jueves, septiembre 30, 2004




(Conclusión al post del 27 de agosto.)

Cuando se acercó a mi oreja y me dijo que el autor de la carta era él me entraron deseos de matarlo. Eso no me podía pasar a mí. Insistí confiando en que me dijera que había sido una broma, que claro que no era él, pero en vez de eso desgranó cuatro números, los de su apartado de correos y ya no me cupo la menor duda. Y me entraron ganas de llorar. De un plumazo se había cargado a la persona sobre la que había proyectado mis fantasías, mis sueños y mis deseos las últimas horas. Se dio cuenta de mi desazón y, entre risas, me dijo que cómo no me daba cuenta de la suerte que tenía: "No tienes que seducirme, me tienes ya seducido". Pero enrabietada como estaba y con un gesto de niña contrariada sólo acerté a decirle lo evidente: yo no quería que fuera él, yo quería tener DOS.