viernes, septiembre 24, 2004




Los que me quieren siempre me han reprochado por leer El País con tanta fruición. Dicen, con cierto recochineo, que no dejo rincón por escudriñar, que me leo todo: los anuncios, las necrológicas, la sección de deportes, la lidia, las fe de erratas, los cumpleaños... Pues sí, tienen razón, pero es que nunca sabes dónde van a sorprenderte. Ayer, por ejemplo, en las cartas al director del suplemento de Madrid un gaditano contaba los avatares sufridos para casarse por lo civil con su novia madrileña. Huyendo de la frialdad de Pradillo había preguntado en su junta de distrito pero se encontró con que sólo casaban los jueves por la tarde. Buscó en los pueblos de la Comunidad y decía lo siguiente:

"La sorpresa fue descubrir que los ayuntamientos reservaban casi siempre los viernes y sábados, y que las listas de espera estaban llenas de vecinos de Madrid forzados a casarse en el exilio y a participar en un floreciente, caro y engorroso turismo rural de bodas. (...) nos enteramos de que en algún que otro ayuntamiento cercano a Madrid la tarifa del concejal para celebrar el enlace en sábado en. digamos, un restaurante podía ascender a unos abusivos 600 euros, y que empezaban ya a celebrarse ceremonias ficticias en sábado con un actor contratado en el papel de concejal (sin conocimiento de los invitados, claro), previo paso de los novios a hurtadillas por la junta municipal de turno el susodicho jueves."

Y os confieso que fue lo que más me interesó de todo lo que leí.