miércoles, septiembre 08, 2004




A mi padre le costó más de lo que pensaba adaptarse a la vida de un pueblo de agricultores. Hasta que se casó con mi madre había vivido en una ciudad pequeña y trabajaba con sus padres en las tiendas de ultramarinos que estos poseían y la vida rural se le hizo cuesta arriba. Lo único que le atraía del campo era la posibilidad de cazar, era un excelente cazador, pero eso en mi pueblo no estaba bien visto.
Cuando tuvo que empezar a cultivar las tierras que mi madre había heredado empezaron los problemas: no sabía varear olivas, ni sembrar garbanzos, ni podar la viña y, lo que es peor, los animales no le hacían caso, decir "heeeeeey, muuuuuula", puede parecer sencillo, pero una "e" de más o una "u" de menos son capaces de hacerte perder autoridad ante un animal de ese tipo.
Una tarde estaba intentando cargar dos sacos a una burra que nos habían dejado, pero no conseguía equilibrar la carga porque el animal no paraba de moverse. Mi padre lo intentaba una y otra vez sin éxito, mientras resoplaba desalentado. Le dije que en vez de ponerse rojo debería aprender a decir tacos. Se volvió hacia mí y me dijo: mecagüendios, quítate de ahí no te vayas a llevar una hostia. Y fue oír esa imprecación y la burra se quedó clavada en el sitio.