domingo, agosto 29, 2004




1. Juego sola a la puerta de la cocina de mi abuela. Dentro, mi madre y mi tía charlan de sus cosas. No presto atención hasta que me doy cuenta de que hablan de nosotras, de mí y de mi hermana. Mi tía, que aún está soltera, dice que mi hermana es guapísima, que le encantan sus bucles rubios y sus aires de princesa. Cuando acaba las loas a mi hermana y empieza conmigo aguzo el oído. Me quedo perpleja con lo que oigo. Dice la bruja de mi tía que es una pena que yo sea tan feílla. Imagino a mi madre poniendo cara de estupefacción ante ese comentario y espero oírla responder como es debido y poner las cosas en su sitio, pero mi madre, que no sabe que yo escucho, se limita a decir: "Mujer, no es para tanto".

2. Mi hermana, que tiene seis años, ha empezado a ir a la escuela y le han comprado una cartilla con todas las letras. Yo, que tengo tres, le pido que me enseñe a leer. Me dice que sólo conoce las vocales y me las muestra. Cuando repaso esas cinco letras me acerco con la cartilla a mi madre y le digo que cómo se llama la letra que señalo. Mi madre me dice que la eme y lee: ma, me, mi, mo y mu. Me vuelvo al patio y empiezo a practicar: mama, memo, mimo, mamo... Cuando termino vuelvo a preguntar por otra letra y por otra letra y por cómo se dice, y por otra, y por otra, y así hasta que termino la cartilla.

3. Mi abuela regenta una posada que tiene una cocina inmensa. Por las noches está llena de gente y las conversaciones se mezclan. A menudo me llaman para que lea. Siempre hay gente de paso que no se acaba de creer lo que ha oído contar de la nieta de la posadera. Llego con mi sillita de enea, me siento y me quedo mirando a los que hablan hasta que se hace el silencio. Alguien me alarga una hoja de periódico arrugada y a veces hasta grasienta y yo leo una noticia tras otra. Como leo muy deprisa puedo levantar la cabeza de vez en cuando y ver la sorpresa de los mayores y la envidia de mi hermana y de mis primas. Y me siento en paz. Unas tienen bucles y otras leen.