domingo, enero 09, 2005




Una mañana después de visitar una exposición en el Centro de Arte Reina Sofía nos fuimos a comer a La Vaca Verónica, un restaurante argentino que estaba en la zona de Huertas y que resultaba, y espero que siga resultando en su nuevo emplazamiento, muy coqueto. La belleza de los cuadros contemplados nos había exaltado en cierta medida y estábamos en ese estado de felicidad y languidez que te entra cuando has experimentado el goce de disfrutar de imágenes que te subyugan.
Creo que esa fue la razón de que, ni a mi pareja ni a mí, nos pasara desapercibida la camarera que nos atendió. Era una chica no muy alta, de pelo corto y flequillo lacio y con una sonrisa limpia y pícara. Se desplazaba por entre las mesas con su falda de cuadros y sus bailarinas rojas con unos movimientos suaves y armoniosos. Sentados uno frente al otro empezamos a fantasear cómo sería una cita a tres con una chica como ella. Nos excitaba imaginárnosla sentada desmadejadamente en nuestro sofá y charlando de cualquier cosa, haciendo risas mientras tomábamos una copa, iniciando un juego casi inocente, pasando a otros cada vez más atrevidos, dejándonos llevar...
Cuando nos levantamos dejamos en el platito la factura, la propina y debajo de todo ello una tarjetita pequeña con una reproducción de un cuadro de los nenúfares de Monet donde le había escrito este texto: "Nos han encantado tus manos, tu manera de moverte y tu sonrisa. Y no podíamos irnos sin decírtelo".
Justo cuando salíamos por la puerta miré hacia atrás y la sorprendí leyendo la nota y vi como un leve rubor empezaba a cubrirle las mejillas.