El problema de juntar nuestras casas de soltero fue dónde colocar tanto libro acumulado de uno y de otro. Tiramos por el camino de enmedio y decidimos que, salvo un centenar, el resto los trasladaríamos al pueblo, a la casa de mis padres. Hasta ahora todo estaba saliendo bien, nosotros contentos y a los autores tampoco se les ve incómodos. Tenía miedo sobre todo por los más urbanitas: Cortázar, Duras, Marías, pero creo que se han adaptado con cierta facilidad.
Con lo que no contaba era con la actitud de mi madre. Al principio, aprovechando mis viajes, le dejaba a mano algún ejemplar que pensaba que podía interesarle. Pero desde hace unos meses ha decidido prescindir de mis recomendaciones porque dice que se piensa leer todos y que tanto le da hacerlo antes o después. Como los va separando, sé lo que ha leído; algunos son gente de fiar, como Rosa Montero, Carmen Martín Gaite o Doris Lessing, pero he visto que ha leído El extranjero de Camus y que va a meter mano a La náusea de Sartre. Me preocupa. No me veo, a estas alturas, con una madre existencialista.