Desde siempre he sido negada para la gimnasia. En uno de los cursos del bachillerato en que era obligatorio hacer el pino o el puente no conseguí, después de nueve meses de intentos, hacer ni lo uno ni lo otro. Cuando en el examen final le expuse mi problema a la examinadora me preguntó qué es lo que sabía hacer y le contesté que la vuelta para adelante muy bien y la vuelta para atrás sólo regular.
A pesar de eso la otra noche soñé, mientras la veía volar, que era la bailarina-acróbata del Cirque del Soleil que interpretaba a Azala, la diosa del aire. Me hubiera encantado ser esa chica suspendida en el extremo de una banda de tela azul que jugaba a encontrarse y desencontrarse, en el aire y en suelo, con un bailarín que se enrollaba en el otro extremo de la tela. Me hubiera gustado que mis piernas se entralazaran con las de él y así ascender hasta lo más alto. Me hubiera vuelto loca si él hubiese deslizado sus manos por mis brazos hasta las muñecas y así asida me hubiera suspendido en el vacío, haciéndome sentir el vértigo del abandono. Me hubiera maravillado bailar ese pas à deux aéreo, ser parte de esa pareja que después de sucesivos "ven a mí, voy a por ti" acaba rozando sus labios.
Pero yo no soy bailarina ni acróbata aunque ahora que lo pienso sí tengo algo en común con esas chicas asiáticas de Dralion: como ellas tengo los ojos achinados.