viernes, septiembre 10, 2004




Hasta hace siete años me lamentaba de que no existiera una ITV para las relaciones de pareja. Algo tan sensible y frágil debería revisarse cada cierto tiempo. Cuántas relaciones se hubieran salvado si alguien, por el módico precio de 20 o 30 euros, les hubiera advertido a tiempo de que había un defecto leve que debían subsanar.

En 1997 descubrí Ikea. Mi marido y yo fuimos a la tienda de Alcorcón a comprar una librería. La elegimos, conseguimos encontrarla en un pasillo inmenso, fuimos capaces de cargarla en la baca del coche y tuvimos que hacer malabarismos para subirla del garaje hasta nuestra casa. Y empezó la fiesta: abrimos cajas, doblamos cartones y plano a la vista nos dispusimos a montar aquel galimatías. Tres horas más tarde me di cuenta de dos cosas, una de que la librería que habíamos conseguido montar era increíblemente idéntica a la vista en la tienda y dos, que nuestra relación de pareja era más sólida de lo que nunca hubiera pensado. Una relación que aguanta sin desmoronarse el montaje de un mueble de Ikea es una relación casi indestructible.

Desde entonces, y gracias a Ikea, ya tenemos nuestra ITV particular.