jueves, agosto 12, 2004




Nunca he tomado alcohol. Lo intenté a los dieciséis años en mi época discotequera con combinados de lo más variopinto, pero tuve que aceptar lo evidente: me desagradaba el sabor. Así que me refugié en el mosto, los refrescos sin gas y los batidos de chocolate.

Un novio que tuve en Madrid se burlaba cariñosamente de mí diciéndome que cómo pretendía que me pasaran cosas interesantes en la vida bebiendo sólo Tri Naranjus. Me dio que pensar y me propuse acostumbrarme al amargo sabor de la cerveza. Para iniciarme en su consumo la pedía mezclada con gaseosa, y pensé que en unos meses podría dar el salto definitivo y tomarla sola.

Pero, de repente, empezaron a pasarme tantas cosas que me acojoné y me quedé con esa mezcla dulzona. Y en esas sigo, aunque a veces la mezclo con limón. Y me da cierta tranquilidad: siempre me ha gustado tener una carta en la manga.