jueves, abril 21, 2005




"Hablando con dificultad en un lenguaje entrecortado, con tono grave y áspero pero comprensible, me dijo que se llamaba Robert, tenía 46 años, era ingeniero de profesión y llevaba algo más de cinco años ingresado a causa del grave accidente de trabajo que había sufrido mientras inspeccionaba una obra. Me explicó que se lesionó seriamente la médula espinal a nivel cervical y, como consecuencia, había quedado totalmente paralítico.
(...) Le pregunté cómo era su día a día en el hospital y me contestó que bastante mejor de lo que en un principio imaginó. Se había hecho "adicto" -me dijo- a varias series de televisión, y siempre esperaba con buen apetito la hora de la comida; disfrutaba de las buenas relaciones de amistad que había desarrollado con algunas enfermeras y fisioterapeutas del centro y, sobre todo, se sentía feliz cuando le visitaban sus hijos y su mujer.
Fascinado por la actitud positiva de Robert, en un momento de la conversación se me ocurrió preguntarle que calculara su nivel de satisfacción con la vida en general desde el 0 (muy desgraciado) al 10 (muy dichoso). Después de una breve reflexión me respondió sonriente y con seguridad que "un ocho". El notable me sorprendió. A continuación le pregunté qué número se hubiera dado antes del accidente. Casi sin vacilar contestó: "Yo diría que un ocho y medio". "¿Sólo medio punto más?", exclamé en un reflejo de incredulidad. "Querido doctor -me replicó Robert-, aunque le parezca mentira me considero un hombre con suerte. He sobrevivido a un terrible percance y mantengo intactas mis facultades mentales".

Y a qué viene esto, os preguntaréis. Muy sencillo, quiero contestar al comentario de ayer de Sorel. Y ese pasaje de La Fuerza del Optimismo contiene la respuesta porque yo estoy hecha de la misma pasta que Robert. Se equivoca Sorel cuando intuye que soy guapa: no lo soy, aunque sí resultona y si sigo teniendo unas piernas decentes es a costa de renunciar a unos cientos de tortas de aceite que me hubiera comido con gusto: las que no somos guapas no podemos permitirnos el lujo de pasarnos un poco con los kilos. Lo de self made woman, si es que lo soy, que lo dudo, no tiene ningún mérito: cuando se nace en un pueblito de 300 habitantes sólo te queda esforzarte o dejarte comer por la miseria. Tampoco soy una profesional de éxito, sólo tengo un trabajo más o menos decente, nada más. Ni soy más inteligente o culta que la media. Y si mi relación de pareja es uno de mis mejores activos es porque ambos le hemos echado tiempo, ganas e ilusión, y porque siempre preferimos ver las luces a las sombras.
Y decía que soy como Robert porque poseo un temperamento optimista y procuro ver el lado positivo de casi todo lo que vivo. Y puedo asegurarle a Sorel que sí, que la felicidad está a nuestro alcance. Nunca he tenido ninguna duda sobre eso. Somos responsables de casi todo lo que nos pasa, dijo alguien alguna vez. Y creo que acertó de pleno.