viernes, abril 29, 2005




Nunca he disfrutado con la música de jazz. Y sin embargo conozco la sala de conciertos del Colegio San Juan Evangelista, el mítico Johnny, como la palma de mi mano. Y Clamores, y el Café Central, y el Populart, y el Café Berlín... No me atreví a decirle que a mí esa música me dejaba fría, porque albergaba la esperanza de que un día mi sensibilidad despertara. Así que seguí acompañándole concierto tras concierto, hasta que me di cuenta de que no, de que esa música no estaba hecha para mí, y en vez de prestar atención a la música me dedicaba a pensar en mis cosas. Podría haber optado por quedarme en casa o hacer otra cosa, pero prefería estar con él, sentirle cerca. Y por eso seguí callando. Esas actuaciones fueron mis patos particulares.
Un día, en una de tantas vueltas como ha dado nuestra relación, se lo solté sin pensarlo: "No me gusta el jazz", le dije. Y me miró asombrado, intentado entenderme pero sin conseguirlo. Se lo dije como echándoselo en cara, para que se diera cuenta de lo que me había sacrificado por él. Lo que nunca le dije es lo que disfruté viéndole aplaudir al unísono con otra docena de asistentes cuando, por ejemplo, Steve Lacy soltaba la nota justa, esa nota que sólo eran capaces de percibir unos cuantos y que nos convertía al resto en auténticos convidados de piedra de esa fiesta.




jueves, abril 28, 2005




"(...) Debió de haber una época en la que no bastaba con que existieran los hechos, o las iniciativas, o las ocurrencias, o las reclamaciones, para que los responsables de un periódico, de una televisión o de una radio se hicieran de inmediato y sumiso eco de ellos. Imagino, en el pasado, a una figura que ahora me cuesta creer que exista: la de un jefe de sección, o un redactor, o un director de diario que, ante tal o cual noticia o propuesta estúpida, se plantara tranquilamente y dijera: 'Esto es una sandez. Esto no tiene interés. Esto no se justifica. Esto es gato por liebre. Esto no aporta nada. Esta gente no lleva razón. Esa otra está grillada. Estos son unos jetas. En definitiva, esto no sale porque es una majadería. Cuestión zanjada'. En verdad cuesta creer que ahora haya individuos así, con criterio propio y no amedrantados, que no teman ser acusados de censores por no reflejar en su medio lo que juzgan una parida, una chorrada, un aprovechamiento, un chantaje o algo criminal en sí mismo."
Acierta Javier Marías, como suele hacerlo casi siempre, al achacar a los medios esa falta de criterio y ese todo vale al que nos tienen acostumbrados. Y por si eso fuera poco ahora cuentan con la aquiescencia del poder judicial. Ayer leí que el jugador David Beckham ha pedido a un juez que impida que se publiquen unas declaraciones de la niñera de sus hijos, en las que la citada señorita cuenta con pelos y señales las discusiones matrimoniales de la pareja, e incluso asegura que el jugador guardaba en el móvil mensajes de texto enviados a sus amantes.
Pues bien, el juez ha considerado que esa noticia es de interés público (me pregunto a quién considera público) y dado vía libre a su publicación en vez de procesar a la irreductible bocazas por fisgar en la vida privada de quien la emplea. Eso sí, las Cartas Magnas siguen recogiendo el derecho a la intimidad como algo legítimo e inviolable. Toda una paradoja.




miércoles, abril 27, 2005




Siempre he sido de la opinión de que el instinto maternal es un mito que no se sostiene. Las pretendidas habilidades innatas de las mujeres en el cuidado de los hijos no dejan de ser una majadería: en cuanto los hombres se han puesto a dar biberones o a cambiar pañales ha quedado demostrado que si quieren, pueden.
Lo que parece ser un hecho comprobado, además, es que los bebés cuando salen a la calle con los padres se ensucian menos que cuando son sus madres las que les acompañan. Esto no lo he sacado de ningún estudio o similar sino que es una conclusión a la que he llegado yo solita. Y si no, fijaos en que las tablas de cambiar pañales siempre se encuentran en los servicios de señoras. Por algo será, ¿no?




martes, abril 26, 2005




En nuestra estancia en Granada las pasadas Navidades nos acercamos a un puesto para que le escribieran a mi hijo su nombre en árabe. El escribiente utilizaba unas cartulinas con unos dibujos muy delicados y elegimos una que representaba un mosaico. Cuando terminó de rotularlo explicó a mi hijo que debía leerlo de derecha a izquierda y le señaló el lugar donde había escrito la fecha. Seguimos paseando por la ciudad y más adelante encontramos otro hombre dedicado a la misma tarea. Mi hijo cogió la cuartilla, se acercó a él y le pidió que le leyera lo que estaba escrito. El buen hombre pronunció su nombre y mi hijo respiró tranquilo: ahora tenía la certeza de lo que esos trazos representaban.
He recordado este incidente ahora que mi hijo ha cumplido diez años y disfruto con él de momentos dulces a la espera de que se acerque la tan temida adolescencia. Y es que sé que me va a costar entender ese periodo que yo nunca viví. Decía Tony Soprano, respondiendo a su mujer que le reprochaba no recordar que él también había sido adolescente, que su padre nunca habría consentido una cosa semejante. Y le entendí, porque en mi pueblo tampoco ese tipo de lujos estuvo a nuestro alcance. Pasábamos de niños a adultos, de un día para otro como si nada nos diera miedo, como si nada pudiera ir a peor.




lunes, abril 25, 2005




Aunque no esté en su mejor momento, Mr. Peep no ha querido faltar a su cita de cada semana. Se le agradece su profesionalidad y esperamos su pronta recuperación.

Los lunes con Mr. Peep
Ayer me atacó, inmisericorde, una gastroenteritis aguda. En esas estaba yo, evacuando litros y litros de líquidos nauseabundos, cuando me pregunté acerca del sentido de la vida. El amor, qué es el amor, me decía a mí mismo, entre vómito y vómito; qué lleva a los hombres a la fe, me interrogaba, mientras me deshacía en ríos malolientes; el sexo, por qué ocupa ese lugar de privilegio en nuestras vidas, meditaba, entre arcadas.
Convertido en una piltrafa, secándome el sudor de la frente con un kleenex, lo vi: todo gira en torno al nivel de sodio y potasio en sangre. Fue como una iluminación. Ahora ando por casa entonando una letanía que he encontrado en un libro de macrobiótica, a modo de mantra, como los hare krishna. Bo me mira, sigue hojeando su revista, y estoy seguro de que piensa: "Ya se le pasará, como lo otro".




viernes, abril 22, 2005




Hace un par de años, durante un largo y tedioso viaje en avión junto con el abogado de la empresa en la que trabajo, me dediqué a pedirle detalles de los casos que tenía pendientes. Él me hacía un sucinto relato del asunto y yo, aplicando el sentido común, le daba el veredicto. Con el primero que me narró le tranquilicé asegurándole que ese lo tenía ganado, él se limitó a sonreír y a decirme: "Depende del juez que me toque". El segundo lo vi más complicado y así se lo dije y el me contestó en los mismos términos, que todo dependía del juez que llevara el caso. Lo mismo hizo con el tercero y entonces le pregunté que si es que sólo dependía del juez que interviniera. Me contestó que normalmente sí, salvo cuando una de las partes era la SGAE ya que entonces el talante del juez era secundario. Ganaban todo en lo que se embarcaban.
He recordado este incidente leyendo las noticias sobre los millones que ha percibido la susodicha Sociedad en concepto de canon sobre los soportes vírgenes, se supone que porque se utilizan para grabar música o películas. Se da la paradoja de que la Administración dedica una partida importante a la compra de estos productos... para grabar desde sentencias judiciales hasta documentos secretos. O sea, que una parte de los Presupuestos Generales del Estado se van directamente a la SGAE.
Me pregunto quiénes son más piratas: estos señores o los chicos del top-manta.




jueves, abril 21, 2005




"Hablando con dificultad en un lenguaje entrecortado, con tono grave y áspero pero comprensible, me dijo que se llamaba Robert, tenía 46 años, era ingeniero de profesión y llevaba algo más de cinco años ingresado a causa del grave accidente de trabajo que había sufrido mientras inspeccionaba una obra. Me explicó que se lesionó seriamente la médula espinal a nivel cervical y, como consecuencia, había quedado totalmente paralítico.
(...) Le pregunté cómo era su día a día en el hospital y me contestó que bastante mejor de lo que en un principio imaginó. Se había hecho "adicto" -me dijo- a varias series de televisión, y siempre esperaba con buen apetito la hora de la comida; disfrutaba de las buenas relaciones de amistad que había desarrollado con algunas enfermeras y fisioterapeutas del centro y, sobre todo, se sentía feliz cuando le visitaban sus hijos y su mujer.
Fascinado por la actitud positiva de Robert, en un momento de la conversación se me ocurrió preguntarle que calculara su nivel de satisfacción con la vida en general desde el 0 (muy desgraciado) al 10 (muy dichoso). Después de una breve reflexión me respondió sonriente y con seguridad que "un ocho". El notable me sorprendió. A continuación le pregunté qué número se hubiera dado antes del accidente. Casi sin vacilar contestó: "Yo diría que un ocho y medio". "¿Sólo medio punto más?", exclamé en un reflejo de incredulidad. "Querido doctor -me replicó Robert-, aunque le parezca mentira me considero un hombre con suerte. He sobrevivido a un terrible percance y mantengo intactas mis facultades mentales".

Y a qué viene esto, os preguntaréis. Muy sencillo, quiero contestar al comentario de ayer de Sorel. Y ese pasaje de La Fuerza del Optimismo contiene la respuesta porque yo estoy hecha de la misma pasta que Robert. Se equivoca Sorel cuando intuye que soy guapa: no lo soy, aunque sí resultona y si sigo teniendo unas piernas decentes es a costa de renunciar a unos cientos de tortas de aceite que me hubiera comido con gusto: las que no somos guapas no podemos permitirnos el lujo de pasarnos un poco con los kilos. Lo de self made woman, si es que lo soy, que lo dudo, no tiene ningún mérito: cuando se nace en un pueblito de 300 habitantes sólo te queda esforzarte o dejarte comer por la miseria. Tampoco soy una profesional de éxito, sólo tengo un trabajo más o menos decente, nada más. Ni soy más inteligente o culta que la media. Y si mi relación de pareja es uno de mis mejores activos es porque ambos le hemos echado tiempo, ganas e ilusión, y porque siempre preferimos ver las luces a las sombras.
Y decía que soy como Robert porque poseo un temperamento optimista y procuro ver el lado positivo de casi todo lo que vivo. Y puedo asegurarle a Sorel que sí, que la felicidad está a nuestro alcance. Nunca he tenido ninguna duda sobre eso. Somos responsables de casi todo lo que nos pasa, dijo alguien alguna vez. Y creo que acertó de pleno.




miércoles, abril 20, 2005




Ya sé que ahora lo que está de moda es hablar del dichosito iPod, pero a mí ese tipo de inventos me suele dejar fría. Me interesan más las pequeñas cosas. Dentro de poco más de un mes tendremos en el mercado un producto que sí ha llamado mi atención. Dicen los responsables de la idea que será referente estético en el mundo de la decoración y del diseño, ya que se trata de un producto elegante, sofisticado, rebelde, diferente y alternativo.
Se acabó el papel higiénico de toda la vida, blanco y aburrido, o peor aún en esos colores pasteles que te tiraban de espaldas. Lo cool a partir de ahora será tener en tu baño papel higiénico negro. Por sólo 5,30 euros (los seis rollos) podrás sorprender a tus visitas y pasar a formar parte de esa avanzadilla que se adelanta a los tiempos creando tendencias. ¿Hay quién dé más?




martes, abril 19, 2005




Me llama Sofía, una ex-compañera de trabajo y amiga, y se lamenta. Viene a decirme algo así como que a veces su marido se acerca a ella con un gesto tierno. Ella cree que le está pidiendo que le abra su corazón, pero en lo que él suele estar pensando es en que le abra sus piernas.
Se pregunta, y me pregunta, si todos los hombres funcionan igual. No tengo respuesta. Pero, eso sí, me ofrezco a invitarla a comer un día de éstos.




lunes, abril 18, 2005




El ego de Mr. Peep se ha visto muy satisfecho tras su intervención del lunes pasado. Así que repite de nuevo.

Los lunes con Mr. Peep
Me estoy depilando la memoria. Tener muchas cosas que recordar puede resultar letal. Por eso de vez en cuando hago limpieza. En ésas estaba, entre axones y dendritas, cuando al tirar de un filamento, algo cartilaginoso ya, en una de las conexiones neuronales aparece un chaval pedaleando a toda velocidad por un camino de tierra que se empina. Lleva pantalones cortos y un jersey de lana reciclada. Tiene las mejillas rojas, por el esfuerzo y el frío. Parece una de esas engañosas y gélidas mañanas de invierno de luminosidad hiriente. Soy yo, tengo nueve años y, ahora, tanto tiempo después, si pudiera llorar, lloraría por ese instante de felicidad en estado puro que se esfuma de inmediato.
Es lo que tiene rebuscar en la memoria. Se lo digo a Bo, que tenga cuidado con los recuerdos, que están cargados, y ella sonríe, me pasa la mano por la cara, y cuando cierro los ojos, me besa y me dice al oído: «Lee esto».
Ahora la observo. Nada me fascina tanto como ser espectador privilegiado de vidas ajenas. Soy un voyeur. Ha escrito un
texto, me ha pedido que lo lea antes de enviarlo a un concurso que han abierto en un blog, quiere mi opinión. Relata una escena que hemos vivido juntos. Por qué querrá hablar de eso, me pregunto mientras leo.
Y recuerdo la noche, el aire de figurantes de peli de Almodóvar de la mayoría en aquel club destartalado y medio clandestino donde acabábamos de entrar. Hay algo de seriedad solemne en algunas caras, como de feligreses en una ceremonia religiosa; hay, también, una casi imperceptible crispación en otras. Al menos, la música no está demasiado alta, me digo, y enciendo el primer cigarrillo de la noche. Bo iba de negro riguroso, al parecer la etiqueta exigida en tales ambientes.
Bo lo publicó, relató lo ocurrido, haciéndolo pasar por ficción, pero fiel a lo que ocurrió en lo esencial. Una escena de la vida doméstica. Lo que queda es el roce de la pequeña fusta sobre la palma de la mano de Bo abierta, sus ojos que me miran, apartándose de los de él, la respiración acelerada, el restallido del cuero. Otro instante de felicidad.




viernes, abril 15, 2005




Las relaciones de pareja a menudo son historias en las que una de las dos partes suele estar bastante más interesada que la otra.




jueves, abril 14, 2005




Cuando impartía cursos a directivos tenía por costumbre estudiar el día anterior las características del grupo al que me iba a enfrentar: su formación, su edad, su perfil profesional, su procedencia. Una de las primeras veces me quedé preocupada con lo que encontré: mis alumnos tenían una media de cincuenta años. Pensé que iba a tener más problemas de los habituales, que ese colectivo se iba a mostrar reacio a aceptar a una chica joven como instructora.
Nada de eso ocurrió, sino todo lo contrario. Con el tiempo aprendí que la gente de esa franja de edad era tremendamente generosa, facilitadora y cálida. También supe que los que no habían llegado a los treinta años solían ser gente viva y fresca y con muchas ganas. El problema estaba en los que iban de los treinta y pocos a los cuarenta y tantos: en ese franja sí se encontraban tipos conflictivos. Personas que se lamentaban de la empresa, de sus compañeros, de sus jefes, se quejaban de todo menos de ellos mismos y algunos disfrutaban intentando demostrar que sabían más que tú, que lo sabían todo, que no tenían nada que aprender, que sólo necesitaban que se les reconocieran sus méritos.
Ayer se lo contaba a Mr. Peep a la hora de la comida. Mientras se servía la ensalada me dijo: Es comprensible, en esa etapa de la vida es cuando se empiezan a encajar las frustraciones.




miércoles, abril 13, 2005




Dicen los libros de estilo que sólo debe utilizarse el término bebé para nombrar a niños de menos de un año de edad. Pues bien, a partir de hoy mi blog ha perdido ese tratamiento: acaba de cumplir un añito.
Así que ya estáis todos felicitándome, que al final del día voy a hacer recuento y no habrá piñata para los que no lo hayan hecho. Y los que calláis, bien podiais hacer un esfuercito y escribir un simple Felicidades, que tampoco cuesta tanto. Vamos, digo yo.
Para celebrarlo en vez de la tarta y la vela de rigor voy a hacerlo con un regalo muy especial: dando la cara. Se acabó eso de ocultar el rostro. A partir de ahora mis fotos me mostrarán tal como soy, íntegramente. Ahí tenéis la primera de la colección. Y, por favor, no seáis excesivamente duros juzgándome.




martes, abril 12, 2005




No sé cuantos días tardarán en elegir al nuevo Papa, pero a mí me ha costado cinco minutos decidirme por un candidato. Me gustaría que el nuevo pontífice fuera el arzobispo de Budapest Péter Erdö. La razón es muy simple: sólo tiene 52 años. Como es el más joven probablemente será el que más viva y no padeceremos un espectáculo similar al que hemos sufrido al menos hasta dentro de treinta años.
No obstante, mi natural positivo hace que rescate de este agobio televisivo tres momentos memorables de la pasada semana: la imagen viscontiniana de los cardenales durante la ceremonia, con sus vestimentas rojas ondeando al viento; la bellísima cantata de Bach que interpretaron durante el oficio religioso de la boda de Carlos y Camila y, por último, los escaparates del Principado de Mónaco: no se limitaron a poner la foto de rigor con el crespón negro sino que en las tiendas de moda vistieron a las maniquíes de luto. Una idea que para sí quisieran los creadores de happenings y perfomances.




lunes, abril 11, 2005




Como cada lunes damos paso a la aclamada sección Los lunes con Mr. Peep.

Bo os habló de esto en un post.
La ventanilla del Dos Caballos se abría una y otra vez a causa del viento. La pinza que la sujetaba estaba rota. Pero el Citroën aguantó de un tirón los casi 700 kilómetros que separan Lisboa de Madrid, y nosotros sobrevivimos razonablemente indemnes al frío que se colaba por todas partes y a las nueve horas de viaje. Eramos tres: Bo, su pareja de entonces, y yo, amante escurridizo, clandestino e intermitente. En aquella época, andaba aún bajo el influjo de En la ciudad blanca, la peli de Alain Tanner, y a la mañana siguiente, tras instalarnos, estuvimos tomando una cerveza en la taberna donde se desarrolla buena parte de la película. Soy desmemoriado y no recuerdo detalles, pero sí guardo una imagen de aquellos días: la de Bo, conmocionada por la infinita tristeza del fado que alguien cantaba en un bar de aspecto cutre una madrugada. ¿Hay algo más erótico que unos ojos nublados por las lágrimas? La miré, absorta. El instante pasó, se acabó la fiesta y nosotros, los tres y unos amigos que vivían en Lisboa, seguimos dando vueltas, estirando el tiempo. No le dije nada entonces, no le dije nada hasta mucho después. Pero su rostro de cría emocionada me conmovió. Era nuestro primer Jules et Jim. Aquella noche, cerca ya del amanecer, Bo me eligió a mí.




viernes, abril 08, 2005




Siempre me ha interesado mucho la gente. Cuando conozco a alguien saco todas las antenas: lo escudriño, lo observo, le hago preguntas (y a veces me paso, lo sé), miro cómo se mueve, cómo gesticula, busco sus ojos, lo escucho, y para cuando nos separamos ya tengo una idea formada de cómo es esa persona.
Antes compartía esas impresiones con otros, pero casi todos me recriminaban mi ligereza y me decían que en unas pocas horas era imposible conocer a alguien. Así que aprendí a callar aunque me di cuenta de que esa primera impresión era casi definitiva y que sucesivos encuentros sólo servían para matizar lo que ya sabía.
Algo parecido me ha ocurrido en este mundo blogueril. Necesité leer pocos posts de elpicolapepa o de cetmc para darme cuenta de que eran dos tipos con una calidad humana y un sentido de la ironía fuera de lo común, o para intuir que Marta (La Petite Claudine) y Antonio (Elástico) eran dos personas extremadamente inteligentes y de gustos refinados. Y puede que me equivoque, pero me da que no.




jueves, abril 07, 2005




Soy una persona más bien equilibrada. Consigo hacer malabarismos entre mis dos hemisferios como un artista con sus pelotitas. En función de las circunstancias, recurro a una u otra zona ya que mis dos cerebros están unidos y en activo permanentemente. Este equilibrio hace de mí una persona perfectamente anclada en la realidad, al tiempo que también estoy dotada de intuición y fantasía.
Cada nuevo problema estimula mi deseo de reinventar mi futuro creando situaciones inéditas. Primero recurro a mi cerebro izquierdo: me ayuda a analizar las experiencias del pasado y a compararlas con las situaciones en curso. Aunque podría optar por reproducir antiguas costumbres, casi siempre, prefiero dejar a un lado lo conocido para lanzarme a nuevas aventuras. Además, al dejar de estar compartimentado mi cerebro, tengo la inmensa suerte de poder hacer varias cosas a la vez: escribir mientras escucho música, leer mientras veo la televisión. Finalmente, mi cerebro derecho me liga a estructuras que tratan tanto lo afectivo como lo emocional. Esta conexión hace de mí una persona generosa y con empatía, cuya compañía es muy solicitada.

Todo esto saben de mí los de la revista Psychologies, aunque la verdad es que yo sólo pretendía saber si mi cerebro era de derechas o de izquierdas. Es que como soy zurda contrariada nunca sé por dónde me ando.




miércoles, abril 06, 2005




Han corrido ríos de tinta para intentar convencernos de las ventajas que obtendríamos si fuéramos capaces de decir NO cuando es eso lo que queremos decir. Se han impartido cursos de formación con el único objetivo de enseñar a los asistentes a que aprendan a decir que NO. Los psicólogos han gastado miles de horas intentando convencer a sus pacientes de que no hay que sentirse culpables por decir NO.
Y, por desgracia, no se ha conseguido mucho que digamos: seguimos teniendo miedo a ejercer ese derecho, miedo a que nos tachen de negativos o egoístas, miedo a no quedar bien a toda costa.
Y en estas aparecen los chicos de DIGITAL+ y de un plumazo acaban con el problema: porque no me negaréis que decir NO puede resultar traumático pero decir PUES VA A SER QUE NO está al alcance de cualquiera. ¿O no?




martes, abril 05, 2005




Mis primeras vacaciones en el banco las empleé en hacer algo que deseaba desde siempre: viajar al extranjero. Me fui a Tours, una ciudad preciosa no muy lejos de París, a hacer un curso de francés, otro de mis amores de siempre. Mis compañeros de residencia eran casi todos españoles, salvo dos chicas alemanas y una chica mexicana, Diana, que desde el primer día despertó mis simpatías. Mejorar mi francés no se puede decir que lo mejorara mucho pero recuerdo esa estancia con mucho cariño y al terminar el curso pasé tres días pateándome París y enamorándome hasta los huesos de esa ciudad.
Dos años después cruzando la Gran Vía me topé de improviso con Diana y con su madre. Era la última persona con la que imaginaba encontrarme. Me contaron que estaban de paso y que sólo pasarían en Madrid tres días. A Diana le fascinó la casualidad del encuentro: que llegues a una ciudad donde sólo conoces a una persona, además para una estancia tan corta, y que te cruces con ella por la calle le parecía, como a mí, absolutamente novelesco.
La semana pasada decidí ponerme mi falta roja pero mientras la descolgaba recordé ese incidente y volví a colocarla en su percha. Quita, quita.




lunes, abril 04, 2005




Damos la bienvenida a Mr. Peep que puntualmente nos acompañará cada lunes desde su sección Los lunes con Mr. Peep. Quiero agradecerle su presencia y decirle que para este blog es un auténtico lujo y un privilegio contar con su colaboración. Y ahora os dejo con él.

Se lo dije: te vas a enganchar. Y se enganchó.
Asisto atónito a la abducción progresiva de Bo (la llamaré así) por este blog. Sabía de su temperamento adictivo, de su exhibicionismo y afán protagonista. Pero nunca pensé que llegaríamos a esto. ¿Y qué es esto? Se presume que las parejas que han convivido años, estables, sólidas, saben todo el uno del otro. O casi todo. Al menos, lo esencial. Esto es lo que todo el mundo quiere creer, o hacer creer de su relación de pareja, pero como todo el mundo sabe, es falso. Y en éstas apareció Internet y la banda ancha.
Lo que Bo cuenta se corresponde en un porcentaje muy importante con lo que sé de ella; sin embargo, cuando por las mañanas abro su blog, para ver que ha colgado la noche anterior, descubro matices de su vida, o de nuestra vida en común, que me obligan a reflexionar sobre mi propia experiencia, mi pasado y mis deseos. Y en muchas ocasiones me he quedado con ganas de opinar, de dar otra versión. O dar detalles que ella elude.
Creo que está jugando con fuego al abrirme esta puerta.




domingo, abril 03, 2005




Mi marido está de mi blog hasta los mismísimos. No es que me reproche un estilo indefinido como en un principio, al contrario, creo que ha acabado gustándole lo que escribo y hasta algunos posts los califica de fantásticos, cosa que viniendo de él se agradece: no tiene por costumbre halagar porque sí, ni siquiera a sus más allegados.
Lo que le saca de quicio son mis idas y venidas al estudio a abrir el blog y, sobre todo, que me duelan los comentarios de tanto friki como hay por ahí suelto: eso jamás podrá entenderlo, me dice. Así que dándole vueltas al asunto he pensado en ofrecerle una colaboración en mi blog: algo así como "Los lunes con Mr. Peep". Quizás con esto consiga que me entienda mejor.
¿Qué le parece Mr. Peep? ¿Qué pensáis de esto los que comentáis? ¿Y los que calláis?




viernes, abril 01, 2005




"Todo hombre a partir de los 40 es responsable de su cara", decía Pavese. Eso era hasta ahora porque las nuevas tecnologías acaban de quitarnos de un plumazo esa responsabilidad de encima. Científicos del Laboratorio de la Percepción de la Universidad escocesa de Saint Andrews han desarrollado un sofware que predice cómo será nuestra cara dentro de cuarenta años. También convierte un rostro asiático oriental en asiático occidental, o uno caucásico en afrocaribeño, e incluso te puedes ver como hubieras quedado si te hubiera retratado Botticelli, Modigliani o El Greco. Lo más de lo más es contemplar cómo serías si en vez de humano hubieras sido mono, y es que a veces el resultado no difiere mucho del original.
A mí todo esto me parece muy bien pero me resisto a creer que Dorothy Parker hubiera llegado a tener la cara que tuvo al final de sus días si hubiera sido una pavisosa beata de misa diaria.