domingo, enero 30, 2005




Hay una novelita muy curiosa, La lectora, que en el cine protagonizó Miou-Miou, que narra la vida de una joven recién casada que un día decide poner un anuncio para ganarse la vida leyendo a domicilio. Sus clientes son de lo más variopinto: un adolescente en silla de ruedas más interesado por las rodillas de la lectora que por Maupassant, una viuda solitaria y enjoyada que solicita sus servicios para hacerse leer a Marx y a Tolstoi o un club de sexagenarios que con su petición de escuchar al Marqués de Sade consiguen turbar a la joven lectora.
Desde que leí esa novela no dejo de darle vueltas al asunto. Dicen los que me han oído leer que no lo hago nada mal, que tengo una voz agradable y cierta gracia en la entonación. Y, a veces, como ahora, cuando estoy con un proyecto delante y pocos deseos de meterle mano, me pregunto si no me he equivocado de profesión. Me imagino como lectora profesional leyendo a mis clientes a mis autores favoritos, hoy El amante, mañana La montaña mágica, al día siguiente El malogrado...
Aunque si soy realista supongo que, como en todos los trabajos, al final tendría que someterme a los deseos del que paga y en estos momentos estaría hasta la coronilla de leer por enésima vez El Código da Vinci. Así que puestos en esa tesitura creo que voy a continuar ganándome la vida como hasta ahora y así podré seguir leyendo los libros que me dé la gana.