domingo, enero 16, 2005




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No sé si no serán excesivos los más de dos mil actos programados con motivo del IV Centenario de El Quijote, pero con lo que me temo que no nos van a abrumar va a ser con los fastos en memoria de Farinelli, el castrato que convirtió Madrid en la capital mundial de la ópera en el siglo XVIII y cuyo tercer centenario se celebra también este año.
Farinelli, cuyos servicios se disputaban las principales monarquías europeas, al estilo de lo que ocurre hoy en día con los astros del balón, fue fichado en exclusiva por Isabel de Farnesio para conseguir aliviar la depresión que padecía su marido, el monarca Felipe V. Todas las noches, Farinelli cantó las mismas cuatro piezas al "rey melancólico", hasta su muerte diez años más tarde. Su sucesor Fernando VI y, sobre todo, su mujer Bárbara de Braganza, una gran melómana, le nombraron director de los entretenimientos reales y llevó a cabo un plan de representaciones, tanto en el Real Coliseo del Buen Retiro de Madrid como en el Real Sitio de Aranjuez, que resultaron memorables.
Cuentan que para llevar a cabo uno de esos espectáculos operísticos, Farinelli ordenó construir embarcaciones de río llamadas falúas, conocidas como la Escuadra del Tajo, una con forma de pavo real, otra de ciervo y las demás de navíos de guerra. En la falúa real navegaban, a su paso por Aranjuez, el rey tocando el clave y la reina y Farinelli, a dos voces, cantando bellísimas composiciones, y detrás de ellos el resto de la comitiva que no salía de su asombro ante el espectáculo que tenían el privilegio de contemplar.
Nosotros, sin embargo, deberemos conformarnos con escuchar por enésima vez la espléndida banda sonora de la irregular película de Gérard Corbiau y cerrar los ojos para imaginarnos sentados a orillas del río Tajo viendo avanzar entre brumas esas pequeñas embarcaciones exquisitamente decoradas.