viernes, agosto 27, 2004




Una de mis pasiones literarias es el género epistolar. En la época en que devoré la correspondencia de Flaubert y la de Kafka se me ocurrió poner un anuncio en una revista literaria para intentar emularles. Recibí decenas de cartas, unas previsibles, otras más curiosas y una que, entre otras cosas, decía lo siguiente:

"(...) No te voy a dar muchas pistas acerca de las imágenes que me turban, es tu labor descubrirlas; pero si mi carta te despierta el instinto depredador, podrías empezar por contestarme describiéndote; doy por hecho que tienes las cualidades obvias, pero a mí me interesan las otras, las más oscuras. Por ejemplo, qué piensas cuando te vistes para una cita, al ajustarte las medias delante del espejo, al pintarte los labios. ¿Piensas en la mirada que te recorrerá, en lo que dejarás ver y en lo que ocultarás? Creo que debo decirte que tengo pareja desde hace tiempo. Confío en que no te importe, porque presumo y deseo que no sea ese el territorio de juego..."

Cuando por la noche me encontré con el que entonces era mi pareja -y ahora es mi marido- le hablé de las cartas recibidas ese día y, sobre todo, de la escrita por el individuo en cuestión. Aunque temía que se molestara por mi insistencia, no podía evitar sacar la conversación de vez en cuando y fantasear sobre cómo sería un tipo que era capaz de escribir una carta en esos términos. Cuando volvíamos de cenar me dijo al oído algo que ni remotamente sospechaba pero que, visto después, era casi evidente: el autor de la carta era él.