martes, agosto 30, 2005




El sexo se compone de fricción y de fantasía.
Al menos eso es lo que mantiene la sexóloga Helen Kaplan. Y no se lo discuto pero me pregunto en qué porcentaje. ¿Alguien lo sabe?




domingo, agosto 28, 2005




Le echo de menos. Fueron demasiadas las temporadas que pasamos juntos como para poder olvidarle. Lo disfruté siempre a pequeñas dosis, nada de atracones, quería que me durara cuanto más mejor, pero a pesar de eso llegó el final. Ahora cualquier circunstancia me lo trae a la memoria, hasta las más peregrinas. Esta mañana, por ejemplo, al ver una foto de Javier Marías en el periódico he pensado en él, y le he encontrado cierto parecido con el escritor. Quizás en las entradas, no lo sé, o en la forma de arquear las cejas o de mirar..., quién sabe.
No me importó que estuviera casado, ni que tuviera hijos, ni que aprovechara cualquier ocasión para tirarse a otras. Tampoco que se ganara la vida de manera tan poco ortodoxa. Sólo me bastaba con ver en su cara ese gesto de niño contrariado y la viveza de sus ojos para seducirme de nuevo.
Cuento los días que faltan para volver a verle. Necesito que salga cuanto antes la quinta temporada de Los Soprano en DVD. Necesito reencontrarme con Tony Soprano. ¡Ya!




jueves, agosto 25, 2005




Quería contaros cómo me va con mis sesiones de cine en casa y, además, proponeros un juego. Le he pedido a Mr. Peep (y se ha hecho de rogar que ni os cuento) que escribiera un comentario de las últimas películas que hemos visto. Así tenéis dos versiones: la suya y la mía. Se trata, cómo ya habréis intuido, de adivinar quién escribe con letra normal y quién es el de la letra de color azul. Y, como curiosidad, os diré que ambos lo escribimos sin conocer la versión del otro.

Entre copas: Para paladearla, bebérsela sorbito a sorbito y seguir disfrutándola horas después.
Un tipo gris con un amigo frívolo. Lo curioso es que acabe pillando a una mujer tan interesante.
Conociendo a Julia: Reconozco que me ponen de patillas las películas con actores superconocidos: me cuesta creérmelas. Nada de eso me ocurrió con esta película: Annette Benning está que se sale. Viéndola se entiende que su seductor marido aparcara sus correrías cuando la conoció. En cuanto a Jeremy Irons vuelve a estar como en sus mejores tiempos de Retorno a Brideshead.
Una peli para contemplar a placer a Annette Benning. Y una historia con un fondo amoral muy interesante: el de la relación de complicidad entre ella y Jeremy Irons, su marido.
Olvídate de mí: Contra todo pronóstico me pareció insulsa.
Para olvidarse de ella. Insoportable Jim Carrey. Pasable la Winslet.
Gente con clase: Muy irregular.
Como Arriba y Abajo, con toda la gracia de las comedias inglesas.
Las vírgenes suicidas: Una buena idea totalmente desaprovechada. Que esas chicas se suiciden no acaba de entenderse, pero que la joven Coppola no se suicidara al concluir la película se entiende aún menos.
Pretenciosa. Promete al principio pero luego descubres que no hay nada.
El hundimiento: Curiosa, inquietante y excesivamente larga. Podía haber dado más de sí, aunque sólo por ver al magnífico Bruno Ganz encarnando a Hitler merece la pena sentarse frente a ella.
Previsible, sin grandes hallazgos, salvo la formidable interpretación de Bruno Ganz y el encanto de la secretaria de Hitler.
El juego de Ripley: Me gustó ver a John Malkovich como Ripley aunque reconozco que Alain Delon daba mejor el tipo. Este peca demasiado de intelectual y la película resulta por momentos confusa.
Lo mejor, la villa italiana de Ripley, y John Malkovich, desde luego, y cinco minutos en los que parece que va a haber morbo de calidad: el momento de la narración del intento de conquista a su amante.




martes, agosto 23, 2005




Esta mañana he vuelto al trabajo y me he pasado el día haciendo infinitos quiebros para huir de los fotógrafos aficionados. Hablo de esos compañeros que vuelven de vacaciones cargados de fotos de sus viajes y que te obligan a decir un monosílabo ante cada una de ellas, cuando al fin y al cabo has visto la torre de Pisa mejor fotografiada o la pirámide del Louvre bajo un mejor ángulo. Si sólo fuera en estas fechas se les podría perdonar pero no, suelen ser los mismos que aprovechan cualquier evento familiar para acarrear sus álbumes con fotos de su boda o del nacimiento de sus hijos (éstas, especialmente, suelen ser temibles: el bebé solo en veinte posturas distintas, y con la madre, con el padre, con la cuñada, con los abuelos, con esos vecinos que son como de la familia...).
Siempre he tenido la sensación cuando viajo, y les encuentro cargados con sus cámaras, de que sólo pueden ver a través de ellas, de que lo que contemplan no les produce goce, de que el disfrute les viene al mostrar a otros lo que a ellos no les ha emocionado. Me recuerdan a Luis Miguel Dominguín cuando se despidió de Ava Gardner después de su primer escarceo sexual. Dicen que le preguntó la estrella que a dónde iba y él sorprendido le respondió: "A dónde voy a ir... ¡a contarlo!".




jueves, agosto 18, 2005




En uno de los baches de mi relación con Mr. Peep tuve una pequeña historia con un ingeniero. Era un tipo muy listo, y quizás por eso sorprendía más su torpeza en asuntos sentimentales y eróticos. Lo conocí en una fiesta a la que también había acudido su ex-mujer, una extranjera simpática y distante. De ella apenas recuerdo nada, sólo que llevaba un vestido negro de Sybila de los de quitar el hipo y que tuvimos que acercarla a su casa porque aún no habían roto esas rutinas que se establecen en las parejas y que perduran incluso cuando ya no queda nada más.
Aunque en principio pensamos acercarnos a Clamores, finalmente optamos por la sala Galileo Galilei (al día siguiente supe que si hubiéramos ido a Clamores me hubiera topado con Mr. Peep coqueteando con una chica demasiado guapa como para no tenerla miedo). Y sentados en una mesa se produjo nuestro primer acercamiento, tan torpe, por su parte, que resultaba casi enternecedor. Asombraban esos balbuceos en un tipo acostumbrado a tomar decisiones, con un matrimonio a sus espaldas y entrado en la treintena. No sé lo que me atrajo de él, pero aún recuerdo lo que disfrutaba acariciando la manga de su abrigo de cashmere.
Fue una relación fugaz. A los pocos meses dejamos de llamarnos, aunque no de vernos. Si iba al Reina Sofía allí estaba mi ingeniero, si acudía a los Alphaville varias butacas delante estaba él sentado, o coincidíamos tomando una copa en el Café Central o paseando por el Jardín Botánico. Después dejé de encontrármelo y no tuve noticias de él hasta que un día Mr. Peep me llamó al trabajo y me preguntó por el apellido de mi novio el ingeniero. Cuando se lo dije soltó una carcajada y me confesó: "Fantástico, a partir de la semana que viene será mi jefe".




jueves, agosto 11, 2005




Una de las cosas de las que tuve prescindir cuando nació mi hijo fueron mis frecuentes salidas al cine. Hasta entonces solía ir dos veces por semana; por un lado, porque me encanta que me cuenten historias y, por otro, porque como vivía en el centro de Madrid, estaba a pocos minutos andando de casi todas las salas. Como acostumbraba a estar bastante informada acertaba a menudo (aunque recuerdo fracasos memorables como cuando salí pitando de los cines Ideal a la mitad de Henry y June).
Después las cosas fueron distintas: canguro, desplazamientos en coche, aparcamientos desesperantes y, total, para perder el tiempo a veces con algo insustancial. Esto hizo que mis salidas fueran más espaciadas, y sólo en los casos en los que estaba casi segura de acertar, lo que hacía que me perdiera esas pequeñas joyas inesperadas que te sorprenden y te hacen salir del cine con una sonrisa satisfecha. Estos últimos días, varada en Madrid en días de vacaciones, he aprovechado para visitar un pequeño videoclub que hay en mi misma calle y, así, rememorar en el salón de mi casa aquella costumbre ya perdida de peli un día sí y otro también. Os cuento cómo me ha ido:

Robots Stories: Cuatro historias de auténtica ciencia ficción. La primera, una pareja que experimenta la paternidad con un robocito bebé como paso previo para poder adoptar uno de verdad, es simplemente genial.
Closer: Aunque la cogí con bastantes reticencias, acabó convenciéndome. Además con su puntito de morbo (del bueno, claro está).
The Station Agent: Una auténtica delicia. Ver deambular a Fin, un enano enamorado de los trenes, junto a sus dos amigos, te reconcilia con el género humano en cuestión de minutos.
Thirteen: Una de adolescentes de las de no perdérselas.
Love Actually: Ofenden al género femenino cuando afirman que este tipo de películas está hecho para nosotras.
The Company: Cosas como ésta sólo las puede hacer Robert Altman y unos pocos más.
Quiero ser como Beckham: Original. La verdad es que yo no quiero ser como el futbolista pero no me importaría nada ser como una de las actrices de la peli: Keira Knightley. No te cansas de mirar a esta chica.




martes, agosto 09, 2005




El dios Júpiter se vio prendado de la hermosura de las tierras gallegas, y para poseerla, la atravesó con un río, el Miño. Pero su esposa, la diosa Juno, no estaba por la labor de compartir su amor con una extraña, por lo que pensó que, si en la faz de aquella hermosa tierra abría una gran herida, Júpiter terminaría por repudiarla. Una herida que en algunos lugares casi alcanza los 300 metros de desnivel y que hoy son los maravillosos Cañones del Sil.

Este texto lo leí cuando preparaba mi salida veraniega a Galicia y al norte de Portugal. Inmediatamente busqué una casa rural en esos parajes e hice la reserva para iniciar mi viaje justo en ese punto: en la Ribeira Sacra. También descubrí que en ese lugar hay un sitio conocido como los balcones de Madrid, y que se llama así porque allí acudían las mujeres a despedir a sus maridos que se dirigían a diversos lugares de España a vender sus barquillos, aunque para ellas todo era irse a Madrid.
Ese viaje, finalmente, he tenido que aplazarlo. Problemas familiares me retienen en Madrid y sólo me permiten pequeños desplazamientos: estos días pasados a Gredos y más adelante una corta escapada a Valencia. Esta es la razón, mi querida po, de que no haya habido despedida.




viernes, agosto 05, 2005




Decía Javier Marías hace unos años que se tienen hijos o amantes por casi idénticas razones: para poder contarles nuestra vida.
Espero que con la aparición de los blogs no disminuya aún más la natalidad, ni la ocupación hotelera furtiva se resienta.




jueves, agosto 04, 2005




Muchas veces me han preguntado si lo que cuento en el blog es cierto o es pura ficción. Como casi todos sabéis en este blog se inventa poco, desgraciadamente, porque os confieso que nada me gustaría más que tener la capacidad para fabular historias como las que a veces cuento. Pero como es agosto y estamos casi en petit comité os propongo un juego y a ver cómo nos sale. El post que viene a continuación podría ser, por una vez y sin que sirva de precedente, verdadero o falso. ¿Ocurrió o no lo que en él se cuenta? Leed con atención y emitid un veredicto.

Una tarde viendo mi programa favorito de la tele, Cifras y Letras, y después de soportar a un concursante impresentable que utilizaba una especie de palo con una manecilla en el extremo para ayudarse a hacer los cálculos, tomé una determinación: mandaría un correo e iría a concursar al programa. Nunca pensé tener que arrimar el hombro pero estas cosas cuando hay que hacerlas se hacen y no se le dan más vueltas.
Pocas semanas después me llamaron para hacer una prueba y, una vez superada, me citaron en los estudios que la productora tiene en la Ciudad de la Imagen. Se empeñaron en maquillarme a pesar de que yo apenas lo hago. Les dejé hacer y cuando acabaron me dijeron que viera como me habían quedado los ojos de bonitos. No se lo dije por no parecer presuntuosa y no restarles mérito a su trabajo pero mis ojos es lo mejor que tengo, maquillados o sin maquillar. Así que les reté a que consiguieran idénticos resultados con mi pelo (una media melena de color rubio oscuro y de cabellos finos y sin cuerpo) y claro los resultados no fueron los mismos.
El presentador resultó un tipo más interesante que en la tele y, entre otros cotilleos, me contó que el tipo de la manecilla era el mánager de un fulano de la banda de Tamara (la Mala) que se pasó todo el programa intentando citar a su representado sin conseguirlo.
Mi primer contendiente fue un chico que llevaba siete programas seguidos y al que se veía muy suelto. Como suelo crecerme ante los retos, y además me gusta ganar hasta jugando con mi hijo al Uno, me empleé a fondo y a falta de tres pruebas ya tenía asegurada la victoria. Con el segundo no fue lo mismo. La nueva concursante era bastante más floja, y aunque fuimos muy igualadas durante todo el programa, en la última prueba me ganó. Pero, bueno, me volví a casa con seiscientos euros, el juego de Cifras y Letras, once tomos de la Enciclopedia Larousse y otra en formato digital. Y dos meses después en mi pueblo hubo un gran revuelo cuando unos a otros se avisaron de que pusieran Telemadrid porque salía la muchacha de Paco en la tele. Siempre pensé que para los de mi pueblo sería eternamente la chica de Paco (mi hermana mayor es la grande), pero me equivoqué. Desde ese día, para referirse a mí, simplemente dicen la de Paco, la que salió en la tele.




martes, agosto 02, 2005




Siempre he pensado que la calidad humana de nuestros congéneres sigue una distribución normal de parámetros 0 y 1. Que no se asusten los de letras que esto se explica muy fácilmente. Esa famosa distribución estadística no es otra que la archiconocida campana de Gauss. Echadle una ojeada y seguimos. Pues bien, en la cola de la izquierda estarían los auténticos hijos de puta, esos impresentables que afortunadamente sólo representan un 2,5%. La de la derecha recogería a las personas de una calidad humana fuera de lo común (no estoy pensando en Teresas de Calcuta o similares, precisamente), que desgraciadamente sólo son otro 2,5%. Y en el 95 por ciento restante estarían encuadradas casi todas las personas con las que nos relacionamos: unos más generosos que otros, unos más cálidos y otros menos, unos con el ego más subido (como la que suscribe, por ejemplo) y otros más humildes... El porqué de que nuestros amigos nos parezcan casi perfectos no es otra cosa que nuestro deseo de quererlos: no es que los queramos porque sean fantásticos, es que los vemos fantásticos porque los queremos.
Recordaba esto el otro día cuando un comentarista aludía a mi exceso de ego pretendiendo incomodarme. En realidad lo que consiguió fue halagarme porque, a estas alturas de la película, que lo único que se le ocurra reprocharme sea eso sólo tiene una explicación: o es decididamente benevolente o apenas me conoce: puedo asegurarle que sin demasiado esfuerzo descubriría una ristra de defectos que me acompañan desde que tengo memoria. Estaba pensando hacer yo misma esa lista, interminable, pero creo que tampoco hay que dar tantas facilidades, ¿no?




lunes, agosto 01, 2005




Acaba de publicar Siruela una novela muy curiosa, Cinco idiotas, que narra las peripecias de cinco personas que pasan una mala racha y a las que se les aparece un hada que les ofrece concederles un deseo. Eso sí, les impone una condición: que no tenga nada que ver con la salud, el dinero o el amor.
El hada les recomienda optar por cosas concretas, un lavavajillas por ejemplo, pero los cinco personajes se van por los cerros de Úbeda certificando su condición de idiotas. A mí esta hada que va de ejecutiva impaciente y distante me parece un poco cutre. Podia estirarse un poco más y sugerir una buena casa, por ejemplo, en vez de un electrodoméstico que está al alcance de cualquiera. Si es que hasta las hadas ya no son lo que eran. ¡Qué desastre!
A pesar de la poca confianza que me merece, por si acaso se me aparece, llevo un tiempo dándole vueltas a cuál sería mi petición y no termino por decantarme por nada en concreto. ¿Alguna sugerencia?