lunes, septiembre 27, 2004




Desde que el momento en que mis padres supieron que su segundo hijo estaba en camino tuvieron muy claro cuál iba a ser su nombre. No hubo dudas ni discusiones, le llamarían Francisco, como su padre. Como ya tenían una niña, lo lógico era que fuera niño y además la barriga picuda y el exceso de paño en la cara de mi madre eran signos inequívocos del sexo del que estaba por llegar.

El día de autos apareció un hermoso bebé de más de cuatro kilos, pero de género femenino. Como entonces se daba a luz en la propia casa no se pudo achacar este contratiempo a un cambio de bebé o a cualquier otro error médico. Lo que había es lo que había y punto. A la mañana siguiente mi padre fue al Registro a inscribirme. Cuando estaba a punto de llegar se dio cuenta de que no había hablado con mi madre sobre el nombre de la niña. Preguntó al secretario que cuál era el santo del día y este le contestó que San Pascual Bailón. Mi padre lo descartó de inmediato aunque era un gran aficionado al baile y repasó los nombres de sus cuatro hermanas: Bonifacia, Aurelia, Priscila y Elisa. Afortunadamente para mí, su hermana del alma era mi tía Elisa y con ese me quedé. Aunque ahora que lo pienso si hubiera elegido Bonifacia quizás me hubieran conocido desde pequeña como Bo.