martes, enero 31, 2006




Me encanta que la película de Isabel Coixet haya conseguido tantos premios Goya, no sólo porque esa chica siempre me ha gustado sino porque una película llamada La vida secreta de las palabras se merece todos los reconocimientos aunque sólo sea por ese fantástico título.
Sin embargo, hay algo que me resulta cuanto menos chocante y es que los dos protagonistas (Tim Robbins y Sarah Polley) no hayan sido ni siquiera nominados como mejores actores. ¿Será porque su interpretación no ha sido del agrado de los miembros de la Academia o simplemente por su condición de extranjeros?




domingo, enero 29, 2006




"Tío, yo conduzco un camión de la basura . ¿Qué voy a hacer si no para que las chicas se fijen en mí?".
Pues lo que han hecho éste y otros muchos camioneros de la ciudad de Nueva York es colocar peluches en sus radiadores a modo de modernos mascarones de proa. No me negaréis que resulta conmovedor.




miércoles, enero 25, 2006




El orden en casa de mis padres siempre fue un desconocido. Recuerdo que de pequeña podías pasarte horas y horas buscando unas tijeras hasta que finalmente dabas con ellas en el lugar más peregrino. Eso sí, en el camino recuperabas el tubo de pegamento Imedio por el que mi hermana llevaba preguntando toda la semana. Eso de un sitio para cada cosa fue para mí un descubrimiento tardío y debió de impresionarme tanto que desde ese momento me convertí en una persona bastante ordenada. Así que supongo que como persona ordenada que soy (no de orden, claro está) debo tener infinitud de manías.
Y esto viene al caso porque decía Ainé hace unos días que sentía curiosidad por saber de mis manías. Y lo que yo siento es defraudarla, a ella y a Groutxo, porque no tengo ninguna rareza digna de mención. A pesar de todo y haciendo un enorme esfuerzo de introspección he encontrado lo siguiente:
-Leo la prensa de atrás hacia adelante (como unos cuantos más, me temo).
-No utilizo el cuchillo para comerme mis manzanas preferidas: las golden. Las lavo y luego las parto por la mitad con la mano dejando boquiabiertos a propios y extraños.
-No puedo pasar por delante de una moneda sin agacharme a recogerla, aunque sea de un céntimo. Siempre he asociado encontrarme una moneda con el anuncio de un golpe de suerte.
-Soy incapaz de cerrar un paraguas mojado: lo dejo secar y luego lo doblo con todos los pliegues perfectos, tan perfectos que parece salido de la tienda.
-Doy la mano cuando me presentan a alguien y evito a toda costa esos roces en las mejillas que te impiden mirar a los ojos a la persona que acabas de conocer.
Y ahora os paso el testigo a todos vosotros para que contéis las vuestras.




domingo, enero 22, 2006




Esta tarde acabo de enterarme de que todos llevamos una personalidad vocacional medieval en nuestro interior. Así que he ido rauda y veloz a comprobar cuál era la mía y el resultado ha sido éste:

Tu personalidad marcada, el soberano benevolente, puede encontrarse en los reinos más prósperos de la época. Es el soñador social idealista. Tu meta primordial es resolver los problemas de las personas de tu entorno. Eres un reformador social que desea que todos estén felices en un mundo que puedes visualizar. Tienes una percepción extraordinaria de los males y las necesidades del género humano. A menudo cuentas con el entendimiento y la habilidad para concebir e implementar inmediatamente las soluciones de tus percepciones. En el lado positivo, eres persuasivo de forma creativa, carismático y con inquietudes ideológicas. En el lado negativo, puedes ser sentimental de forma muy poco realista, impulsivo y disperso, así como arteramente manipulador. Curiosamente, tu preferencia es igual de apropiada en los reinos corporativos de hoy día.

Así que si tenéis curiosidad pinchad aquí y con sólo contestar a ocho preguntitas de nada sabréis lo que hubierais sido de vivir en el medievo. Eso sí, sed buenos y volved a contárnoslo.




miércoles, enero 18, 2006




Cuando vamos al cine siempre queremos que nos den asientos que estén en nuestra filas favoritas y, a ser posible, que estén bien centraditas. Cada uno tiene sus gustos: a unos les gustan las de muy atrás, a otros las del medio y hasta conozco a unos cuantos que prefieren sentarse casi sorbiendo la pantalla. Pero a los diez minutos de empezar la película, y si esta merece la pena, casi todos olvidan dónde están sentados y se entregan a la historia que les cuentan, y ríen, y lloran, y se emocionan, y se dejan llevar por esa magia que algunos directores consiguen transmitirnos con sus películas.
Si, por el contrario, nuestra elección no ha sido acertada, y ya desde los primeros planos nos hemos dado cuenta de que aquello es una sandez empezamos a sentirnos incómodos. Si estamos mal ubicados nos lamentamos de tener el cuello rígido o de ver la pantalla demasiado pequeña y si tenemos un sitio de fábula empezamos a sentir que hace demasiado frío o demasiado calor, y hasta nos molestan las risas del resto que francamente pensamos que no tienen razón de ser.
Y os cuento esto porque el otro día alguien me preguntó si creía que el tamaño importaba.




lunes, enero 16, 2006




Escribiendo el último post me vino a la memoria algo que siempre me ha sorprendido leyendo en la prensa la sección de Cartas al director. Curiosamente hay dos colectivos profesionales que son citados muy a menudo por los remitentes. Uno de ellos son los conductores de autobuses, y todas las cartas hablan del trato lamentable que reciben: conducen muy rápido o muy lento, los dejan tirados en las paradas, los salpican cuando llueve, los hacen bajarse si no llevan cambio, se distraen hablando con otros pasajeros, ponen la radio demasiado alta, les obligan a cerrar el cochecito del bebé, pegan frenazos bruscos, ponen la calefacción a tope para poder ir ellos en camisa, y así hasta el infinito. Pues bien, la que suscribe que odia conducir y utiliza a menudo este medio de transporte tiene una experiencia totalmente diferente: la mayoría me parece gente correcta, que incluso a veces te espera cuando te ven llegar con la lengua fuera o vuelven a abrir la puerta para acoger a algún rezagado, que te informan cuando les pides alguna información e incluso te avisan de dónde tienes que apearte.
Las otras cartas suelen referirse al colectivo que cuida de nuestra salud. Pero a diferencia de las primeras en estas el tono es totalmente diferente: todas son de agradecimiento. Todos destacan la magnífica profesionalidad de los celadores, las auxiliares de clínica, las enfermeras y los médicos. Hasta ahí puedo entenderlo, porque creo que todos ellos, como la mayoría de los profesionales de otros sectores, se esfuerzan por hacer su trabajo de la mejor manera posible. Lo que me pone los pelos de punta es cuando además les agradecen la humanidad con que les han tratado. Me pregunto que trato es el que esperaban recibir.




miércoles, enero 11, 2006




Hay dos cuestiones que por no haberlas experimentado me cuesta mucho compartir. Una es el asunto de los nacionalismos. Si es verdad eso que dicen de que los nacionalismos se curan viajando debí recuperar la salud la primera vez que con ocho o nueve años tomé un autobús a Talavera porque nunca he sentido ni la más mínima molestia.
La otra son los corporativismos. Eso aún me resulta más difícil de entender. He sido estudiante, camarera de pisos, de comedor, cuidadora de niños, administrativa, empleada de banca, consultora, formadora o economista; y, hasta ahora, nunca me he sentido aludida cuando alguien ha criticado a alguna persona de mi mismo oficio. Por eso no deja de asombrarme que haya quién defienda a los de su profesión a capa y espada, pretendiendo que creamos que todos los taxistas, o los médicos, o los conductores de autobuses son de la misma especie. Me pregunto de qué se defienden.




domingo, enero 08, 2006




Una de las costumbres más arraigadas en mi pueblo era el de tirarse pedos a diestro y siniestro: en la casa, en la calle, trabajando en el campo o tomándose un chato en el bar. El único sitio que se libraba de esos efluvios era la iglesia, por eso algunos solían quedarse en la puerta sin entrar y así seguir disfrutando de ese hábito. Aunque no todos lo hacían nadie se atrevió nunca a quejarse cuando una peste repentina los inundaba: se daba por hecho que así se había hecho siempre y había que respetar los derechos de los que querían desahogarse de esa manera.
Cuando se supo que los gases que desprendían los pedos eran cancerígenos algunos tímidamente se atrevieron a pedir medidas en su defensa, pero inmediatamente les hicieron callar y les tacharon de intolerantes.
Y bien, me diréis que esto es un cuento, pues sí, lo es, pero es que no sé cómo decir que estoy hasta la coronilla de oír a unos y a otros hablar de la ley antitabaco. Y es que si algo tiene esta ley de reprochable es que ha tardado demasiado en llegar. Estoy cansada de los fumadores porque no tienen razón al obligarnos a los demás a fumar a la fuerza, del Gobierno que se atreve a decir en su campaña televisiva que en el fondo los fumadores están deseando esta ley, de los empresarios que obligan a recuperar los minutos que sus empleados consumen en la puerta de la oficina pero no los que gastan al teléfono o conectados a internet, de la prensa que hoy afirma que si esta ley consigue irritar a los ciudadanos es probable que los no fumadores empiecen a fumar y los ex fumadores retomen el vicio (tamaño disparate se recoge hoy en el editorial de El País).




martes, enero 03, 2006




Dicen que André Breton manifestó al conocerla: "Esto es surrealismo puro".
Un ilustre historiador canario que compartió un día avión con Fernando Delgado dicen que sentenció: "Es un belén sin figuras".
Pablo Neruda exclamó: "Pero si estamos ya en América Latina".
Alexander von Humboldt, el gran naturalista alemán, se lamentó: "Me voy con lágrimas en los ojos. Quisiera venir a vivir aquí".
Juan Benet también quedó maravillado pero no he podido saber qué dijo en concreto.
Y Mr. Peep puede dar fe de que al llegar a Tenerife la que suscribe salió de su letargo invernal, estiró el cuello y soltó esta simpleza: ¡¡¡Veintiséis-grados!!! ¡¡¡No-me-lo-puedo-creer!!!