lunes, diciembre 27, 2004




Voy a pasar unos días en las Alpujarras granadinas. Quiero comprobar si, como dicen, en esos pueblos blancos aún perdura el refinado sentido de lo cotidiano de los que lo habitaron hace siglos. Me apetece enormemente este viaje aunque os confieso que tengo cierta prevención porque he leído que por los pueblos del barranco de Poqueira vaga una princesa encantada a la que todos los hombres temen. Acostumbra a esperarlos al atardecer para dirigirse a ellos y si algún incauto responde al saludo, el encantamiento empieza a causar efecto y a partir de ese momento se apodera de su mente e invade sus sueños.
Aunque ya le he puesto sobre aviso a mi marido, dados sus despistes tengo miedo de que se olvide del asunto y para cuando quiera darse cuenta en vez de pájaros en la cabeza tenga una princesa instalada. Me preocupa sobre todo por el viaje de vuelta. No me gustaría que condujera en ese estado.




jueves, diciembre 23, 2004




Me gusta la propuesta de Eva Lootz para adornar el paseo de Recoletos de Madrid. Pero puestos a elegir me quedo con vosotros:

VIRETA OTRO PAB G. ALEXQK LUNAXUL SANTI PITIJOPO SANGRE Y COSMOS SIMPLEMENTE YO REUBEN ALEPPO LIV EQUILIBRIO FA KAPERUCITA NEGRA POLEDRA JUYMA HANS PEDRO LÜ VALORIA AMICUS MARIA NUALA VISVAPORUS BR CAPITAN KALANDRAKA SIMPLEMENTE...PASABA POR AQUI LULAMY DEAD4U BUTTERCUP MOX SUSANA EVAM MICRO ZAZIE NONWRITER CLARICE WOODSMAN VERGONZOSO MAE ARISPIQ JESUS JERONIMO DUNA6470 ALMU ERRE PERVERSUS69 ODYSEO MIR NEFTY LUNAXUL MARTA LEON SEGFAULT OJITOS ZIRBETH MANUEL NAIA FUZZY BARBARA CARLOS LUTHIEN KHARLOS UNODETANTOS GOLFO K LUZ BLANCA BLANQUITA KELETA COMOPESSOA TEKI PEPENRIQUE MIHRRA CRISTINA AFISIONAO ARADALION MOONSA CHICOMALO3772 SR. X NAKAZANIUS LOREDANA BURMA RABO ALBERTO V. BART GUS SERCH THE STATION AGENT NAFTY QUEEN OF HEARTS ANDREA SEVEN EPOH CHU YAIZA XIHUITL HETEROLUDICUS CARAMELO CHICO CON FALDA UNSOLOGATO JOSE DIEGO NURIA Y LETICIA CHIN ADRI ALFREDITO BELESH ALHUA PRINCESA FIONA PEKE SAF LIBERTINO MORDISCOSDEREALIDAD PICO JANA LEETAMARGO E ALEK FALAFEL BEA XIQUITA PEDRO GLUP FER JUANKA MATIAS KHANDIKA SNAKEFOOD PAOLO MCGÜIL JAVI WOLL LOLA MENTO UN HOMBRE SENCILLO ICED PETERP SOULPUNK RED GIRL HAIDUC LA MARIPOSA SIMON MABUSE ALAS TOTTOGA TANIS EL SEMIELFO IRIS JOAQUIM BARBOL -LG ANI! MIGUEL AGUSTIN LUNAAAAA ERIN MALASANTA ELISABETA MONTAG DETRITUS SINUE GI SERGIO MOPHSUS FLACA K-C AMANDA OCULTO LOBO EVITA EL MANABA HOBBES ERIN MAGUNCIA LOCODELACOLINA ANONYMOUS VICTOR PC UNOS ALBERDIGITAL GUS X(SERGIO) ELFER SUSURRO MERET ABI MOSHE JESUS VANESSA SEAWOLF ATILA* AMANDA LA MOSQUITA DANI LA ORUGA NONO ELS ENCARNI MURILLO CATUXA ALIENA MANDY SOLDADO AMARANTA_173 JEAN BEDEL VESANIA ALEPPO JIO INWIT ELLA SHERED EL TERESA ARCHIBALD NOE LOLA A TOÑA CHICA ADLE JAVIWOLL CRONO MR. MAJESTIC MANUEL H J.MORALES WALL57 HADDHAR ELSACAPUNTAS ILLA TATU AINE FENJX CARME PERDONAQUERIDO OTTO FUJURDRAGONBLANCO MORGANN ANDRES ZOL CHILL CARMEL ESTHER DEMIURGO OSCAR ELENA SOIDEMERSOL ANA MH


Y con todos aquellos que comentaron meses atrás y por supuesto, y muy especialmente, con TODOS LOS QUE CALLAN.




miércoles, diciembre 22, 2004




Hay algo con lo que siempre he estado de acuerdo: que nuestra capacidad para disfrutar de la vida depende más de nuestro carácter que de las cosas que nos pasen.
Un hecho gratificante, como que te toque la lotería por ejemplo, puede acabar diluyéndose con el tiempo y las personas de temperamento negativo se olvidan de lo afortunadas que han sido y sólo piensan en los inconvenientes que ese hecho les está generando: problemas con el banco, con los abogados, con Hacienda, con familiares y amigos que acuden a ellas cuando tienen un apuro económico...
A la inversa, la pérdida de un ser querido, por ejemplo, puede paralizar momentáneamente la vida del que lo sufre. Pero a medida que pasa el tiempo, si la persona es de talante positivo la herida tenderá a cicatrizar y pasado el periodo de duelo, aunque no pueda ni deba olvidar, sí recobrará esa alegría de vivir de la que siempre hizo gala.




martes, diciembre 21, 2004




Ayer me compré el Miserere de Allegri. Son quince minutos de música barroca impresionantes. Esta pieza musical tiene una historia detrás muy curiosa. El Vaticano, que era su propietario, no consintió que se hicieran copias de la obra y obligaba a los cantantes, que una vez al año la interpretaban en la Capilla Sixtina, a no difundir en el exterior ni una sola nota bajo pena de excomunión. Esa circunstancia obligó a muchos músicos a viajar expresamente a Roma el día de Viernes Santo para poder oírla. Uno de ellos fue Mozart, quien con catorce años acudió con su padre a la Basílica de San Pedro para escuchar este misterioso salmo. Según cuentan, cuando salió del templo, y apoyándose sólo en su memoria, transcribió nota por nota la pieza y acabó con un siglo de proteccionismo vaticano.
Y nos creíamos que el top-manta era un invento de hace dos días.




lunes, diciembre 20, 2004




En mi pueblo siempre han dicho que cada uno es como es. Y tienen toda la razón. Yo soy obsesiva por naturaleza y desde que vi 2046 no pienso en otra cosa. He conseguido un atlas y he seguido con el dedo los pasos del protagonista de país en país y desde hace unos días soy capaz de señalar en un mapa mudo donde se encuentra Hong Kong, Singapur y Camboya con la misma precisión que si se tratara de Cuba, Italia o Marruecos. Pero no sólo se han despertado mis inquietudes geográficas, claro que no, como era predecible he buscado, y he encontrado, la película anterior, esa en donde la pareja se encuentra en ese número de habitación y que el protagonista rememora en esta última película. Se trata de Deseando amar y es una verdadera delicia (no dejéis de pinchar en el enlace, hay un texto de Isabel Coixet que merece la pena leer). Pues bien, siguiendo con mi obsesión y aunque un blog no sea el sitio más indicado, me veo obligada a colgar un anuncio por palabras:

Cambio falda roja de seda, talla 40, largo por debajo de la rodilla, bajo asimétrico, en perfecto estado, por vestido chino de seda similar a los que usa Maggie Cheung en In the mood for love. Regalo blusa de geisha. Razón aquí.




domingo, diciembre 19, 2004




Uno de mis primeros novios era un hombre tranquilo, reposado y de gustos refinados. Me atraía su serenidad y en algún sitio escribí, por entonces, que me gustaría que fuera el padre de mis hijos. Solíamos encontrarnos los fines de semana. El viernes por la tarde se venía a mi buhardilla y pasábamos horas y horas cocinando, charlando y acariciándonos. Un día a la hora de comer me propuso que nos sentáramos a la mesa desnudos. Al principio me mostré renuente pero insistió y accedí a hacerlo. Pusimos la mesa con más mimo que de costumbre: un mantel impoluto, unas violetas africanas en el centro, unas velas flotando en un cuenco de agua y varios platitos con aperitivos. Y corrimos las cortinas. El abigarramiento de la mesa acentuó nuestra desnudez cuando nos sentamos a comer.
Le sugerí dejar a un lado el vino y tomar champán desde el inicio y así lo hicimos. Durante toda la comida no me tocó en ningún momento, ni siquiera cuando me levanté para traer un salero y pasé casi rozándole, ni cuando esquivó uno de mis pies que se aventuró por debajo de la mesa para ir a su encuentro. Sin embargo, a medida que se acercaba el momento del postre los ojos le brillaban cada vez más y el deseo se le adivinaba en la mirada. A esas alturas me encontraba muy cómoda y disfrutaba de ese juego. Así que llené mi copa de champán hasta el borde y la acerqué a los labios sin abrir la boca. El líquido empezó a resbalar muy despacio por mi barbilla, por mi cuello y para cuando llegó a mis pechos ya había una boca y una lengua dispuestas a impedir que siguiera su camino descendente.
Lo que yo no sabía entonces es que ese iba a ser el último fin de semana que pasáramos juntos.




viernes, diciembre 17, 2004




La tarde que inauguraron el hotel donde empecé a trabajar al llegar a Levante la recuerdo como algo especial. Llevábamos todo el día corriendo de acá para allá, quitando telas de encima de los tresillos, probando luces, retirando los plásticos que cubrían la moqueta y limpiando por enésima vez el polvo de los muebles, un polvo procedente de la obra que flotaba en el ambiente y parecía difícil de erradicar. A eso de las siete llegarían cuatro autocares de turistas ingleses y en pocos minutos la recepción se convertiría en una fiesta. Mi amiga Isabel y yo llevábamos desde las seis de la tarde probando los ascensores. Ninguna de las dos estaba habituada a utilizarlos y nos resultaba toda una aventura subir y bajar a esa velocidad. El ascenso lo hacíamos muy seriecitas, apoyadas en la pared y en silencio, pero al llegar arriba y pulsar el cero, nos dejábamos caer hasta quedar sentadas en el suelo, cerrábamos los ojos con fuerza y nos tapábamos los oídos para aminorar el vértigo. Poco antes de entrar el primer cliente por la puerta, el director nos pilló in fraganti y nos dijo que nos dejáramos de perder el tiempo y fuéramos a decirle a la gobernanta que si nos necesitaba.
Así lo hicimos pero el gusanillo ya nos había picado. A partir de ese día, en cuanto terminábamos de trabajar nos subíamos en el ascensor y nos pasábamos las horas muertas viajando. El truco estaba en bajarse en el primer piso y jamás aparecer por la planta baja, no sólo por el director sino sobre todo por el jefe de recepción que era un tipo estirado con muy malas pulgas.
Desde entonces soy una incondicional de los ascensores Thyssen Boetticher, puedo dar fe de que son de fiar. Aunque os confieso que lo que más hubiéramos deseado, Isabel y yo, es que el ascensor se hubiera parado entre piso y piso. Eso hubiera obligado al joven de pelo lacio que se ocupaba del mantenimiento del hotel a acudir a rescatarnos, y a izarnos en sus brazos mientras nos susurraba palabras tranquilizadoras al oído.




jueves, diciembre 16, 2004




Ayer no fui a trabajar. Me tomé un día libre para dedicármelo a mí misma, quería visitar sin prisas la exposición sobre los prerrafaelitas y me apetecía deambular sola por las salas de La Caixa. Esta fue mi experiencia:
1. Al entrar me di cuenta de mi error: más público del esperado y lo que es peor dos grupos con cacatúa incluida (o sea guía). Eso sí, a los visitantes se nos exigía un riguroso silencio.
2. Unas bellísimas acuarelas, en especial las de Willian Holman Hunt. Son auténticas miniaturas y si te acercas te quedas enganchada con cada detalle.
3. Una Ofelia de Millais que vista desde menos de dos metros pierde todo su dramatismo. Quizá la pasión por el detalle y por trabajar del natural de estos pintores fuera la causa de esa viveza que ciertamente muestra la modelo. La pobre muchacha permaneció largas jornadas en una bañera llena de agua posando, pero ese cansancio no bastó, a mi entender, para hacerla parecer un cadáver aunque sí para que su salud se resintiera.
4. Dos de los pintores cuyas obras se exponen eran mujeres: Joanna Mary Wells Boyce que murió de parto a los treinta años y Rosa Brett que tuvo que dejar de pintar para ocuparse de sus padres. De un plumazo se me quitaron las ganas de ser una mujer decimonónica.




martes, diciembre 14, 2004




Un ciego pedía limosna a los pies de un rascacielos en Nueva York. A su lado tenía un cartón mugriento donde con pésima letra y faltas de ortografía pedía ayuda para un pobre ciego que no tenía dinero para comer, ni lugar donde dormir. Las monedas caían muy de tarde en tarde. Una mañana se acercó a él un joven creativo y le dijo que no le iba a dar dinero pero le iba a ayudar para que lo consiguiera. Subió a su oficina y a los pocos minutos apareció con un cartel inmaculado donde con una grafía perfecta se podía leer el siguiente texto: "Mañana hará un día primaveral y yo no lo veré". El tintineo de las monedas aumentó tanto que ese día el ciego recaudó diez veces más de lo que tenía por costumbre. Inspirar lástima no sólo no sirve de mucho sino que además es poco rentable.




lunes, diciembre 13, 2004




El sueño de mi primo Pedrito fue ser maestro en su pueblo. Él no había hecho Magisterio para ejercer en cualquier sitio. No. Su objetivo era muy claro: quería sentarse en la mesa de madera de su escuela y ver qué se siente cuando se está al otro lado. Se imaginaba viviendo en la casa del maestro y dando las gracias a quienes le llevaban los primeros higos, los mejores chorizos de la matanza y los membrillos más olorosos. Los dos primeros años tuvo que rodar por varios destinos de la provincia, pero al tercero la suerte estuvo de su lado y consiguió una plaza para dar clase en la escuela de arriba. Su escuela.
Al comenzar el curso todas las madres instruyeron a sus hijos para que no le llamaran Pedrito, como siempre le habían conocido en mi pueblo. Tenían que llamarle Pedro les decían, al fin y al cabo aunque fuera de allí y tuviera sólo veinticuatro años era el maestro y le debían un respeto. Los chicos siguieron las instrucciones al pie de la letra y ninguno osó llamarle con ese diminutivo cariñoso, pero a mi primo eso le pareció poco y les exigió que le llamaran don. Cuando fueron a comer y se lo contaron a sus madres muchas de ellas se echaron las manos a la cabeza: que hubiera que dar ese tratamiento a un maestro que venía de quién sabe donde, e incluso a su mujer, tenía un pase, pero llamar don a alguien a quien habían visto con la cara llena de mocos les parecía excesivo. Y se desentendieron del asunto.
Los muchachos del pueblo encontraron pronto una solución intermedia: le llamarían Don Pedrito. Y con ese nombre se quedó. Y las madres nunca le enviaron presentes. Para qué hacerlo, se dijeron, si en casa de sus padres tienen de todo.




domingo, diciembre 12, 2004




Todos, absolutamente todos, deberíamos tener un amor al que querer regresar.
Todos deberíamos soñar con recuperar algo que perdimos.
Todos deberíamos tener una historia de amor que se quedó congelada en el tiempo, que no ha envejecido, a la que la rutina nunca se acercó.
Todos deberíamos tener una habitación 2046 con la que fantasear.
Todos, absolutamente todos, deberíamos saber también que esa línea no se puede cruzar, que a esa puerta no debemos acercarnos. Que si lo hacemos ya no tendremos a quien añorar, a quien evocar. Y que esa soledad es la más descarnada de las soledades.




viernes, diciembre 10, 2004




"Señor Tracy, no es usted tan alto como esperaba". Esa fue la primera frase que Katherine Hepburn dirigió a Spencer Tracy cuando se lo presentó Joe Mankiewicz. El director aventuró: "No te preocupes, Kate, él te reducirá a su tamaño".
Según cuentan sus biógrafos, incluso el autorizado, las habilidades reductoras del actor fueron tan contundentes que la actriz acabó adoptando una actitud sumisa hacia el que nunca sería su marido. Dicen que le gustaba sentarse en el suelo, a sus pies y que su entrega fue absoluta, a pesar de recibir alguna bofetada del actor, en estado ebrio.
Lo que jamás hizo fue sentarse a los pies de su tumba. Nunca la visitó.




jueves, diciembre 09, 2004




Para ilustrar que casi todo lo que se desea en la vida se puede conseguir, en consultoría se utiliza una secuencia de un vídeo en el que entrevistan a Maradona cuando sólo tenía doce o trece años. Le preguntan al chaval, que aún no es conocido pero que ya apunta maneras, que cuál es su sueño. El futuro astro contesta sin inmutarse que lo que él quiere es jugar el Mundial con la selección argentina y ganarlo. El profesor de turno detiene el vídeo y llama la atención sobre la claridad de las metas del incipiente futbolista: no sólo quería jugar el Mundial sino también ganarlo. Y lo ganó.
Lo que nunca dicen esos gurús empresariales es que quizá el precio que tuvo que pagar por conseguir su sueño fue el de ser un desgraciado de por vida. Y lo pagó.




miércoles, diciembre 08, 2004




Hace años pasé una noche de ensueño en un lugar de copas de Murcia. Estaba situado en las afueras de la ciudad y se llegaba a él atravesando caminos de tierra entre huertas de naranjos. Cuando cruzabas la entrada no podías creer lo que veías: un jardín salpicado de esculturas que sobresalían entre los arbustos, iluminado con esmero por luces y velas, fuentes en las que flotaban naranjas y limones, libros de arte abiertos sobre atriles y todo ello envuelto en una música que te ensimismaba.
En sitios así es difícil estarse quieta, así que me levanté y visité la casa decorada con mimo y con rincones bellísimos. Miraras hacia donde miraras tus ojos se encontraban con una composición a la manera de bodegones, con pétalos de rosa esparcidos por el suelo en algunas estancias y con un olor delicado que te envolvía. Busqué al artífice de esa obra para felicitarle, aunque suponía que estaría aburrido de oír loas todas las noches. Era un tipo tímido, sencillo y muy cordial y charlamos durante unos minutos.
Al volver a la mesa apareció un camarero con cuatro benjamines y cuatro rosas. Uno de mis amigos le dijo que se equivocaba, que nosotros no habíamos pedido nada más, pero el camarero le respondió que ya lo sabía, pero que el dueño quería dar las gracias a la única persona que en muchas noches le había felicitado por su obra.




martes, diciembre 07, 2004




Desde siempre he sido negada para la gimnasia. En uno de los cursos del bachillerato en que era obligatorio hacer el pino o el puente no conseguí, después de nueve meses de intentos, hacer ni lo uno ni lo otro. Cuando en el examen final le expuse mi problema a la examinadora me preguntó qué es lo que sabía hacer y le contesté que la vuelta para adelante muy bien y la vuelta para atrás sólo regular.
A pesar de eso la otra noche soñé, mientras la veía volar, que era la bailarina-acróbata del Cirque del Soleil que interpretaba a Azala, la diosa del aire. Me hubiera encantado ser esa chica suspendida en el extremo de una banda de tela azul que jugaba a encontrarse y desencontrarse, en el aire y en suelo, con un bailarín que se enrollaba en el otro extremo de la tela. Me hubiera gustado que mis piernas se entralazaran con las de él y así ascender hasta lo más alto. Me hubiera vuelto loca si él hubiese deslizado sus manos por mis brazos hasta las muñecas y así asida me hubiera suspendido en el vacío, haciéndome sentir el vértigo del abandono. Me hubiera maravillado bailar ese pas à deux aéreo, ser parte de esa pareja que después de sucesivos "ven a mí, voy a por ti" acaba rozando sus labios.
Pero yo no soy bailarina ni acróbata aunque ahora que lo pienso sí tengo algo en común con esas chicas asiáticas de Dralion: como ellas tengo los ojos achinados.




domingo, diciembre 05, 2004




La tonta de mi pueblo creció soportando las burlas de los críos de su edad y los gestos de lástima de los mayores. Consuelo era una muchacha larga y desgarbada con unas trenzas que le llegaban hasta el culo y casi siempre caminaba encorvada para disimilar lo que todos, y ella misma, consideraban una excesiva estatura. Decían que tenía muy mala leche porque devolvía las patadas que la daban y que tenía mal genio porque se revolvía lanzando improperios cada vez que alguno le daba un tirón de una trenza. Cuando llegó el momento de emparejarse se acercó a ella Horencio, el tonto del pueblo, y ambas familias se regocijaron por ese proverbial enamoramiento. Empezaron a hablar, que es como se dice en mi pueblo cuando dos salen juntos, y a la vuelta de unos meses, cuando ya eran novios formales, Horencio entraba y salía de la casa de su novia como si fuera la suya propia. El que más se alegró con ese noviazgo fue el hermano pequeño de Consuelo. Un día entró corriendo en la cocina donde su madre cosía a la lumbre y le dijo muy alterado: "Mama, mama, ya tenemos quién nos defienda, ha entrao un perro en casa y ha dicho Horencio: 'Tuto, fuera'."
Al poco de casarse se fueron del pueblo a trabajar a Lloret de Mar, y pasaron varios años sin que se supiera nada de ellos, ni siquiera regresaron en Navidades o a echar una mano a sus padres en la recogida de la aceituna. Una tarde, casi cinco años después, apareció por el pueblo una pareja que nadie conocía. La chica fue la que más despertó la atención de los que salían a las puertas y se preguntaban quiénes serían esos forasteros y a quién vendrían a ver. Llevaba sus largas piernas enfundadas en unos pantalones blancos y un top de color amarillo que le dejaba un trozo de piel morena al descubierto. Unas gafas de sol velaban sus ojos y una melena castaña ocultaba parte de su rostro. Caminaba con la determinación del que se sabe mirado con envidia y venía dispuesta a ajustar cuentas con el pueblo, con su pasado y quizás con ella misma.
Durante los tres días de su estancia la pareja no paró un momento: fueron a los bares donde saludaban a todos con simpatía, a la piscina donde Consuelo dejó a todos con la boca abierta con un biquini mínimo y una piel como no se había visto nunca por mi pueblo y en todas partes fueron invitados, felicitados y aclamados como si siempre hubieran sido la pareja más popular de su quinta.
Se despidieron una madrugada y nunca volvieron por el pueblo. Quizás siempre supieron que ese no era su pueblo. Ni su gente.




viernes, diciembre 03, 2004




Soy una persona patológicamente obsequiosa fuera de fechas señaladas. Siempre estoy pensando qué cosas puedo colocar a los demás aunque en ocasiones apenas les conozca. Ofrezco mis libros y dvds, paso las revistas que leo, recorto artículos de prensa para unos y otros, vuelvo de mi pueblo cargada de higos, níscalos o rosquillas para dar y tomar, me desprendo de la blusa que acabo de estrenar si a alguien le encanta...
Lástima que esto sea virtual, porque os confieso que las aceitunas que traje el fin de semana de mi pueblo eran para vosotros. Son del tipo Campo Real y están aliñadas con hierbas aromáticas. Aunque se me está ocurriendo una idea. Voy a por un bol y ya veréis. Vamos, animaos a probarlas, que tienen un saborcillo que...

aceituna orégano aceituna tomillo aceituna ajo aceituna aceituna hinojo
aceituna orégano aceituna tomillo aceituna ajo aceituna aceituna hinojo
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aceituna orégano aceituna tomillo aceituna ajo aceituna aceituna hinojo
aceituna orégano aceituna tomillo aceituna ajo aceituna aceituna hinojo

Los huesos podéis echarlos aquí (_______)




jueves, diciembre 02, 2004




Cuando terminamos el cuarto curso del bachiller el maestro de mi pueblo le dijo a mis padres que ya no podíamos seguir con él. Les contó que él sólo había estudiado hasta cuarto y reválida, antes de hacer Magisterio, y prepararnos para quinto curso le parecía bastante osado. No creo que utilizara el término "osado" porque no era un hombre de mucho vocabulario pero eso era más o menos lo que venía a decir.
Mi madre habló con una prima suya que tenía un piso en Talavera, y que temporalmente vivía en Asturias, y por un módico precio nos alquiló su casa de septiembre a junio. Mi hermana y yo nos matriculamos en el instituto y nos presentamos en Talavera con una bolsa pequeña con nuestra ropa y con una maleta enorme llena de patatas, cebollas, queso, aceite, chorizo, garbanzos y todo lo suficiente para sobrevivir de lunes a viernes sin tener apenas que hacer desembolsos extras.
El tema de la ropa nos preocupaba. Nuestro fondo de armario era tan escaso que temíamos que nuestras compañeras, algunas de ellas auténticas pijas, hijas de familias ricas de Talavera, se dieran cuenta de que casi siempre llevábamos puesto lo mismo. Afortunadamente nada de eso ocurrió o si ocurrió no nos enteramos. Jamás nos dirigieron la palabra.







Desde siempre he oído lamentarse a unos y a otros, al conocer a la recién estrenada pareja de su hijo, hermano o amigo, porque según ellos su hijo, hermano o amigo se merecía más, infinitamente más. Este tipo de manifestaciones siempre me han arrancado una sonrisa mitad comprensiva mitad irónica.
Desde que oí a Julian Barnes mantener que "cada uno tiene la pareja que se merece" ya no me siento tan sola.




miércoles, diciembre 01, 2004




Los Reyes Magos nunca fueron muy generosos con los niños de mi pueblo. Bien es cierto que no había por costumbre escribirles cartas, pero esa desinformación no creo que justificara su cicatería a la hora de sorprendernos la noche de Reyes. Tampoco les poníamos dulces ni copas de licor, ni agua y comida para sus camellos, pero unas majestades de esa categoría deberían haber estado por encima de esas menudencias. Poníamos los zapatos y esperábamos.
A la mañana siguiente solíamos encontrar una bolsa de plástico con chucherías y, excepcionalmente, algún regalo no comestible. A mi primo Hilario los Reyes le trajeron un año una pelota. Era de goma de color azul con puntitos y con estrellas de color rojo. No se separaba de la pelota ni de día ni de noche y con tanto trasiego a mediados de enero la perdió. Al año siguiente los Reyes, que no eran generosos pero si detallistas, volvieron a traerle una pelota idéntica: el mismo color, los mismos puntitos y las mismas estrellas. Y como el año anterior antes de que concluyera enero la pelota se había extraviado. Y así durante dos años más, hasta que mi primo cumplió ocho años y mi tía le confesó que los Reyes no eran los Reyes. Lo que nunca le confesó es que la pelota siempre fue la misma.







Ya sé que algunos me tachan de prepotente, que dicen que pretendo parecer doña perfecta y que voy por la vida bloguera simulando ser doña fantástica. Pues, bien, les voy a demostrar que se equivocan. Aquí donde me ven también sé reconocer mis errores. No me duelen prendas el tener que rectificar. Y no voy a intentar disculparme aduciendo que leí ese libro de relatos hace mucho tiempo. No. Me gusta coger al toro por los cuernos y eso es lo que vengo decidida a hacer.
Ayer releí el cuento de Raymond Carver, el que citaba en el post del domingo, y tengo que confesaros que el chico no quería ir a cazar patos sino gansos, lo que cambia sustancialmente el significado del post.
Mis disculpas a los gansos, a los que resté protagonismo, y a todos vosotros, a los que quizás os he hecho perder el tiempo intentando inútilmente gestionar conflictos con unas aves acuáticas que no suelen presentarlos, a diferencia de los gansos, que sí dan muchos quebraderos de cabeza.