lunes, enero 31, 2005




Hay ciertas personas a las que me cuesta lo indecible soportar:

-Las que dicen que son buenas pero no tontas.
-Las que dicen que por las buenas son muy buenas pero que por las malas...
-Las que van de sinceras por la vida.

A estas últimas no sólo no las soporto sino que las temo. Cuando alguien se me acerca y me dice: "Si quieres que te sea sincera...", siempre le contesto lo mismo: "Quita, quita" y salgo por pies. Esos sinceros que te dicen que qué mala cara tienes hoy, que qué pena que no midas diez centímetros más, que tu marido parece mucho más joven que tú o, en este mundo blogueril, que te han leído post mejores. Hombre, pues muchas gracias por abrirme los ojos pero no era necesario. Sólo que si me pusiera tiquismiquis colgaría uno de cada quince o veinte de los que escribo. El resto son puro relleno, pero también soy yo (o quizás más): sosa, aburrida, monotemática, mirándome el ombligo o divagando sobre gilipolleces.




domingo, enero 30, 2005




Hay una novelita muy curiosa, La lectora, que en el cine protagonizó Miou-Miou, que narra la vida de una joven recién casada que un día decide poner un anuncio para ganarse la vida leyendo a domicilio. Sus clientes son de lo más variopinto: un adolescente en silla de ruedas más interesado por las rodillas de la lectora que por Maupassant, una viuda solitaria y enjoyada que solicita sus servicios para hacerse leer a Marx y a Tolstoi o un club de sexagenarios que con su petición de escuchar al Marqués de Sade consiguen turbar a la joven lectora.
Desde que leí esa novela no dejo de darle vueltas al asunto. Dicen los que me han oído leer que no lo hago nada mal, que tengo una voz agradable y cierta gracia en la entonación. Y, a veces, como ahora, cuando estoy con un proyecto delante y pocos deseos de meterle mano, me pregunto si no me he equivocado de profesión. Me imagino como lectora profesional leyendo a mis clientes a mis autores favoritos, hoy El amante, mañana La montaña mágica, al día siguiente El malogrado...
Aunque si soy realista supongo que, como en todos los trabajos, al final tendría que someterme a los deseos del que paga y en estos momentos estaría hasta la coronilla de leer por enésima vez El Código da Vinci. Así que puestos en esa tesitura creo que voy a continuar ganándome la vida como hasta ahora y así podré seguir leyendo los libros que me dé la gana.




viernes, enero 28, 2005




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En el suplemento del New York Times que incluye El País los jueves, venía una imagen de Folding, un espectáculo de danza de Shen Wei Dance Arts de una belleza sobrecogedora.

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Pensé con cierta ingenuidad en escribir un post, pero qué se puede decir ante estas imágenes. Nada. Sólo se puede mirar y guardar silencio.




jueves, enero 27, 2005




Si lo hubiese sabido, mi primo no habría tenido tantas prisas por venir a este mundo. Se adelantó dos meses sobre la fecha prevista y esa condición de sietemesino fue como un lastre que arrastró durante toda su infancia. Era el más esmirriado de todos los de su edad y tuvo que soportar las mofas de grandes y chicos, pero eso nunca pudo con él: mi primo siempre fue un tipo sonriente. Cuando empezó a ir a la escuela las cosas no mejoraron. Se encontraba fuera de sitio, así que a la hora del recreo cogía discretamente su cartera y salía al patio con intención de marcharse. Aunque alguna vez lo conseguía, la mayor parte de las veces era sorprendido por la maestra, pero mi primo no se alteraba. La miraba con una sonrisa y le preguntaba si es que no era la hora de salir, cuando la maestra le recordaba que era el recreo mi primo ponía cara de asombro y volvía sobre sus pasos sin inmutarse.
Las cosas empezaron a cambiar cuando descubrió su facilidad para las imitaciones. No había humorista de la televisión que se le resistiera y en los bares empezaron a reclamarle para que demostrara sus dotes. Consiguió más de una cocacola gratis, ya que a mitad de actuación solía advertir de que se le estaba quedando la boca seca y siempre había alguien dispuesto a invitar al artista y, lo más importante, logró que en vez de reírse de él se rieran con él. Pero eso no era más que un espejismo, cuando terminaba la función las chuflas continuaban y al final se fue del pueblo a trabajar a Benidorm.
Hace un año nos invitó a su boda y más de uno se sorprendió de que hubiera conseguido encontrar pareja. La novia, una chica de ascendencia nórdica y de piel transparente, parecía sacada de una película de Bergman. A pesar de trabajar de peluquera, o quizás por eso, llevaba su cabello rubio recogido en un moño de los de andar por casa y con mechones que se le escapaban por entre las horquillas. En vez del envaramiento que suele acompañar a las novias, su naturalidad me cautivó, hasta se puso a correr detrás de su sobrino remangándose el vestido y dejando al descubierto sus piernas cubiertas por medias blancas. En ese momento miré a mi primo y vi que la miraba con el asombro del que todavía no se acaba de creer lo que le está pasando.




miércoles, enero 26, 2005




Cuando la Comisión de Estudios de Consejo General del Poder Judicial concluyó que no se podía llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo como tampoco a la unión entre un hombre y un animal, no sólo me indigné sino que me quedé asombrada ante el nivelazo que demuestran por escrito ciertos profesionales de la Justicia. Luego, ya más tranquila, intenté buscar el lado positivo, y lo encontré: al menos a un miembro de la pareja homosexual la consideraban persona. Algo es algo, pensó mi lado optimista, con estas mentes tan preclaras hay que ir pasito a pasito con ciertos temas. No dan más de sí, está claro.
Cuando al día siguiente leí que los citados vocales se retractaban de esa afirmación me temí lo peor. Pensé que retiraban lo de hombre y animal y lo sustituían por "la unión entre dos animales". Pero, afortunadamente, me equivocaba, había sido el Presidente del Consejo el que les había conminado a retirar esa frase del citado informe. Eso sí, los susodichos vocales aprovechaban para insistir en que eso no afectaba al fondo de la cuestión y, además, se atrevían a reprochar a los afrentados por haberse quedado en la anécdota. Vamos, que encima nos enmiendan la plana.
Lástima que en la Administración no exista el despido libre, porque esos juristas que tienen la arrogancia de ofender a muchos de los que les pagamos la nómina se lo pensarían dos veces si les fuera el puesto en ello.




martes, enero 25, 2005




Metieron a cinco monos en una jaula, con una escalera en el centro y, sobre ella, un montón de plátanos. Cuando un mono intentaba subir la escalera para coger la fruta, se lanzaba un chorro de agua fría sobre los que permanecían en el suelo. Pasado algún tiempo no hicieron falta más chorros de agua fría, los propios monos arremetían a golpes contra el que intentaba alcanzar las bananas. Se sustituyó a uno de los monos. Lo primero que hizo fue lanzarse a la escalera, inmediatamente fue apaleado por los otros monos. Un segundo mono fue sustituido, ocurrió lo mismo y el primer sustituto participó con entusiasmo en las palizas al novato. Un tercero fue cambiado, y el hecho se repitió. Finalmente, el último de los veteranos fue sustituido, quedando un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca habían recibido un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentaba llegar a las bananas. Si hubiera sido posible preguntar a alguno de ellos por qué pegaban al que intentaba llegar a las bananas, con certeza la respuesta sería: "No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así".

(Este es el texto con el que los chicos de El Canto de la Cabra presentan su montaje Los días que toda va bien. Parece ser que es una fábula muy conocida, aunque desconocida para mí. Y me ha encantado descubrirla porque la frase de cierre es de las que no puedo oír sin que me hierva la sangre.)




lunes, enero 24, 2005




Hoy me he levantado con ganas de hacer recuento. He intentado recordar distintos lugares en donde he disfrutado de ese pequeño placer y la lista me ha sorprendido por exigua:

-En una tienda de campaña.
-En un vuelo transatlántico.
-En una cama.
-En un banco de un parque.
-En un autobús de línea.
-En una alfombra.
-En una ducha.
-Paseando sola por una carretera.
-En una hamaca en la piscina de un hotel.
-En el jacuzzi del gimnasio.
-En la encimera del baño.
-Sentada frente al ordenador.
-En una playa griega.
-En un cine.
-En un sofá con un interlocutor desconocido al oído.
-En los servicios de mi empresa. Sola, of course.
-En la calle apoyada en un coche.
-En una furgoneta viajando en grupo por el Atlas marroquí.




domingo, enero 23, 2005




Una tarde deambulaba por la Feria del Libro buscando una recopilación de ensayos de Susan Sontag. Me interesaba encontrar ese libro porque incluía un artículo sobre Elías Canetti, escritor que por ese entonces absorbía todas mis energías. Pregunté en varias casetas, pero en ninguna me supieron dar razón ni del título del libro ni de la editorial que lo había publicado. Cuando estaba a punto de tirar la toalla vi en un puesto a Javier Marías y a Félix de Azúa que charlaban haciendo tiempo antes de ponerse con su tarea de firmar ejemplares. Me acerqué, y aunque los ojos se me iban hacía el segundo que estaba de muy buen ver, fue a Marías a quién pregunté si conocía esa edición. El escritor, que pensó que los había tomado por dos dependientes, me informó con diligencia de que el librito se llamaba Bajo el signo de Saturno. Me acerqué a la caseta de Edhasa a comprarlo y cuando volví a pasar por delante de Marías le hice un gesto con el libro y le sonreí.
La noticia del entierro de Susan Sontag me ha recordado este incidente. La escritora decidió reposar para siempre lejos de Estados Unidos, en el pequeño cementerio de Montparnasse. Estaban allí para darle la última despedida, entre una pequeña multitud, Ian McEwan, los versos de Rimbaud, Patti Smith, la música de flauta de Debussy, Annie Leibovitz, los poemas de Baudelaire, la voz de Isabelle Huppert y la neblina de París. Espero que no se sintiera sola.




viernes, enero 21, 2005




Las mujeres de mi pueblo siempre han cantado mucho. No era un canturrear sin ton ni son. Nada de eso. Se sabían las canciones al pie de la letra y las interpretaban desde el inicio al final procurando no dejarse ninguna estrofa en el camino. Cantaban mientras trabajaban en el campo o mientras barrían los corrales. En ocasiones, si entrabas en una casa y encontrabas a una tía tuya en plena actuación te daba como no sé qué interrumpirla y te quedabas quieta en la puerta esperando a que terminara, antes de pedirle la taza de azúcar que te había encargado tu madre. No tenían un repertorio muy amplio, por lo que oí cientos de veces que Penélope se sienta en un banco en el andén o que el abuelo fue picador allá en la mina.
Una de mís tías tenía especial querencia por las canciones de Serrat, cantaba una tras otra sin descanso, aunque había una de ellas que se le resistía. A mi tía siempre le gustó saber lo que cantaba y eso de utilizar palabras que no entendía la sacaba de quicio. Por eso, cuando se aprendió No hago otra cosa que pensar en ti aceleraba el ritmo cuando tenía que decir "pero hoy las musas han pasao de mí, estarán de vacaciones". ¿Y qué puñetas serían las musas pensaba mi tía? No se le ocurrió otra cosa que preguntar al empleado de la Caja Rural de mi pueblo. El muchacho, muy resuelto, le dijo que las musas eran como una especie de ratas. Mi tía volvió a su casa y se puso a cantar la canción, y cuando llegó a la palabrita de marras cambió musas por ratas pero el resultado no le gustó nada. Eso no tenía sentido, me dijo, cuando meses después me lo contó y le hablé del encanto de las musas.
Salvado ese pequeño escollo mi tía siguió cantando. Eso sí, canceló la cuenta que tenía en la Caja. No le hacía ninguna gracia que alguien con tanto arrojo e imaginación le gestionara sus ahorros.




jueves, enero 20, 2005




Hace años vi dos películas de Patrice Leconte que me encantaron: El marido de la peluquera y Monsieur Hire. Hace días volví a ver en televisión la primera de ellas y de la segunda recuerdo que el protagonista era un tipo solitario que desde su ventana observaba a diario los movimientos de una chica que vivía enfrente. Siempre seguía el mismo ritual: esperaba detrás de los visillos a que su vecina volviera del trabajo ya de noche y cuando la casa de enfrente se iluminaba y la joven empezaba a deambular por su apartamento, el individuo se apostaba junto a la ventana mientras escuchaba el mismo movimiento de la primera sinfonía de Brahms.
Ahora acaba de estrenarse su última película Confidencias muy íntimas y el planteamiento me ha parecido muy atractivo. Una mujer acude por primera vez a visitar a un psicólogo y confunde la puerta donde se ubica la consulta. El profesional que la recibe no es un terapeuta sino un asesor financiero que cuando se da cuenta del malentendido, en vez de sacarla de su error la deja hablar y asiste asombrado a la narración de las intimidades que esa mujer le ofrece.
Espero ir a verla y espero que me guste, aunque lo que de verdad, de verdad me gustaría, sería ser yo la chica que está tumbada en ese diván, ser la protagonista de una historia parecida.




miércoles, enero 19, 2005




El otro día leí una noticia escalofriante: un violonchelista palestino que cruzaba la frontera, fue retenido y obligado a tocar durante unos minutos para solaz de los policías israelíes que vigilaban el puesto.
Esa noticia me trajo a la memoria mi viaje de regreso de Turquía a Grecia. Iba a bordo de un autobús de línea donde solamente cinco o seis de los ocupantes éramos extranjeros. Al llegar a la frontera nos hicieron bajar a todos, vaciaron el autobús y no dejaron un rincón sin escudriñar. Eran las tres de la mañana y en aquel descampado hacia un frío insoportable. La imagen de todos los pasajeros aguantando de pie a la intemperie y las decenas de bultos amontonados en el suelo junto al autobús resultaba de un patetismo difícil de olvidar. Vaciaron una a una, y a la vista de todos, las maletas de los viajeros turcos. Se les notaba atemorizados, y ese pavor es el que les llevaba a facilitar la labor a los guardias, abriendo cremalleras y poniéndose de rodillas en el suelo para ir recogiendo con rapidez sus pertenencias que, sin ningún miramiento, los diligentes funcionarios habían desparramado por el suelo. La tarea les llevó más de dos horas y cuando concluyeron nos hicieron subir con un gesto expeditivo y continuar el viaje. No habíamos hecho más que arrancar cuando unos culatazos en la parte trasera obligaron al conductor a detener de nuevo el autobús. Tres policías subieron pistola en mano y cuando los extranjeros ya habíamos sacado de nuevo los pasaportes nos dimos cuenta de que lo que querían era tabaco. Decenas de manos se abalanzaron a ofrecérselo mientras uno de los policías nos miraba con un gesto que buscaba ser cómplice, como haciéndonos ver que en el fondo a esa gente les gustaba arrastrarse delante de ellos.
Cuando por fin emprendimos la marcha todos suspiraron aliviados aunque se notaba que seguían teniendo el miedo dentro del cuerpo. Si me hubiera dejado llevar hubiera llorado de rabia.




martes, enero 18, 2005




¡¡¡EXCLUSIVA!!!

El fenómeno blog llega a la Zarzuela

Empieza a haber indicios de que la Familia Real ha incorporado la lectura de blogs como un elemento más de ocio. Estos rumores circulan desde que Doña Leticia ha empezado a vestir con cierta asiduidad los diseños de Felipe Varela, para atender sus compromisos oficiales como princesa consorte. Además de lucir varios trajes de pantalón entallados de este modisto también se la vio muy favorecida con un vestido de seda verde agua cuando acudió a la boda del heredero jordano.
Como hasta la fecha, Felipe Varela era conocido sobre todo por ser el creador de la
falda roja que preside la página de Bo Peep, no parece muy aventurado afirmar que la fascinación de la princesa, o quién sabe si incluso del príncipe, por este diseñador pudo desatarse al contemplar la falda en movimiento de la citada bloguera.




lunes, enero 17, 2005




Amalia nunca supo decir que no. Cuando acabó la escuela se fue, contra su voluntad, a trabajar con su padre a la labranza que tenían a diez kilómetros del pueblo. Sólo volvían un domingo de cada dos montados en la burra y mientras su padre canturreaba, a ella se la veía con la mirada perdida. Siempre fue una chica tímida pero desde que se fue a la labranza caminaba con la cabeza gacha como quién tiene un secreto inconfensable que ocultar. Empezó a quedarse sin amigas y, aunque siguió frecuentando el salón de baile, se limitaba a sentarse en un banco a mirar y a seguir el ritmo de la música con el pie. Era lo que en mi pueblo llaman una pavisosa y que fuera de allí podría haber sido una chica dulce y delicada.
Amalia tenía una hermana más joven que ella, Elena, que aún estaba en la escuela y por la que sentía verdadera adoración. Era una cría alegre de pelo rubio y Amalia disfrutaba peinándole su larga melena y se demoraba haciéndole todo tipo de coletas y trenzas los domingos que bajaba al pueblo. El día que Elena dejó la escuela su padre decidió que a partir de ese momento Amalia debería quedarse con la madre en el pueblo y Elena irse con él a la labranza. El grito que lanzó Amalia al enterarse de la noticia se oyó en todos los corrales. Cuando los vecinos alarmados fueron a ver qué pasaba se encontraron a Amalia de rodillas delante de su madre, rogándole entre lágrimas que no lo consintiera, que lo que su padre había hecho con ella ya era suficiente, que le mataría antes de que pusiera una mano encima de su hermana, antes de que la metiera en su cama como había hecho con ella desde la primera noche. La madre apoyada en la pared y a punto de derrumbarse sólo acertaba a decir: "Cállate, muchacha, cállate, que se va a enterar todo el pueblo".
Amalia calló y todo el pueblo calló. Elena se marchó a los pocos días a trabajar a Madrid, y a Amalia no se la volvió a ver por la calle. Se encerró en su casa y durante años no salió ni para ir a misa. La semana pasada bajó al mercadillo por primera vez en muchos años y se detuvo delante de la casa de mis padres para admirar los hermosos cactus que mi madre cultiva en las ventanas. Y dice mi madre que vio en su cara algo parecido a una sonrisa.




domingo, enero 16, 2005




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No sé si no serán excesivos los más de dos mil actos programados con motivo del IV Centenario de El Quijote, pero con lo que me temo que no nos van a abrumar va a ser con los fastos en memoria de Farinelli, el castrato que convirtió Madrid en la capital mundial de la ópera en el siglo XVIII y cuyo tercer centenario se celebra también este año.
Farinelli, cuyos servicios se disputaban las principales monarquías europeas, al estilo de lo que ocurre hoy en día con los astros del balón, fue fichado en exclusiva por Isabel de Farnesio para conseguir aliviar la depresión que padecía su marido, el monarca Felipe V. Todas las noches, Farinelli cantó las mismas cuatro piezas al "rey melancólico", hasta su muerte diez años más tarde. Su sucesor Fernando VI y, sobre todo, su mujer Bárbara de Braganza, una gran melómana, le nombraron director de los entretenimientos reales y llevó a cabo un plan de representaciones, tanto en el Real Coliseo del Buen Retiro de Madrid como en el Real Sitio de Aranjuez, que resultaron memorables.
Cuentan que para llevar a cabo uno de esos espectáculos operísticos, Farinelli ordenó construir embarcaciones de río llamadas falúas, conocidas como la Escuadra del Tajo, una con forma de pavo real, otra de ciervo y las demás de navíos de guerra. En la falúa real navegaban, a su paso por Aranjuez, el rey tocando el clave y la reina y Farinelli, a dos voces, cantando bellísimas composiciones, y detrás de ellos el resto de la comitiva que no salía de su asombro ante el espectáculo que tenían el privilegio de contemplar.
Nosotros, sin embargo, deberemos conformarnos con escuchar por enésima vez la espléndida banda sonora de la irregular película de Gérard Corbiau y cerrar los ojos para imaginarnos sentados a orillas del río Tajo viendo avanzar entre brumas esas pequeñas embarcaciones exquisitamente decoradas.




sábado, enero 15, 2005




Lo que me resultó ofensivo de mi visita a la Casa Batlló:
- Los textos de la audioaguía. No se limitan a informarte como deberían, sino que además pretenden descubrirte la belleza de lo que estás viendo y, lo que es peor, traducirte las emociones que supuestamente han de embargarte.

Lo que me sorprendió:
- Encontrarnos en la segunda planta a una pareja con un carrito de la compra esperando el ascensor (sólo se ha desocupado para ser visitado el primer piso y la azotea) y ver las miradas de desprecio que dirigían a los turistas que les estaban invadiendo su escalera, cuando es obvio que ha sido decisión de los vecinos y esa iniciativa les va a reportar un suculento botín para repartir entre ellos, vista la afluencia de visitantes y lo desorbitado del precio de las entradas.

Lo que me encantó:
- Que mi hijo se iniciara con la cámara digital y disfrutara fotografiando cada detalle. Al salir escribieron en el libro de visitas con una letra redondita: Edu, Madrid, 9 años, fotógrafo y debajo con una letra más definida: David, Madrid, muchos años más, su padre.




viernes, enero 14, 2005




Cuando leí la novela de Canetti, Auto de fe, ya desde las primeras páginas me temí lo peor. El protagonista, que siente una pasión desquiciada por los libros, contrata a una señora para que mantenga su biblioteca siempre impoluta. La mujer le pide prestado un libro y se pone unos guantes de cabritilla para no estropear el ejemplar al leerlo, gesto que enternece al buen hombre y que a mí me hizo ponerme en guardia. Tanta profilaxis no dejaba de darme repelús. Y no me equivoqué, resultó ser una víbora que lo llevó primero a la vicaría y que al final de la novela fue la responsable de que ardiera la biblioteca con su incauto dueño dentro.
Y si sentí esa prevención ante el gesto de los guantes es porque siempre he desconfiado de la gente que forra los libros. Privarse del placer de tocar el papel que lo contiene, ya sea mate o brillo, ver la portada cada vez que lo cierras, releer la contraportada, ver la foto del autor, y sobre todo negarte la posibilidad de acariciar el libro sin intermediarios es algo que jamás he entendido. En dos palabras, es como usar preservativo cuando puedes hacerlo a pelo.




jueves, enero 13, 2005




Esta semana se ha estrenado El aviador la última película de Martin Scorsese que narra las andanzas de Howard Hughes. Este piloto y productor cinematográfico encandiló a decenas de mujeres, actrices, estrellas o simples aspirantes, y llegó a ser "amante a tiempo parcial de una veintena de bellezas". Claro que todo hay que decirlo este hombre no era un caballero al uso. No. Cuidaba a las mujeres con un esmero y con un mimo encomiables. Y para muestra lean lo que cuenta El País Semanal:

"El magnate evidenciaba una obsesión patológica por el busto de las señoras, y llegó a ordenar a sus chóferes que evitasen los baches cuando una mujer iba a bordo: los saltos podían dañar el tejido de los senos y acelerar su caída."

Así que he llegado a una conclusión elemental: tantos años echándole la culpa a la gravedad, al paso del tiempo, al topless o a los embarazos y ahora resulta que los responsables de que nuestros pechos dejen de ser lo que eran son nuestras propias parejas, ¡qué fuerte! Y si no que levante la mano la que haya oído decir a su acompañante: "Sujétate las tetas que viene un bache".




miércoles, enero 12, 2005




Poco antes de nacer mi hijo, oí a Manuel Vázquez Montalbán decir que uno de los inconvenientes de la paternidad era que a partir de ese momento era casi imposible estar ausente. Y tenía razón, aunque esas cosas los padres suelen callarlas y sólo hablan de la felicidad que les ha proporcionado el recién llegado.
Otra cuestión son los espectáculos a los que acabas arrastrando a tu retoño y a ti mismo: películas infantiles infumables y en muchos casos con un tufillo reaccionario que asusta, obras de teatro que en vez de ser para niños son sencillamente para estúpidos, payasos que en vez de carcajadas te provocan vergüenza ajena, óperas infantiles que te causan sonrojo... pero en medio de ese páramo a veces surge una sorpresa. Estas navidades disfruté de una de ellas: ¡Nada...Nada!, una obrita teatral en la que cinco bailarinas consiguieron, en menos de una hora, que todos los que habíamos acudido al Teatro de la Abadía volviéramos a creer que la imaginación y la magia todavía son posibles.




martes, enero 11, 2005




La otra tarde salí a pasear. Pensaba terminar a las puertas de El Corte Inglés, pero a mitad de camino descubrí el pequeño cementerio de Canillas y cambié los mostradores luminosos por tumbas decimonónicas.
Esa extraña asociación me trajo a la memoria algo que Maruja Torres contaba hace años en El País Semanal. Decía que una amiga suya había dispuesto que cuando muriera quería ser incinerada y que sus cenizas las esparcieran en El Corte Inglés, que era el lugar donde había pasado los mejores momentos de su vida.
Me imagino al cortejo fúnebre dirigiéndose con la urna al centro comercial de Castellana y esparciendo discretamente una porción de cenizas en la sección de perfumería, en el supermercado, en la peluquería, en la planta de oportunidades, en los probadores de la boutique de señoras, en la zona de complementos... ante la mirada atónita de clientes y trabajadores que quizás pensaran que se trataba del último reclamo publicitario de estos grandes almacenes. Si han sido capaces de adelantar la primavera, de alargar la Navidad, de descubrirnos la importancia social del regalo y de hacernos sentir enamorados un triste día de febrero, nada les impide ser los primeros en vendernos que polvo somos. Sólo hace falta que descubran que la muerte también es rentable.




lunes, enero 10, 2005




"Más de medio centenar de españoles, en concreto 56, se las ingeniaron el pasado año para simular su muerte e intentar que las aseguradoras con las que habían suscrito un seguro de vida les abonaran una indemnización por su supuesto fallecimiento."

De piedra me he quedado al leer esta noticia, sobre todo porque según los informantes en algunos casos el importe del seguro a cobrar fraudulentamente era de poco más de 500 euros. Lo que no dicen es si se trataba de gente solitaria o involucraban a toda la familia, obligándola a simular el duelo y a tirar el dinero gastándose los cuartos en misas de funeral por el alma del finado.
Lo que me reconcome desde que leí esta noticia es que no paro de pensar si también este hecho se dará en el mundo blogueril. ¿Se podrá contratar un seguro de vida para tu blog y acabar con él para hacerte con la pasta? Y no es que sea mal pensada pero tengo mis razones para sospechar que esta picaresca pueda alcanzar también a los blogueros más experimentados. Porque, sin ir más lejos, a ver dónde se han metido pico y almu. No sé por qué, pero con lo listos que son, en estos momentos estarán celebrando sus exequias virtuales en una playa paradisíaca y entrando en el cibercafé del hotel para compadecerse de los pobres escribientes que, por falta de astucia, seguimos aquí dándole a la tecla.




domingo, enero 09, 2005




Una mañana después de visitar una exposición en el Centro de Arte Reina Sofía nos fuimos a comer a La Vaca Verónica, un restaurante argentino que estaba en la zona de Huertas y que resultaba, y espero que siga resultando en su nuevo emplazamiento, muy coqueto. La belleza de los cuadros contemplados nos había exaltado en cierta medida y estábamos en ese estado de felicidad y languidez que te entra cuando has experimentado el goce de disfrutar de imágenes que te subyugan.
Creo que esa fue la razón de que, ni a mi pareja ni a mí, nos pasara desapercibida la camarera que nos atendió. Era una chica no muy alta, de pelo corto y flequillo lacio y con una sonrisa limpia y pícara. Se desplazaba por entre las mesas con su falda de cuadros y sus bailarinas rojas con unos movimientos suaves y armoniosos. Sentados uno frente al otro empezamos a fantasear cómo sería una cita a tres con una chica como ella. Nos excitaba imaginárnosla sentada desmadejadamente en nuestro sofá y charlando de cualquier cosa, haciendo risas mientras tomábamos una copa, iniciando un juego casi inocente, pasando a otros cada vez más atrevidos, dejándonos llevar...
Cuando nos levantamos dejamos en el platito la factura, la propina y debajo de todo ello una tarjetita pequeña con una reproducción de un cuadro de los nenúfares de Monet donde le había escrito este texto: "Nos han encantado tus manos, tu manera de moverte y tu sonrisa. Y no podíamos irnos sin decírtelo".
Justo cuando salíamos por la puerta miré hacia atrás y la sorprendí leyendo la nota y vi como un leve rubor empezaba a cubrirle las mejillas.




sábado, enero 08, 2005




En mi pueblo siempre ha habido una reserva de solteros. En cada quinta dos o tres jóvenes solían quedarse descolgados y no conseguían emparejarse. Mi primo Juan fue uno de ellos. Intentó, cuando aún había oportunidades, varios acercamientos a chicas de su edad pero ninguno fructificó. Volvió a insistir con la hornada siguiente, tres o cuatro años menores que él, pero siempre se sentía desplazado y no consiguió resultarle atractivo a ninguna chica. Poco a poco empezó a instalársele un destello de tristeza en la mirada y a medida que pasaban los años intuía que pronto le llamarían lo que llaman en mi pueblo a los que carecen de futuro: mozo viejo.
Por fin, cuando la familia había perdido la esperanza de recogerlo, apareció una mañana contando que se había echado novia formal en el pueblo de al lado. Que fuera forastera le daba un atractivo especial a mi futura prima, y al ser de un pueblo más grande mi tía se imaginó a una señorita más refinada que las del lugar y empezó a insistir a mi primo para que la trajera a casa. No sé habló mucho de esa visita. Sólo trascendió el comentario que le hizo mi tía a su marido cuando los enamorados se despidieron. Dicen que mi tía le confesó que ese día había entendido eso de que el amor es ciego. Qué habría podido ver su hijo en una mujer tan sin sustancia, se lamentó. Te ha visto a ti, le contestó su marido. Y tenía razón.




jueves, enero 06, 2005




Una tarde del verano pasado alguien me contaba su primer encuentro con una persona que había conocido en la red. Me sorprendió que me dijera que no tuvo problemas en reconocerla (se habían cruzado ambos decenas de fotos) y más aún que me confesara que habían hablado tantas horas por messenger, e incluso por teléfono, que curiosamente casi lo sabían todo el uno sobre el otro. Esperaba descubrir en esa narración algún punto de encuentro con lo que fue mi cita a ciegas con el que ahora es mi marido pero me di cuenta de que la brecha que han abierto las nuevas tecnologías es aún más abismal de lo que a veces imaginamos.
Mi cita a ciegas la viví un sábado por la tarde del mes de julio. Sólo sabía de él que le gustaba "el blues, Visconti, los colores cálidos y divagar sobre casi todo" y había escuchado su voz sólo los minutos suficientes para acordar el dia, la hora y el sitio en que nos encontraríamos. Su tono de voz bastó para decidirme a proponerle mi casa como lugar de la cita. La ventaja de jugar en mi propio campo pudo más que la prudencia que ese tipo de situaciones parecen exigir.
Lo primero que me sorprendió al abrir la puerta fue que no acusara excesivamente el esfuerzo de subir a un cuarto sin ascensor y lo segundo descubrir que no estaba nada mal, pero que nada mal. Tomamos cerveza, oímos a Serrat (era lo único decente que podía ofrecerle) y charlamos con ganas. Después, como vivía muy cerca, fuimos dando un paseo hasta su casa y ahí recibí el toque de gracia: había conseguido crear un espacio tan atractivo y personal que la fascinación que ya había empezado a ejercer sobre mí acabó desbordándose. Cuando a las doce de la noche me acompañó de vuelta a mi casa aún no nos habíamos rozado siquiera, pero esperando un semáforo en la glorieta de San Bernardo se volvió hacía mí y me atrajo hacia él. Pensé que era un beso de despedida pero ese contacto se demoró y no nos separamos hasta cinco horas después.
Al día siguiente era domingo y me desperté casi a la una de la tarde. Bajé a la calle y sin proponérmelo mis pasos me llevaron hacia la puerta de su casa. Necesitaba pruebas. Mirando el portal desde la acera de enfrente tuve por primera vez la certeza de que lo ocurrido la noche anterior no había sido un sueño.




miércoles, enero 05, 2005




Cuentan que cuando Enrique Tierno Galván daba clases en la Universidad Autónoma de Madrid se despidió una tarde de sus alumnos de la siguiente forma:

"Mañana les voy a hablar a ustedes de la Revolución Francesa, ¿cómo prefieren que lo haga a favor o en contra?".

Y me ha venido a la memoria esa frase porque ayer me ocurrió algo parecido a lo que manifestaba el viejo profesor. Cuando me senté frente al ordenador me apetecía hablar de la evanescencia de los blogs, de la belleza que entraña el que se desvanezcan sin dejar apenas rastro, de la falta de certeza de que perduren, de que me encanta que sea así, de que me asombra el que blogs que hoy nos fascinan mañana nos acaben cansando, de la ilusión de amistad que crean y de las amistades a veces ilusas que propician, de las fantasías que despiertan, de lo que proyectamos en quienes se esconden detrás, de lo que nos hacen soñar, de las amenazas de abandono de algunos como si de un juego amoroso se tratara, de las súplicas de otros para que vuelvan aunque todos sepamos que somos prescindibles, de los regresos a los pocos días de unos cuantos o de los adioses definitivos del resto.
Y al final terminé escribiendo de todo lo contrario.




martes, enero 04, 2005




No es que haya empezado el año con ganas de criticar, pero francamente en esto de los blogs personales hay que reconocer que está todo por hacer. Aquí todo el mundo va a lo suyo y nadie atiende a los intereses generales. Algún crítico con ganas de protagonismo, algún alma caritativa que te dice donde alojarte pero poco más. Y nuestros muertos, quién se ocupa de nuestros muertos. Nadie. Porque los blogs justo es reconocerlo nacen, se actualizan y mueren. Y dónde van cuando mueren, pues ni idea porque parece ser que ese tema no interesa a nadie.
Desde que empecé con mi blog es algo que me inquieta: adónde iré cuando deje de existir. Ante la falta de respuesta se te quitan las ganas de morirte y te pones a escribir como una posesa. Por qué creen ustedes que actualizo casi a diario, pues sencillamente por eso, por el miedo que le tengo al limbo blogueril.
Creo que deberíamos ponernos manos a la obra y crear una necrópolis en condiciones. Un sitio que recoja todos los blogs que acabaron sus días por inanición, por desidia, por acoso mediático, por exceso de éxito o simplemente porque sus autores necesitaban ese tiempo para otros menesteres más lujuriosos.
Tampoco hay que extenderse en demasía pero un epitafio imaginativo sería indispensable, así como un resumen del contenido del blog y una pequeña reseña de quién era, de cómo era y a qué dedicaba su tiempo libre el autor.
El tema de la reencarnación creo que lo voy a dejar para otro post porque aún tengo que darle un par de vueltas.




lunes, enero 03, 2005




"Señor Rossellini: he visto sus películas Roma, città aperta y Paisa y me han gustado mucho. Si necesita a una actriz sueca que habla muy bien el inglés, que no ha olvidado su alemán, que puede hacerse entender en francés y que en italiano sólo sabe decir 'Ti amo', estoy dispuesta a ir a hacer una película con usted."

Ese fue el texto del telegrama que Ingrid Bergman envió a Roberto Rossellini en 1948. Cuando lo leí me encantó saber que la turbulenta historia de amor que luego vivió con el director italiano tuvo un arranque tan peculiar.
Y me sedujo esta mujer, porque siempre me ha gustado ese tipo de personas; esas que incluso aunque estén en una situación inmejorable (la Bergman era una estrella mimada por Hollywood en esos momentos) no dejan de provocar al destino para que éste las sorprenda.




sábado, enero 01, 2005




Acabo de volver a Madrid y tengo los ojos asombrosamente abiertos. Durante días los he acostumbrado a no perderse ningún detalle, a mirar arriba y abajo, a otear por puertas y ventanas, a observar lo que en mi ciudad me resulta irrelevante, a descubrir encuadres insólitos, a escrutar los gestos de la gente, a detenerse en los puestos callejeros, a abrirse desmesuradamente o a entrecerrarse emocionados.

Me deberían doler de tanto esfuerzo, pero en vez de eso tengo la sensación de que me piden más. Hasta el jardín de mi casa lo miran como si no lo conocieran y sonríen a los vecinos como si fuera la primera vez. Mañana a primera hora me iré a una librería, me compraré una guía de Madrid y me echaré a la calle. No le veo otra solución.