jueves, diciembre 02, 2004




Cuando terminamos el cuarto curso del bachiller el maestro de mi pueblo le dijo a mis padres que ya no podíamos seguir con él. Les contó que él sólo había estudiado hasta cuarto y reválida, antes de hacer Magisterio, y prepararnos para quinto curso le parecía bastante osado. No creo que utilizara el término "osado" porque no era un hombre de mucho vocabulario pero eso era más o menos lo que venía a decir.
Mi madre habló con una prima suya que tenía un piso en Talavera, y que temporalmente vivía en Asturias, y por un módico precio nos alquiló su casa de septiembre a junio. Mi hermana y yo nos matriculamos en el instituto y nos presentamos en Talavera con una bolsa pequeña con nuestra ropa y con una maleta enorme llena de patatas, cebollas, queso, aceite, chorizo, garbanzos y todo lo suficiente para sobrevivir de lunes a viernes sin tener apenas que hacer desembolsos extras.
El tema de la ropa nos preocupaba. Nuestro fondo de armario era tan escaso que temíamos que nuestras compañeras, algunas de ellas auténticas pijas, hijas de familias ricas de Talavera, se dieran cuenta de que casi siempre llevábamos puesto lo mismo. Afortunadamente nada de eso ocurrió o si ocurrió no nos enteramos. Jamás nos dirigieron la palabra.