martes, diciembre 14, 2004




Un ciego pedía limosna a los pies de un rascacielos en Nueva York. A su lado tenía un cartón mugriento donde con pésima letra y faltas de ortografía pedía ayuda para un pobre ciego que no tenía dinero para comer, ni lugar donde dormir. Las monedas caían muy de tarde en tarde. Una mañana se acercó a él un joven creativo y le dijo que no le iba a dar dinero pero le iba a ayudar para que lo consiguiera. Subió a su oficina y a los pocos minutos apareció con un cartel inmaculado donde con una grafía perfecta se podía leer el siguiente texto: "Mañana hará un día primaveral y yo no lo veré". El tintineo de las monedas aumentó tanto que ese día el ciego recaudó diez veces más de lo que tenía por costumbre. Inspirar lástima no sólo no sirve de mucho sino que además es poco rentable.