miércoles, noviembre 30, 2005




La película se llama Red Rock West y la escena es la siguiente:
Un joven a quien han confundido con un asesino a sueldo va a advertir a una mujer de que su marido quiere acabar con ella. La esposa, en vez de sorprenderse, le ofrece el doble porque el muerto sea su cónyuge. El chico se queda estupefacto y pregunta por qué lo hace, pero la mujer dice que eso no puede explicarse a alguien que nunca ha estado casado. Y sentencia: "El matrimonio es un estado de ánimo".
Me pregunto si lo es.




viernes, noviembre 25, 2005




Reconozco que no acostumbro a dar consejos, y no es porque no me interese lo que les ocurra a las personas que tengo a mi alrededor sino porque creo que no tengo soluciones para nadie. Ni para mí misma, la mayor parte de las veces. Sin embargo, suelo hacer una excepción cuando una amiga o una compañera de trabajo me cuenta que tiene una primera cita. Lo siento, pero no me puedo reprimir y siempre acabo dándoles esta recomendación: por favor, no habléis demasiado, escuchad, escuchad y escuchad, y si además miráis al chico con arrobo y ponéis una expresión de estar oyendo lo más interesante de la última década, seguro que acabáis recogiendo frutos.
Esto que suele ser motivo de risas, sobre todo porque lo acompaño con gestos y pongo cara de estar extasiada ante las palabras del otro, es algo que siempre intuí que funcionaba. Pues bien, acabo de enterarme de que la ciencia acaba de darme la razón. Y si no me créeis pinchad aquí y sorprendeos.




martes, noviembre 22, 2005




Los editores reciben a lo largo del año cientos de originales no solicitados. Dicen que los más prolíficos suelen ser los jubilados que, ante el horizonte de horas y horas de inactividad, se dedican a llenar folios y folios contando su vida con todo detalle. No sé si la culpa la tiene ese famoso dicho que nos recuerda que antes de dejar este mundo deberíamos al menos plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo, pero por si acaso propongo actualizar esa frase que ya se está quedando un poco demodé y sustituirla por la siguiente: Plantar un árbol, mantener un blog y tener un hijo.
Y seguro que con el cambio saldríamos ganando porque un blog es, sin duda, más inmediato, más interactivo, más respetuoso con el medio ambiente, más colorido, más asequible, más actualizable, más de todos, más ingenuo, más sorprendente, más directo, más virtual, más limpio, más efusivo, más cercano, más etéreo, más fácil de escribir, más personal, más de andar por casa, más divulgativo, más accesible, más novedoso, más alegre, más efímero, más entretenido, más transferible, más anónimo, más cordial, más espontáneo, más corto, más abierto, más falto de pretensiones, más barato... Más vivo.




domingo, noviembre 20, 2005




Marina Abramovic aceptó estar de pie en una galería durante seis horas y que todo aquel que entrara en ella pudiera elegir cualquiera de los 72 objetos que la rodeaban -entre ellos cuchillos, tijeras, una aguja y un arma cargada- y utilizarlo con ella de la forma que quisiera. Fue la única obra en la que básicamente cedió al público el control sobre su cuerpo y sobre el dolor que podía sufrir.
Al principio, los participantes se iban implicando poco a poco, pero después de un rato rasgaron la ropa de la artista y le hicieron marcas, quemaduras y cortes en el cuerpo. Al final, un hombre agarró el arma e hizo que Abramovic la apuntara a su propia cabeza, tratando de obligarla a apretar el gatillo. Ella no se resistió, pero, al intervenir otros espectadores, se produjo una pelea. "Fue la única perfomance en la que estaba dispuesta a morir", afirma. Al explicar por qué, Abramovic cita al artista Bruce Nauman: "El arte es una cuestión de vida o muerte. Puede que sea melodramático, pero es así.

Esta obra llamada Rhythm 0 se representó en Nápoles en 1974 y su autora, que el año que viene cumplirá 60 años, va a presentarla de nuevo en la rotonda del Guggenheim de Nueva York. Me resulta tremendamente curioso. E inquietante. ¿Y a vosotros?




jueves, noviembre 17, 2005




La semana pasada mientras esperaba a que comenzara el concurso ¿Quieres ser millonario?, que a menudo veo con mi hijo, pillé el final de un programa de esos donde va la gente a contar sus miserias, espoleados por presentadores impresentables que sólo quieren carnaza. Aunque pensé cambiar de inmediato me quedé enganchada con el tema que trataban: defendían que para el amor no hay barreras que no puedan saltarse: ni de edad, raza, estatus...
Para ilustrarlo entrevistaron a una pareja formada por un señor blanco de mediana edad y una joven mulata. El hombre insistía en que esa diferencia de color no había supuesto ninguna traba para su relación, que el amor era ciego decía, y yo me preguntaba mirando a esa chica preciosa de piel dorada si hubiera sido tan ciego de tratarse de esa misma mujer con treinta años más.




lunes, noviembre 14, 2005




Las cosas que se recuerdan son, en ocasiones, las más peregrinas, las más anecdóticas. De mi viaje a Nueva York y de mi visita al MoMa debería recordar lo que sentí cuando me puse delante de El baile de Matisse o del archiconocido Las señoritas de Avignon. Pero no. El que más me llamó la atención fue un cuadro de pequeño formato con el fondo en blanco y saliéndose por un extremo una enorme G de color rojo. No recuerdo quien era su autor pero sí recuerdo que pensé que era idéntico al último logo que tuvo Galerías Preciados antes de desaparecer.
Si ahora visitara en el MoMa esos llamados diseños para la era del miedo no sé cuál sería la imagen que me traería para recordar dentro de diez años. Quizás la de estos fantásticos treetents que seguro harían las delicias de El barón rampante o, por qué no, la de estos trajes para la subversión con cámara de vídeo incluida. Aunque nunca se sabe.




domingo, noviembre 06, 2005




Cuando mi familia emigró a Levante se encontró con un problema que no había previsto: a mi padre le rechazaban en todos los trabajos a los que se presentaba. Tenía 46 años y aunque a lo largo de su vida había trabajado en casi todo, a su edad le pedían una especialización de la que carecía. Mi hermana y yo, al contrario, teníamos decenas de ofertas para trabajar de camareras. Ante esa desigualdad se nos ocurrió ofrecernos como un pack: o los tres o ninguno.
Al día siguiente de buena mañana empezamos de nuevo a visitar hotel tras hotel. En todos la respuesta era la misma: para las chicas sí, pero para usted no tenemos nada, le decían a mi padre. Al medio día, y cuando ya estábamos a punto de desistir, visitamos un hotel que iban a inaugurar en las próximas semanas. El encargado no estaba y nos dijeron que volviéramos en una hora. Como no era cuestión de ir y volver nos sentamos debajo de un olivo en un solar al lado del hotel y nos dispusimos a esperar. El calor a esa hora del mediodía era insoportable, aquello era un descampado polvoriento con los barracones y restos de materiales de la obra del hotel y una decena de moscas aburridas que rápidamente empezaron a cebarse con nosotros. Desde donde estábamos veíamos pasar a los turistas ligeros de ropa y haciendo risas, y, afortunadamente para nosotros, ni se nos ocurrió compararnos con ellos. Nosotros estábamos a lo nuestro.
Dos horas más tarde mi padre engrosó su ya de por sí extenso curriculum y fue contratado como jardinero. Y mi hermana con dieciocho años y yo con quince nos iniciamos en el mundo laboral. Estábamos los tres tan contentos que mi padre se permitió el lujo de comprar una barra de helado de corte para celebrarlo en familia. Cuando le dijo a la chica del kiosko que pusiera también un paquetito de galletas me tuve que contener para no dar un salto de alegría.


Hoy sí quisiera ser un personaje de ficción, una figurita de dibujos animados de carácter alocado y carente de dramas, que no sufra pérdidas, ni tenga que vivir duelos. Pero como no lo soy, he querido rescatar este post escrito hace poco más de un año para dedicárselo a la memoria de mi padre que nos ha dejado esta semana.
Adiós, papá.




miércoles, noviembre 02, 2005




Reconozco que quizá me pasé en mi post del día 3. Sí, ese en el que aludía a ciertos comportamientos femeninos que me sacaban de quicio. Quizás, como alguno de vosotros me advirtió, se trataba de una retahíla de lugares comunes que difícilmente pueden sostenerse. Así que, si os parece, acabemos de una vez con el tópico primero de la fila, ése de que a las chicas les cuesta rascarse el bolsillo.
Se trata de un ejercicio muy sencillo, sólo tenéis que hacer memoria y contarnos por 25 euros la respuesta, en el caso de los chicos, las veces que en una primera cita habéis sido invitados por esa aún casi desconocida a cenar. Y en el caso de las féminas, obviamente, las ocasiones en que a las primeras de cambio habéis sacado la Visa para pagar esa primera cena (ah! y no sirven excusas del tipo de que él se empeñó en pagar, que ya somos mayorcitas y no siempre muy influenciables).