lunes, agosto 02, 2004




Había insistido tanto en que lo invitara a estudiar a mi casa que al final accedí. Se presentó con un montón de libros y una bandeja de pastas de té de un cuarto. No sé cómo supo que las pastitas de mantequilla eran una de mis adicciones. A media tarde hicimos un descanso para tomar un café. Me puse con ellas y la bandeja quedó limpia en cuestión de minutos.

Dos días después repitió la visita, teníamos que preparar un examen de Econometría y me pidió que lo invitara a mi buhardilla de nuevo. En casa de sus padres era difícil estudiar, me dijo. Se presentó con una caja de medio kilo y, para su sorpresa, cuando terminamos de tomar café sólo quedaban unas migas (cuando estaba sola echaba las migas en una esquina y las volcaba en la palma de la mano para no desperdiciar nada, pero claro, no procedía).

Nunca volvió. No sé qué es lo que pudo darle miedo.