miércoles, enero 12, 2005




Poco antes de nacer mi hijo, oí a Manuel Vázquez Montalbán decir que uno de los inconvenientes de la paternidad era que a partir de ese momento era casi imposible estar ausente. Y tenía razón, aunque esas cosas los padres suelen callarlas y sólo hablan de la felicidad que les ha proporcionado el recién llegado.
Otra cuestión son los espectáculos a los que acabas arrastrando a tu retoño y a ti mismo: películas infantiles infumables y en muchos casos con un tufillo reaccionario que asusta, obras de teatro que en vez de ser para niños son sencillamente para estúpidos, payasos que en vez de carcajadas te provocan vergüenza ajena, óperas infantiles que te causan sonrojo... pero en medio de ese páramo a veces surge una sorpresa. Estas navidades disfruté de una de ellas: ¡Nada...Nada!, una obrita teatral en la que cinco bailarinas consiguieron, en menos de una hora, que todos los que habíamos acudido al Teatro de la Abadía volviéramos a creer que la imaginación y la magia todavía son posibles.