jueves, septiembre 23, 2004




Aunque por entonces estaba leyendo a Thomas Bernhard y debería haberle hecho caso (T.B. mantiene que los escritores son en su mayoría personas inaguantables y carentes de interés), la curiosidad me pudo y me puse a la tarea de conocer a alguno de los autores que había leído en esos últimos meses.

Con Jesús Ferrero me crucé una noche en la calle Montera. Estuvimos hablando un rato de pie al lado de una cabina de teléfonos hasta que finalmente me propuso tomar un café en el Círculo. Charlamos durante cinco o seis horas y resultó muy grato. Es un tipo que está un poco loco pero encantador y de fácil trato. Eso sí, su persona se quedaba a años luz del encanto que destilaba la única novela suya que había leído, Belver Yin.

A Javier Garcia Sánchez le envié una postal cuando terminé su Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano, y me escribió una carta, no de amor pero sí muy cariñosa, a la que contesté a vuelta de correo pero de la que no obtuve respuesta. Era comprensible, a un escritor tan prolífico como él no debe quedarle mucho tiempo para dedicarlo a esos menesteres.

Cuando terminé Todas las almas escribí a Marías. Nos cruzamos varias cartas y finalmente hablamos por teléfono y concertamos una cita. Vivíamos a menos de diez minutos andando y quedamos a mitad de camino. El encuentro fue cordial pero resultó en cierta medida decepcionante. Él esperaba una fan incondicional de toda su obra y se molestó cuando le dije que salvo El hombre sentimental el resto no me interesaba. Por mi parte no tengo muy claro que es lo que no funcionó, aunque a veces pienso si la culpa del desencuentro no la tuvo el pantalón de mezclilla con el que acudió a la cita.

A Manuel Rivas le escribí hace unos días pero aún no he obtenido respuesta por su parte.