martes, agosto 31, 2004




Del primer jefe que tuve en la banca me enamoré hasta los huesos. Tenía treinta y siete años y yo veintiuno y aunque el flechazo fue mutuo nuestra historia estaba muerta de antemano. Él estaba casado y no quiso jugar a seducirme. Como no podía ejercer de amante ejercía de tutor: me pedía que les acompañara a las comidas con clientes para que me fuera habituando a mi nuevo estatus, me recriminaba por apoyar los codos en la barras de los bares como si fuera un muchacho e, incluso, intentó que tuviera una cita con una persona de su equipo, un tipo inteligente y con una envidiable situación económica. Pero yo sólo tenía ojos para él y él para mí, aunque tratara de disimularlo. Siempre estábamos pendientes el uno del otro en todo momento, aprovechábamos cualquier ocasión para estar juntos y demorábamos la salida del trabajo por miedo a separarnos. Un día me dijo que daría su vida por tener diez años menos y ningún compromiso, para poder ofrecerme lo que yo le pedía y él no podía darme. Estuve a punto de echarme a llorar antes de tiempo.

El mes de agosto se me hizo eterno sin verle y no me importó volver a trabajar, al contrario, lo estaba deseando. Pero él no estaba. Mi mejor compañera me llevó a tomar un café y me dijo que estaba ingresado. El dolor que sentía en la rodilla desde meses atrás era consecuencia de un cáncer de huesos y su estado era muy delicado. Por la tarde fui a verle al hospital y me sorprendió encontrarle risueño y haciendo bromas, me cogió la mano y me dijo que estaba viendo un catálogo de piernas ortopédicas por si acaso tenían que amputársela.

Me encantaría que pudiera leer este post y que viera que uso faldas como una señorita. Me encantaría que siguiera vivo.




lunes, agosto 30, 2004




Mi primer novio leía el As mientras yo leía El País. No tengo la certeza de que esa fuera la causa que me llevó a cortar con él, pero lo cierto es que tampoco puedo achacarlo a nada más concreto. Un día intuí que esa relación no entraba en mi proyecto vital y tomé mi primera decisión seria. Tenía veintiún años. Me costó más de dos meses superar el dolor que yo misma me inflingí. Hace un mes me crucé con él en mi pueblo y me miró como si todavía me echara de menos.

Mi segundo novio leía el mismo periódico que yo, pero supongo que aunque hubiera leído la prensa del corazón eso hubiera sido irrelevante. Estaba colada por él y tenía miedo de que la historia acabara. Un día, decidió cortar por lo sano y el mundo se me cayó encima. Estuve durante más de media hora dando vueltas por mi buhardilla repitiéndome: ¡No me lo puedo creer!, ¡no me lo puedo creer!, ¡no me lo puedo creer! A la mañana siguiente lloré mientras se lo contaba a mi compañera del trabajo, pero a medida que pasaba el día empecé a sentir una especie de liberación, como si me hubieran quitado un peso de encima. Podía ser yo de nuevo y ese pánico a la ruptura que me atenazó mientras estuve con él desapareció. Y me sentí feliz por primera vez en muchos meses. Al día siguiente lo olvidé. No sé lo que él tardó en olvidarme a mí.





domingo, agosto 29, 2004




1. Juego sola a la puerta de la cocina de mi abuela. Dentro, mi madre y mi tía charlan de sus cosas. No presto atención hasta que me doy cuenta de que hablan de nosotras, de mí y de mi hermana. Mi tía, que aún está soltera, dice que mi hermana es guapísima, que le encantan sus bucles rubios y sus aires de princesa. Cuando acaba las loas a mi hermana y empieza conmigo aguzo el oído. Me quedo perpleja con lo que oigo. Dice la bruja de mi tía que es una pena que yo sea tan feílla. Imagino a mi madre poniendo cara de estupefacción ante ese comentario y espero oírla responder como es debido y poner las cosas en su sitio, pero mi madre, que no sabe que yo escucho, se limita a decir: "Mujer, no es para tanto".

2. Mi hermana, que tiene seis años, ha empezado a ir a la escuela y le han comprado una cartilla con todas las letras. Yo, que tengo tres, le pido que me enseñe a leer. Me dice que sólo conoce las vocales y me las muestra. Cuando repaso esas cinco letras me acerco con la cartilla a mi madre y le digo que cómo se llama la letra que señalo. Mi madre me dice que la eme y lee: ma, me, mi, mo y mu. Me vuelvo al patio y empiezo a practicar: mama, memo, mimo, mamo... Cuando termino vuelvo a preguntar por otra letra y por otra letra y por cómo se dice, y por otra, y por otra, y así hasta que termino la cartilla.

3. Mi abuela regenta una posada que tiene una cocina inmensa. Por las noches está llena de gente y las conversaciones se mezclan. A menudo me llaman para que lea. Siempre hay gente de paso que no se acaba de creer lo que ha oído contar de la nieta de la posadera. Llego con mi sillita de enea, me siento y me quedo mirando a los que hablan hasta que se hace el silencio. Alguien me alarga una hoja de periódico arrugada y a veces hasta grasienta y yo leo una noticia tras otra. Como leo muy deprisa puedo levantar la cabeza de vez en cuando y ver la sorpresa de los mayores y la envidia de mi hermana y de mis primas. Y me siento en paz. Unas tienen bucles y otras leen.




sábado, agosto 28, 2004




Siempre he sido una entusiasta. Es casi imposible que no acabe encontrando algo positivo a cualquier cosa que me ocurra. Siempre busco y siempre encuentro. Si salimos de Madrid sin atascos, se lo hago notar a mis chicos y me alegro de esa circunstancia extraordinaria. Si, como suele ser habitual, las retenciones empiezan a la puerta de casa siempre se me ocurre algo para desdramatizar la situación y les digo: menos mal que no tenemos prisa; qué suerte tenemos por no chuparnos estos agobios a diario (ambos vamos andando a trabajar); qué gusto tener un coche con aire acondicionado...
A veces, sin embargo, me paso. Un miércoles de Semana Santa tuve un accidente de tráfico saliendo de Madrid. Viajaba con una amiga e iba a ver a mis padres a Alicante, pero no pasé de Atocha. En la ambulancia que me conducía al Hospital Clínico, y mientras la sangre me encharcaba la camiseta recién estrenada, empecé a buscar algo a lo que agarrarme, pero no se me ocurría nada. Había terminado los exámenes de febrero, el trabajo en el banco había sido agotador las últimas semanas, tenía ganas de levantarme en una casa con gente querida y esas vacaciones me eran casi imprescindibles. Seguí, no obstante, dándole vueltas y de pronto me acordé de mi peso: la ansiedad por los exámenes y mi pasión por los dulces me habían echado encima tres o cuatro kilos. Y me di cuenta de mi suerte. La estancia en el hospital, y la imposibilidad de picar entre horas, iba a permitirme recobrar de nuevo mi figura. Y no me equivoqué. Diez días después salí del hospital con las marcas de ciento cuatro puntos pero luciendo tipito.




viernes, agosto 27, 2004




Una de mis pasiones literarias es el género epistolar. En la época en que devoré la correspondencia de Flaubert y la de Kafka se me ocurrió poner un anuncio en una revista literaria para intentar emularles. Recibí decenas de cartas, unas previsibles, otras más curiosas y una que, entre otras cosas, decía lo siguiente:

"(...) No te voy a dar muchas pistas acerca de las imágenes que me turban, es tu labor descubrirlas; pero si mi carta te despierta el instinto depredador, podrías empezar por contestarme describiéndote; doy por hecho que tienes las cualidades obvias, pero a mí me interesan las otras, las más oscuras. Por ejemplo, qué piensas cuando te vistes para una cita, al ajustarte las medias delante del espejo, al pintarte los labios. ¿Piensas en la mirada que te recorrerá, en lo que dejarás ver y en lo que ocultarás? Creo que debo decirte que tengo pareja desde hace tiempo. Confío en que no te importe, porque presumo y deseo que no sea ese el territorio de juego..."

Cuando por la noche me encontré con el que entonces era mi pareja -y ahora es mi marido- le hablé de las cartas recibidas ese día y, sobre todo, de la escrita por el individuo en cuestión. Aunque temía que se molestara por mi insistencia, no podía evitar sacar la conversación de vez en cuando y fantasear sobre cómo sería un tipo que era capaz de escribir una carta en esos términos. Cuando volvíamos de cenar me dijo al oído algo que ni remotamente sospechaba pero que, visto después, era casi evidente: el autor de la carta era él.




jueves, agosto 26, 2004




Una vez leí una frase de Marguerite Duras que me dejó helada. Decía que ella era una alcohólica que llevaba casi cinco años sin beber. Y la entendí. Yo soy una fumadora que lleva cinco años sin fumar. Y como le ocurre a los alcohólicos jamás me atrevería ni siquiera a dar una calada. No me veo viviendo otro duelo.
Nunca me han gustado las medias tintas. Cuando me empleo en algo lo hago a conciencia. Por eso cuando fumaba, fumaba. Nada de un cigarrito después de comer o medio paquete cuando salía a tomar unas copas. No, lo mío iba en serio, desde que me levantaba me ponía con ello y cualquier ocasión era buena para encender un pitillo. Nunca me había planteado dejar de fumar pero como pasaba por un periodo de apatía en el trabajo pensé, que a falta de retos profesionales, no me vendría mal probarme en otros ámbitos. Marqué una fecha en el calendario y la noche anterior me acosté dos horas después de lo habitual para poder despedirnos a conciencia. Y nos dijimos adiós.




miércoles, agosto 25, 2004




Casi todos los jóvenes de mi pueblo soñaban con salir de allí y buscar otros horizontes. La mayoría optaron por irse solos a trabajar en lo que fuera y los más privilegiados por seguir a sus padres a Madrid, donde el cabeza de familia había conseguido una portería.

Sin embargo, una minoría, los que querían estudiar, seguían otros caminos más arriesgados. Eran los seminaristas y las postulantes, que intentaban engañar año tras año a sus congregaciones haciéndoles ver lo arraigado de una vocación inexistente. Mi hermana la mayor fue una de ellas, aunque sus escasas dotes para el teatro le impidieron revalidar su estancia al finalizar el primer año.

Pero el que más preocupaba a todo el pueblo era mi primo Hilario. Desde pequeño había tenido algún problemilla con la vista y mi tía no paró hasta que fue acogido por la ONCE. Ser vendedor del cupón de ciegos era un trabajo para toda la vida y de los mejores. Pasó todas las pruebas gracias a que simuló ver menos de lo que en realidad veía. Su madre le insistía en todas las cartas para que no fuera ni al servicio sin el bastón, pero la buena mujer siempre temió que descubrieran el engaño. Un día, mi primo se dio cuenta de que estaba perdiendo vista alarmantemente, se lo comunicó a su madre y, por fin, mi tía pudo dormir tranquila.




martes, agosto 24, 2004




Nunca pensé que la relación con el que ahora es mi marido fuese a durar toda la vida. Nunca lo he pensado de ninguna de las historias que he tenido. Sin embargo, a medida que han ido pasando los años y la relación se ha ido haciendo más compleja y cargándose de matices, se ha instalado en mí la certeza de que probablemente envejezcamos juntos.

Espero que mis predicciones se cumplan y que, aunque con altibajos, sigamos creciendo como pareja. Confieso, no obstante, que hay ocasiones en que fantaseo con la posibilidad de una ruptura. Eso nos permitiría vivir algo que no hemos vivido aún: ser amantes furtivos.




lunes, agosto 23, 2004




Cuando era pequeña apenas viajaba. Aparte de varios desplazamientos a Talavera, una increíble visita a Madrid a los nueve años y mi primer gran viaje a Levante con quince, donde descubrí el mar, no fue hasta entrada la veintena cuando empecé a viajar en serio. Y como todos los descubrimientos tardíos, me fascinó.

Ahora me sigue fascinando y disfruto viajando por el placer de ver sitios distintos y de verme yo diferente en esos lugares; por el placer de mirar con otros ojos y de ver cómo otros ojos me devuelven la mirada; por el placer de sentirme extraña y olvidarme momentáneamente de quien soy...

Pero, por encima de todo, por el placer de volver a mi casa, abrir la puerta y sentirme acogida de nuevo.




domingo, agosto 22, 2004




Insisto en que hay ciertas cosas en la vida que sólo harías por un hijo. Esta mañana he vuelto a coincidir con Luis Figo comprando la prensa en el centro comercial y le he alargado El País para que me firmara un autógrafo. Mi hijo es un apasionado madridista y la vez anterior me recriminó por no habérselo pedido.

Mientras escribía un manido: "Con afecto, Figo" le he mirado distraídamente. Lo de mirarle lo he hecho por mí, no por mi hijo, y no porque sea especialmente mitómana que no lo soy en absoluto, ni porque tenga el más mínimo interés por el fútbol que no lo tengo, simplemente es que me he dado cuenta de que ese chico no está mal. Nada mal. Mejor dicho, está que te cagas.




viernes, agosto 20, 2004




Debía de tener unos quince años y viajaba sola a mi pueblo en el autobús de línea. El cobrador, un tipo siniestro con gafas de culo de vaso y una faltriquera mugrienta colgada en bandolera, y al que conocía desde siempre, se sentó a mi lado. Me sorprendió que ocupara ese asiento estando el autobús casi vacío. Me desagradaba esa cercanía e instintivamente me encogí en el asiento pero no tenía excusa para levantarme. Empezó a darme conversación y sin más preámbulos acercó su mano a mi muslo y empezó a rozármelo con las uñas. Tomé aire con fuerza y haciendo un esfuerzo sublime y con un hilo de voz le pedí que por favor dejara de tocarme la pierna. Se levantó a toda prisa y yo solté el aire hasta que me quedé vacía.

Debía de tener veintidós años y volvía de trabajar a eso de las tres de la tarde. Era el mes de agosto y no funcionaba el aire acondicionado en el autobús de la EMT que me devolvía a casa. De repente sentí un roce en la espalda, unos dedos me hurgaban intentando levantar el elástico del sujetador. Supuse que era algún niño que iba sentado sobre las rodillas de su madre. Eché una rápida ojeada, y para mi sorpresa vi que era un tipo de edad indefinida, a quién supuse que había disuadido al darme la vuelta. Me equivoqué, ya que minutos después volvió a la carga. La situación me resultaba casi divertida, esperé a que el autobús arrancara de una parada y me volví hacia él. Con firmeza y elevando un poco el tono de voz le dije: "Mire, acabo de trabajar, hace un calor insoportable y lo último que me falta es aguantar a un tipo como usted metiéndome mano". Volví a mi periódico mientras oía a varias señoras indignadas recriminándole su actitud y mientras imaginaba al susodicho aguantando el tirón hasta la próxima parada.

Siete años dan para mucho.




jueves, agosto 19, 2004




A pesar de la fascinación que siempre he sentido por Barcelona, sólo la he visitado en tres ocasiones. (Me refiero a viajes de placer, los desplazamientos por trabajo nunca los he considerado viajes.)

1. Estancia de dos días a los veinte años para visitar a mi primer novio. No la presté apenas atención. Tenía otras prioridades y apenas salí de la habitación del hotel.

2. Estancia de tres días de paso hacia el Bajo Ampurdán. Desde que llegué supe que me pedía más tiempo, y disfruté de la sensación que pocas ciudades te transmiten. Ese algo indefinible que te hace sentirte más viva, más audaz, más entusiasta, más seductora, más ingeniosa...

3. La semana pasada, por fin, pudimos disfrutarnos sin prisas. Aún no sé si estoy embarazada. Sueño con traer al mundo otro Parque Güell.




miércoles, agosto 18, 2004




Hace casi una década leí una novelita escrita por Nicholson Baker y titulada Vox que narra una conversación telefónica subida de tono entre dos desconocidos que viven en ciudades distintas. Confieso que me resultó inquietante y, como suele pasarme a menudo, fantaseé con vivir una situación como la que describía.

Hace dos años se presentó la ocasión. Nuestra pasión por la literatura y por el género epistolar había sido el punto de partida, pero carta tras carta fueron aflorando, al principio veladamente y más tarde de forma expresa, otras fantasías, otros sueños, otros deseos... Ambos teníamos pareja, y sabíamos que sólo era un juego -el más delicioso de los juegos-, pero decidimos jugarlo. Sin embargo, la relación puramente intelectual nos acabó resultando claustrofóbica y decidimos permitirnos una pequeña licencia: explorarnos a través de sólo uno de los sentidos. Una noche tumbada en el sofá de mi casa y con el teléfono pegado a mi oreja, me dejé llevar, y llevar, y me sorprendí sintiendo un deseo rotundo por alguien a quien no había visto, ni olido, ni tocado, ni saboreado, y me asombré de los matices de sus susurros y de los míos, de sus jadeos y de los míos...

Hasta que se hizo el silencio y de pronto y casi al unísono una risa fresca y desconocida nos embargó. Siempre me he preguntado si esa risa fue el equivalente al cigarrillo del polvo tradicional.




martes, agosto 17, 2004




Cuando mis padres se conocieron y mi padre supo que mi madre era seis años más joven que él, decidió quitarse un año para acortar distancias. Mi madre se enteró de esta circunstancia en el Juzgado el día que estaban arreglando los papeles para casarse y, todavía hoy, utiliza cualquier excusa para recordárselo, y para echárselo en cara. Siempre salgo en su defensa y me pongo de parte de mi padre.

Cuando cayó en mis manos El guardián entre el centeno aproveché para leer a mi madre la parte en donde se habla de la capacidad de fabulación de Holden: capaz de salir a comprar el periódico y regresar contando con todo lujo de detalles que ha estado en la ópera. "Tienes un personaje literario en la familia y no te has dado cuenta", le dije. "No, tengo dos", me contestó. No quise preguntar quién era el otro.




lunes, agosto 16, 2004




Nadie que no lo haya vivido puede entender la soledad del que llega a una ciudad desconocida. Afortunadamente, al principio hay que desplegar tanta actividad para salir adelante que puedes hasta ignorarla. Sin embargo, a medida que vas solucionando los problemas logísticos esa soledad va tomando cuerpo y empiezas a sufrir en carne propia ese desarriago del que tantas veces has oído hablar a los que un día tuvieron que partir, sin llegar a entenderlo.

Conmigo se cebó de una forma brutal una tarde de invierno. Había empezado el año con mal pie: fue la primera y, hasta ahora, la única vez en mi vida que había pasado sola la Nochevieja y esa tarde de Reyes la casa se me caía encima. Salí a dar un paseo por la Gran Vía e incluso me invité a una napolitana, pero mi estado de ansiedad no sólo no remitía sino que iba en aumento. Tenía necesidad de compañía, de saber que aunque poco le importaba a alguien pero no tenía a nadie a quien recurrir. Y lo sabía.

Por un momento, pensé dejarme caer en medio de la calle para sentir como unos brazos me incorporaban y como una voz preocupada me preguntaba si ya me encontraba mejor. Pero no me atreví. Tenía miedo de que todos pasaran de largo y nadie se detuviera. Tenía miedo de no tener fuerzas para levantarme sola. Tenía miedo de no querer levantarme.




domingo, agosto 15, 2004




Esta mañana he visitado la exposición Monocromos. De Malevich al presente. Mi hijo, a quién de momento no parecen interesarle estos experimentos visuales, se entretenía leyéndonos los títulos de los cuadros. Después de varios rótulos pomposos y rebuscados -poco acordes con el minimalismo de la muestra- y ante un cuadro que mostraba el rincón de una estancia desnuda, nos ha leído Simplemente rincón y le hemos dicho que ese sí era un título magnífico. Ante nuestro asombro nos ha confesado que se lo acabada de inventar. Me he acercado para comprobarlo y he leído Sin título.








Hay ciertas cosas en la vida que sólo harías por un hijo. Esta mañana he hecho una de ellas. He ido al Reina Sofía a visitar una exposición de Dalí.




viernes, agosto 13, 2004




"No lloréis antes de que os peguen".

Esta frase, leída en la prensa días atrás, se ha instalado en mi memoria. Salía de la boca de una mujer inteligente y luchadora, de las que tuvieron que enfrentarse a posguerras, miserias y soledades y consiguió emocionarme.




jueves, agosto 12, 2004




Nunca he tomado alcohol. Lo intenté a los dieciséis años en mi época discotequera con combinados de lo más variopinto, pero tuve que aceptar lo evidente: me desagradaba el sabor. Así que me refugié en el mosto, los refrescos sin gas y los batidos de chocolate.

Un novio que tuve en Madrid se burlaba cariñosamente de mí diciéndome que cómo pretendía que me pasaran cosas interesantes en la vida bebiendo sólo Tri Naranjus. Me dio que pensar y me propuse acostumbrarme al amargo sabor de la cerveza. Para iniciarme en su consumo la pedía mezclada con gaseosa, y pensé que en unos meses podría dar el salto definitivo y tomarla sola.

Pero, de repente, empezaron a pasarme tantas cosas que me acojoné y me quedé con esa mezcla dulzona. Y en esas sigo, aunque a veces la mezclo con limón. Y me da cierta tranquilidad: siempre me ha gustado tener una carta en la manga.





martes, agosto 10, 2004




El problema de juntar nuestras casas de soltero fue dónde colocar tanto libro acumulado de uno y de otro. Tiramos por el camino de enmedio y decidimos que, salvo un centenar, el resto los trasladaríamos al pueblo, a la casa de mis padres. Hasta ahora todo estaba saliendo bien, nosotros contentos y a los autores tampoco se les ve incómodos. Tenía miedo sobre todo por los más urbanitas: Cortázar, Duras, Marías, pero creo que se han adaptado con cierta facilidad.

Con lo que no contaba era con la actitud de mi madre. Al principio, aprovechando mis viajes, le dejaba a mano algún ejemplar que pensaba que podía interesarle. Pero desde hace unos meses ha decidido prescindir de mis recomendaciones porque dice que se piensa leer todos y que tanto le da hacerlo antes o después. Como los va separando, sé lo que ha leído; algunos son gente de fiar, como Rosa Montero, Carmen Martín Gaite o Doris Lessing, pero he visto que ha leído El extranjero de Camus y que va a meter mano a La náusea de Sartre. Me preocupa. No me veo, a estas alturas, con una madre existencialista.




domingo, agosto 08, 2004




Mi hermana se gana la vida haciendo retratos al pastel. Lo que más me gusta de su trabajo es cómo trata a sus modelos: quita y pone a su antojo. Al cuarentón más pelo, a la señora menos arrugas, a la niña más bucles y de un rubio más intenso, a la adolescente ese mirar pícaro del que carece, al joven ese gesto apuesto con el que sueña...

Jamás ha tenido una queja. Todos se encuentran muy parecidos, casi idénticos. Los problemas los tenía cuando intentaba retratarlos tal como los veía.




sábado, agosto 07, 2004




Lo que me enamora de mí:

-Mis ojos.
-Mis dientes.
-Mis hombros.
-Mis piernas.
-Mi piel.


Lo que no me enamora:

-Todo lo demás.




miércoles, agosto 04, 2004




"Me caso", nos dijo una de las camareras que trabajaban conmigo en el hotel una mañana. Tenía veinticuatro años y todas recibieron la noticia alborozadas. Todas menos yo. Siempre me alegraba cuando una de nosotras aparecía con la cara radiante y confesaba que acababa de conocer a un tipo increíble, pero las bodas me parecían entonces y me siguen pareciendo ahora más un final que un principio.

Al día siguiente, mientras esperábamos a que se abriera el comedor, me comentó que tenía que renovarse el carnet de identidad. La animé a hacerlo antes de la boda: "Al menos", le dije, "seguirás siendo soltera en el carnet hasta que tengas que renovarlo de nuevo". Me miró sorprendida. Sus compañeras de cuarto le habían aconsejado justo lo contrario.




martes, agosto 03, 2004




Cuando terminé la carrera me planteé dejar la banca y ampliar mis horizontes profesionales. Envié un currículum a una empresa que solicitaba economistas, procedentes del sector financiero y con amplia experiencia docente.

En la entrevista les confesé que mi experiencia docente era nula. Eso sí, les comenté que había hecho teatro y que si había sido capaz de mantener la atención de un público variopinto, estaba convencida de que un grupo de directivos bancarios no iba a resistírseme.

A la semana siguiente abandoné las finanzas y me estrené en el sector de la consultoría.




lunes, agosto 02, 2004




Había insistido tanto en que lo invitara a estudiar a mi casa que al final accedí. Se presentó con un montón de libros y una bandeja de pastas de té de un cuarto. No sé cómo supo que las pastitas de mantequilla eran una de mis adicciones. A media tarde hicimos un descanso para tomar un café. Me puse con ellas y la bandeja quedó limpia en cuestión de minutos.

Dos días después repitió la visita, teníamos que preparar un examen de Econometría y me pidió que lo invitara a mi buhardilla de nuevo. En casa de sus padres era difícil estudiar, me dijo. Se presentó con una caja de medio kilo y, para su sorpresa, cuando terminamos de tomar café sólo quedaban unas migas (cuando estaba sola echaba las migas en una esquina y las volcaba en la palma de la mano para no desperdiciar nada, pero claro, no procedía).

Nunca volvió. No sé qué es lo que pudo darle miedo.