domingo, septiembre 19, 2004




Cuando nació mi hijo recibí los regalos que suelen ser propios en esas circunstancias: flores institucionales, regalos para el bebé de los compañeros de trabajo de ambos, más regalos para el niño de parte de amigos y familiares y algún detallito para la madre de manos de los más íntimos. Sólo uno de los presentes me sorprendió sobremanera: una blusa de seda de Adolfo Domínguez primorosamente empaquetada. Me la llevó un compañero de trabajo de mi marido con el que había coincidido varias veces; me llevaba bien con él pero nuestra relación no justificaba un regalo tan personal y desproporcionado.

Cuando vino a verme mi mejor amiga se lo comenté y a ella también le extrañó ese gesto. "Sólo podría entenderlo -me dijo-, si fuera homosexual".

Me chocó este comentario de mi amiga en ese momento. Y aún no lo había olvidado cuando año y medio después el compañero de trabajo de mi marido salió del armario.