jueves, enero 27, 2005




Si lo hubiese sabido, mi primo no habría tenido tantas prisas por venir a este mundo. Se adelantó dos meses sobre la fecha prevista y esa condición de sietemesino fue como un lastre que arrastró durante toda su infancia. Era el más esmirriado de todos los de su edad y tuvo que soportar las mofas de grandes y chicos, pero eso nunca pudo con él: mi primo siempre fue un tipo sonriente. Cuando empezó a ir a la escuela las cosas no mejoraron. Se encontraba fuera de sitio, así que a la hora del recreo cogía discretamente su cartera y salía al patio con intención de marcharse. Aunque alguna vez lo conseguía, la mayor parte de las veces era sorprendido por la maestra, pero mi primo no se alteraba. La miraba con una sonrisa y le preguntaba si es que no era la hora de salir, cuando la maestra le recordaba que era el recreo mi primo ponía cara de asombro y volvía sobre sus pasos sin inmutarse.
Las cosas empezaron a cambiar cuando descubrió su facilidad para las imitaciones. No había humorista de la televisión que se le resistiera y en los bares empezaron a reclamarle para que demostrara sus dotes. Consiguió más de una cocacola gratis, ya que a mitad de actuación solía advertir de que se le estaba quedando la boca seca y siempre había alguien dispuesto a invitar al artista y, lo más importante, logró que en vez de reírse de él se rieran con él. Pero eso no era más que un espejismo, cuando terminaba la función las chuflas continuaban y al final se fue del pueblo a trabajar a Benidorm.
Hace un año nos invitó a su boda y más de uno se sorprendió de que hubiera conseguido encontrar pareja. La novia, una chica de ascendencia nórdica y de piel transparente, parecía sacada de una película de Bergman. A pesar de trabajar de peluquera, o quizás por eso, llevaba su cabello rubio recogido en un moño de los de andar por casa y con mechones que se le escapaban por entre las horquillas. En vez del envaramiento que suele acompañar a las novias, su naturalidad me cautivó, hasta se puso a correr detrás de su sobrino remangándose el vestido y dejando al descubierto sus piernas cubiertas por medias blancas. En ese momento miré a mi primo y vi que la miraba con el asombro del que todavía no se acaba de creer lo que le está pasando.