más amó en este mundo fue a sus libros y a sus gatos.




viernes, septiembre 10, 2004




Hasta hace siete años me lamentaba de que no existiera una ITV para las relaciones de pareja. Algo tan sensible y frágil debería revisarse cada cierto tiempo. Cuántas relaciones se hubieran salvado si alguien, por el módico precio de 20 o 30 euros, les hubiera advertido a tiempo de que había un defecto leve que debían subsanar.

En 1997 descubrí Ikea. Mi marido y yo fuimos a la tienda de Alcorcón a comprar una librería. La elegimos, conseguimos encontrarla en un pasillo inmenso, fuimos capaces de cargarla en la baca del coche y tuvimos que hacer malabarismos para subirla del garaje hasta nuestra casa. Y empezó la fiesta: abrimos cajas, doblamos cartones y plano a la vista nos dispusimos a montar aquel galimatías. Tres horas más tarde me di cuenta de dos cosas, una de que la librería que habíamos conseguido montar era increíblemente idéntica a la vista en la tienda y dos, que nuestra relación de pareja era más sólida de lo que nunca hubiera pensado. Una relación que aguanta sin desmoronarse el montaje de un mueble de Ikea es una relación casi indestructible.

Desde entonces, y gracias a Ikea, ya tenemos nuestra ITV particular.




jueves, septiembre 09, 2004




Nunca me he puesto nerviosa ante la perspectiva de una entrevista de trabajo. No suele molestarme hablar de mí (supongo que ya se habrá visto) y si es bien pues con más motivo. En cierta medida, esas entrevistas son un ejercicio de seducción y como eso las vivo.

Aquel encuentro, no obstante, resultó sorprendente. Desde el principio ambos nos dimos cuenta de que empatizábamos más de lo esperable. En veinte minutos me convenció de las bondades del proyecto y en pocos más le hice ver que era la candidata adecuada. Días después descubrimos que teníamos amigos comunes, que frecuentábamos los mismos cafés, que veíamos las mismas películas, que leíamos los mismos libros y que íbamos a los mismos conciertos.

Salíamos a comer solos con cierta frecuencia. Las comidas con compañeros de trabajo suelen ser tediosas y nos resultaba más atractiva la idea de hacer unas risas y compartir confidencias sobre nuestras respectivas parejas. Una tarde me dijo que esa forma de actuar nos iba a acarrear problemas. "En cuanto escuche el más mínimo comentario sobre nosotros, en cuanto a alguien se le ocurra aventurar que hay algo más que amistad entre tú y yo, ese día nos enrollamos", me dijo muy serio. Y nos echamos a reír ambos.

La mala suerte se cebó con nosotros y, contra todo pronóstico, nunca escuchamos un comentario que nos obligara a pasar a mayores. Lástima.




miércoles, septiembre 08, 2004




A mi padre le costó más de lo que pensaba adaptarse a la vida de un pueblo de agricultores. Hasta que se casó con mi madre había vivido en una ciudad pequeña y trabajaba con sus padres en las tiendas de ultramarinos que estos poseían y la vida rural se le hizo cuesta arriba. Lo único que le atraía del campo era la posibilidad de cazar, era un excelente cazador, pero eso en mi pueblo no estaba bien visto.
Cuando tuvo que empezar a cultivar las tierras que mi madre había heredado empezaron los problemas: no sabía varear olivas, ni sembrar garbanzos, ni podar la viña y, lo que es peor, los animales no le hacían caso, decir "heeeeeey, muuuuuula", puede parecer sencillo, pero una "e" de más o una "u" de menos son capaces de hacerte perder autoridad ante un animal de ese tipo.
Una tarde estaba intentando cargar dos sacos a una burra que nos habían dejado, pero no conseguía equilibrar la carga porque el animal no paraba de moverse. Mi padre lo intentaba una y otra vez sin éxito, mientras resoplaba desalentado. Le dije que en vez de ponerse rojo debería aprender a decir tacos. Se volvió hacia mí y me dijo: mecagüendios, quítate de ahí no te vayas a llevar una hostia. Y fue oír esa imprecación y la burra se quedó clavada en el sitio.




martes, septiembre 07, 2004




Aunque nunca ha sido uno de mis autores preferidos, me reconcilié con Vargas Llosa al leer un artículo de opinión suyo en El País. Hablaba de su cotidianeidad y enumeraba sus ocupaciones: escribir una novela, componer un ensayo, redactar un artículo, dictar una conferencia... Me encantó esa precisión verbal.

La semana pasada mi hijo, que tiene nueve años, me lo recordó mientras pedía que le comprara una botella de agua para combatir el calor, me señalaba un camión de bomberos que quizá iba a sofocar un incendio o le preguntaba a su padre si el individuo de pinta sospechosa que se nos acercó le habia intimidado. Me encantó que fuera tan preciso.

La posibilidad de tener un escritor en la familia no me desagrada. Eso sí, la idea de que sea de derechas me gusta bastante menos.







A veces las cosas más extrañas te reconcilian con un escritor que hasta ese momento, y sin saber por qué, no gozaba de tus simpatías. Esta semana me ha ocurrido con Pablo Neruda de quien he sabido, tardíamente, que coleccionaba mascarones de proa.

Hasta el mes pasado sólo tenía una idea vaga de lo que era un mascarón de proa. La causa de mi visita al Museo Marítimo de Barcelona no era otra que pasearme por entre los muros medievales de las Atarazanas Reales. No esperaba encontrar nada más de interés, por eso, la sorpresa y la emoción fueron mayores. Me quedé subyugada al descubrir dos figuras femeninas esculpidas en madera y policromadas, una de ellas con un abanico en una mano y recogiéndose la falda con la otra. Me las imaginé siendo la avanzadilla de esos barcos de vela propiedad de su padre o marido. Y pensé cuántas brumas empañaron sus ojos, cuántas gotas de mar las recorrieron y, sobre todo, cuántas fantasías despertaron en esos hombres solitarios a los que acompañaron durante tantas horas.




lunes, septiembre 06, 2004




Durante el tiempo en el que mantuve una relación epistolar con un desconocido fantaseaba con la posibilidad de un encuentro. Lo veía esperándome en la barra de un café, una veces era Chicote y otras el Café del Prado, sentado de espaldas a la puerta. Cuando yo estaba a pocos metros de la entrada marcaba su móvil y le decía que estaría ahí en diez minutos y él me contestaba que no me preocupara, y yo cruzaba la puerta y seguía hablando y avanzando y acercándome a él, hasta que el sonido de mis palabras por el teléfono se mezclaba con mi voz en directo, y sentía mi presencia y mi aliento, y entonces le retiraba el móvil de la oreja y seguía hablándole al oído, y le ponía los brazos alrededor del cuello y me callaba y aplastaba mis labios contra su oreja y notaba su calor. Y el mío.




sábado, septiembre 04, 2004




Encontrar una pareja es una tarea ardua. Y querer encontrarla dentro de tu círculo se vuelve toda una hazaña cuando eres una recién llegada y más que círculo lo que tienes son cuatro o cinco puntos desvaídos a tu alrededor. A mi llegada a Madrid ni en el trabajo ni en la Facultad había nadie que me interesara así que decidí explorar otros caminos.

Mi primer novio en la capital lo conocí en una pequeña sala de cine donde proyectaban una película de Eric Rohmer. Estaba sentado dos filas delante de mí, su nuca me gustó y cuando salí del cine decidí seguirle. Subí la Gran Vía unos metros detrás de él y pensando en la frase genial con que iba a abordarle, pero al llegar a Callao lo vi con intenciones de coger el Metro y tuve que pasar a la acción sin demora con un: "Por favor, ¿tienes hora?", que aún hoy me pone de patillas. Me dijo que no llevaba reloj y le contesté que yo sí y que faltaban dos minutos para las diez. Nuestra relación de pareja duró dos años y nuestra amistad aún perdura.




viernes, septiembre 03, 2004




Durante el tiempo en que fui adicta a la lectura uno de mis principales problemas fue el avituallamiento. Devorar libro tras libro te obliga a ir al menos un par de veces a la semana a la librería. Al principio puede resultar grato, acaban conociéndote todos y ya ni siquiera interrumpen la conversación cuando te ven entrar pero a la larga acaba por resultar incómodo. Ellos están trabajando y tú eres la enganchada.

Otro inconveniente, y no de orden menor, es que la gente que se mueve a tu alrededor empieza a parecerte insulsa. Quién de tus conocidos puede competir con Julien Sorel o Fabrizio del Dongo, qué posible enamorado puede estar a la altura del protagonista de Las afinidades electivas, qué enfermo te va a impresionar después de haber vivido paso a paso las vicisitudes de Hans Castorp, qué amiga te va a parecer tan adorable como Madame de Tourvel... Ninguno.

Y finalmente esa soledad, a la que querías conjurar refugiándote en la lectura, en vez de menguar crece. Sólo que tú no te das cuenta de ello porque ya no te sientes sola. Vives rodeada de fantasmas.




jueves, septiembre 02, 2004




"Me voy a echar novia porque me sale más barato". Esta aguda reflexión me la soltó de buena mañana un auxiliar que trabajaba conmigo en el banco y que nunca dejaba de sorprenderme. Le pedí que se explicara y me dijo que las tías, cuando quedas con ellas sin ser pareja, siempre esperan que paguen los chicos y que con la novia se puede llegar a un acuerdo de que pague cada día uno. Me pareció un argumento tan de peso como cualquier otro para emparejarse y tuve que darle la razón: muchas tías se pasan dejándose invitar.

Pero cuando realmente me di cuenta de que era un tipo muy peculiar fue cuando lo de la rueda de repuesto. Se la habían robado una noche mientras tenía aparcado el coche a la puerta de su casa y pagar la parte que no le cubría el seguro le dolió enormemente. Y decidió que una y no más. A partir de entonces todas las noches abría el maletero, cogía la rueda y se la subía a su casa. Finalmente desistió, no porque se le pasase la neura sino porque empezó a salir con una chica de su portal y ella se lo pidió. No por ella, que lo entendía perfectamente, según le dijo, sino por sus padres, que eran un poco chapados a la antigua.




miércoles, septiembre 01, 2004




Siempre fui de la opinión de que el matrimonio no garantizaba nada, absolutamente nada. Hasta que leí a Julian Barnes y empecé a dudar. Dice este escritor inglés, con bastante buen criterio, que la única certeza del matrimonio es que tu marido nunca se irá con otra mayor que tú.

Hombre, no es mucho, pero algo es algo.








Durante mi embarazo acudía todas las tardes al parque del Retiro. Paseaba sola durante más de una hora y, aunque era invierno y las temperaturas eran bajas, el amplio chaquetón que me cubría me resguardaba del frío y me disimulaba mi ya más que incipiente barriguita. Una tarde se me acercó un muchacho de gesto triste y aspecto solitario, se puso a caminar a mi lado y a darme conversación. En un momento dado me preguntó si iba muy a menudo por allí y le contesté que sí, que estaba embarazada y que mi médico me había recomendado esos paseos diarios. "¡Ah!, bueno, entonces adiós", me dijo y se alejó a toda prisa.

Quince días después volvió a abordarme. Era evidente que no me había reconocido y comenzó el cortejo de forma parecida. De nuevo volvió a hacerme la pregunta fatídica y de nuevo volví a contestarle en los mismos términos. "¡Ah!, bueno, no me importa", me dijo para mi asombro y siguió hablando como si tal cosa. Siempre me he preguntado qué le ocurriría en esas dos semanas que le hizo cambiar de opinión.