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jueves, septiembre 29, 2005
Hace unos años los responsables de una empresa de Lérida, cansados de no encontrar personas que quisieran trabajar en su fábrica, tuvieron una idea: ofrecerían puestos de trabajo a tiempo parcial a mujeres. En pocos días tuvieron cubierta toda la plantilla: las empleadas trabajaban jornadas de cuatro horas y la productividad creció un 198%.
Desde que leí esa noticia no dejo de darle vueltas. Y es que creo que la incorporación de la mujer al mundo laboral no se ha hecho de forma inteligente. En vez de sumarnos al carro y trabajar jornadas de, como mínimo, ocho horas diarias, deberíamos haber propuesto algo más creativo. Y, aunque quizás ya sea un poco tarde, ahí va mi propuesta: si en la generación anterior trabajaba sólo un miembro de la pareja, ahora, que trabajan ambos, deberían hacerlo sólo cuatro horas diarias cada uno. Vamos, digo yo.
martes, septiembre 27, 2005
Cuando en 1994 me quedé embarazada de mi hijo una de las conversaciones más recurrentes con Mr. Peep era hablar del sexo del que habría de venir. Él siempre lo tuvo muy claro, prefería que fuera una niña porque aseguraba que el siglo XXI sería el siglo de las mujeres.
Yo no sé si erá este nuestro siglo o no, pero me temo que los hombres cada vez lo tienen más complicado. Después de años pidiéndoles que sean sensibles, tiernos, diciéndoles que llorar no es malo, ni emocionarse tampoco, ahora viene Abel Ferrara y nos suelta lo siguiente: "Hacen falta hombres más salvajes".
Y a mí me entra la risa, la verdad. No sé si este cineasta tendrá razón o no, pero íntimamente me alegro de ser mujer y no estar sometida a esos vaivenes. Y es que al final va a ser como decía la madre de Jerry Hall que también las mujeres buscamos a alguien que sea un buen profesional en su trabajo, un excelente cocinitas en su casa y un tipo duro en la cama.
domingo, septiembre 25, 2005
Normalmente suele haber dos tipos de obras. Las de pequeña envergadura consisten en hacer un pequeño cambio en el domicilio: cerramiento de una terraza, arreglo de un cuarto de baño, pintura de paredes y techos... Estas reparaciones obligan a los ocupantes de la vivienda a lidiar con polvo, ruidos o pérdidas de intimidad pero, por otro lado, no necesitan abandonar la casa durante el tiempo en que se llevan a cabo esos trabajos. Luego están las obras por todo lo alto. Aquí no sirven medias tintas y los que habitan el domicilio se ven obligados a abandonarlo y buscar acomodo en casa de familiares o amigos.
Pues bien, recomiendo a nuestros próceres municipales que en lo sucesivo apliquen esa sencilla regla doméstica. Cuando las obras que vayan a acometer sean de poca enjundia que actúen como hasta ahora y las soportaremos como buenamente podamos. Pero cuando se trate de llevar a cabo obras faraónicas, ésas de poner la ciudad patas arriba, lo mejor sería que evacuaran la capital y nos mandaran durante unos mesecitos a disfrutar de otros aires. Así a nuestra vuelta, encontraríamos nuestro Madrid hecho un primor y tendríamos nuestros nervios en su sitio. Y todos tan contentos.
viernes, septiembre 23, 2005
Leo en El País que Farruquito se ha casado con su novia de toda la vida. Aparte de la anécdota de que se les colaron más de un millar de no invitados que ocuparon los asientos de los que si lo estaban y obligaron a estos últimos a asaltar la cocina, resaltan en la prensa que fue una boda gitana y que no faltó ninguno de sus ritos, incluso el de la prueba del pañuelo manchado que da fe de la virginidad de la novia.
A mí lo que realmente me sorprende es que alguien tan estricto en el cumplimiento de esa ceremonia, que respeto y me parece perfecto por otra parte, sea tan irresponsable a la hora de cumplir con el simple requisito de auxiliar a un pobre hombre que perdió la vida por culpa de su negligente forma de conducir.
miércoles, septiembre 21, 2005
Decía un comentarista el otro día que mi blog no necesita comentarios. Pues lamento decirle que no estoy de acuerdo con él, porque si de algo estoy segura es de que mi blog no sería lo que es sin:
La lucidez de Golfo.
La ingenuidad de Po.
La sabiduría de Libertad.
El ingenio de Pedro.
La elegancia de Odyseo.
La sensatez de Valpertuna.
La simpatía de Vergonzoso.
La inteligencia de Pab.
El buen gusto de Don Oso.
La perspicacia de Hans.
La calidez de Tanis el semielfo.
La excelencia de La oruga gritona.
La exquisitez de Carlos *.
La crudeza de Jody Dito.
El talento de SegFault.
La mordacidad de Alexqk.
La intuición de Chill.
La dulzura de Fer.
El encanto de Lulamy.
El sentido de la ironía de Mr. Peep.
La socarronería del Dr. Zito.
La alegría de Illa.
La franqueza de Nadie.
La sencillez de Arrebatos.
La desvergüenza de Pepa.
La cercanía de Crispa.
La audacia de Avalon.
El cariño de (v)ireta.
La osadía de Alfredito.
El desconcierto de Mutato Nomine.
La contundencia de Hans K.
La generosidad de Antonio.
La discreción de Marta (La Petite).
La sobriedad de Molleja.
El desenfado de Pau.
La sensibilidad de Aldebarán.
El apasionamiento de León.
El sentido del humor de Dwalks.
La chispa de Pistacho Veloz.
La bondad de Chicomalo3772.
La serenidad de Would.
La levedad de Claudia.
El desparpajo de Parasol.
El sentido de la oportunidad de Alex.
La sinceridad de Mordiscos.
La proximidad de Valoria.
El sosiego de Matías.
La frescura de Jota.
Las certezas de Olves.
La concisión de Guasteví.
La cortesía de Azul de Blancos.
Las dudas de Oscar.
La curiosidad de Lunaroja.
El desasosiego de Gabriel.
El saber estar de Beclen.
La resolución de Ice Cream You Scream.
La experiencia de Jean Bedel.
La gracia de Ann O'Nadada.
La afectividad de Moonsa.
La clarividencia de Evam.
La agudeza de Erre.
La sutileza de Harlem.
La espontaneidad de Xurri.
.
.
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¿O no?
martes, septiembre 20, 2005
Hace unos días leí una entrevista a Candela Peña, en la que hablaba de su última película: Princesas, y de las relaciones que estableció con varias prostitutas para preparar su papel. Contaba que una de las cosas que más le habían sorprendido fue el enterarse de algo tan obvio como de que los hijos de esas mujeres también hacían la Primera Comunión, y de que finalmente, trabajan por dinero, como hacemos la mayoría.
A mí, que las tuve debajo de mi balcón durante años, y que escuchaba sus conversaciones como si estuviera a su lado, lo que más me sorprendió fue saber que en esos eventos se hacían regalos. "¿Qué le hemos comprado?", las oía de vez en cuando preguntarse unas a otras y reclamarse el dinero para pagar el regalo común. Vamos, como en cualquier trabajo.
domingo, septiembre 18, 2005
El viernes pasado, en un reportaje sobre la presentación de una biografía del jesuita Díez-Alegría, leí esta anécdota:
Una catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.
-Mujer, tienes que volver -le dijo la catequista-, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorita, pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción, le respondíó: "No, señorita, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti (por tenerme tan pobre), y estamos en paz".
Lástima que la mayoría de los católicos no tengan la lucidez y la sabiduría que esta mujer derrocha.
viernes, septiembre 16, 2005
Cuando rompí la relación que tenía con su nieto lo sentí mucho por ella. Perdí a mis abuelos con muy pocos años y nunca pude disfrutarlos. Por eso, cuando la conocí recuperé una relación nunca vivida. Y la disfruté. Me gustaba su risa y, sobre todo, cómo se encendía jugando a las cartas. Jugábamos a cualquier cosa pero siempre con dinero, claro está, y se disgustaba enormemente cuando perdía. Yo, que siempre me ha gustado ganar, a lo que sea, la entendía perfectamente y, en ocasiones, hacía trampas para que la suerte se volviera de su lado.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.
martes, septiembre 13, 2005
Cuando aterricé el pasado año en este mundo de locos lo que más me sorprendió fue el desprecio que los blogueros, llamémosles técnicos, sentían por los blogs personales. Y a la vez como estos últimos habían asumido como propias pautas que servían para esos blogs pioneros pero que no necesariamente debían regir otros de contenidos más íntimos.
Una de esas reglas a cumplir es el tiempo. No puedo entender el interés de muchos de los que escriben aquí por publicar justo lo que acaban de parir, como si la obsolescencia afectara de la misma forma a un comentario técnico o a los recuerdos que se traen a la memoria. Entiendo el valor de la inmediatez para comentar una novedad informática o una noticia de actualidad, pero no creo que las cosas que normalmente se cuentan en un blog como este, por ejemplo, se vean afectadas por esa variable.
Otra de las herencias que han debido sobrellevar los blogs personales es el tan traído y llevado asunto de la censura. Los comentarios son sagrados y no deben borrarse bajo ningún concepto, ni poner filtros antes de su publicación, parecía ser el lema. Esto que en esos primeros blogs era algo comprensible porque de lo que se estaba hablando era de si Linux sí o Linux no, es bastante más discutible cuando alguien está hablando de sentimientos o emociones que sólo él conoce. ¿O no?
domingo, septiembre 11, 2005
A veces me he perdido en aviones y viajes interminables en busca de nuevas sensaciones sin darme cuenta de que el paraíso está a la vuelta de la esquina. El día de los Santos visité El Capricho de la duquesa de Osuna, un jardín romántico (Mr. Peep dice que rococó) situado en el este de Madrid, y desde que crucé el acceso al parque me sentí transportada a otros tiempos. Sentí que revivía.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
miércoles, septiembre 07, 2005
Hace unos años participé en un taller de masaje sentitivo gestáltico que duró todo un fin de semana. Tras los primeros ejercicios, se iban venciendo los pudores y los participantes se despojaban de su ropa, cada uno a su ritmo, hasta que finalmente se podía trabajar con el cuerpo, que es de lo que se trataba, libremente y sin ataduras. Sólo disponíamos de un albornoz para cuando necesitábamos refugiarnos en él.
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
lunes, septiembre 05, 2005
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
Desde que leí esa noticia no dejo de darle vueltas. Y es que creo que la incorporación de la mujer al mundo laboral no se ha hecho de forma inteligente. En vez de sumarnos al carro y trabajar jornadas de, como mínimo, ocho horas diarias, deberíamos haber propuesto algo más creativo. Y, aunque quizás ya sea un poco tarde, ahí va mi propuesta: si en la generación anterior trabajaba sólo un miembro de la pareja, ahora, que trabajan ambos, deberían hacerlo sólo cuatro horas diarias cada uno. Vamos, digo yo.
Cuando en 1994 me quedé embarazada de mi hijo una de las conversaciones más recurrentes con Mr. Peep era hablar del sexo del que habría de venir. Él siempre lo tuvo muy claro, prefería que fuera una niña porque aseguraba que el siglo XXI sería el siglo de las mujeres.
Yo no sé si erá este nuestro siglo o no, pero me temo que los hombres cada vez lo tienen más complicado. Después de años pidiéndoles que sean sensibles, tiernos, diciéndoles que llorar no es malo, ni emocionarse tampoco, ahora viene Abel Ferrara y nos suelta lo siguiente: "Hacen falta hombres más salvajes".
Y a mí me entra la risa, la verdad. No sé si este cineasta tendrá razón o no, pero íntimamente me alegro de ser mujer y no estar sometida a esos vaivenes. Y es que al final va a ser como decía la madre de Jerry Hall que también las mujeres buscamos a alguien que sea un buen profesional en su trabajo, un excelente cocinitas en su casa y un tipo duro en la cama.
Yo no sé si erá este nuestro siglo o no, pero me temo que los hombres cada vez lo tienen más complicado. Después de años pidiéndoles que sean sensibles, tiernos, diciéndoles que llorar no es malo, ni emocionarse tampoco, ahora viene Abel Ferrara y nos suelta lo siguiente: "Hacen falta hombres más salvajes".
Y a mí me entra la risa, la verdad. No sé si este cineasta tendrá razón o no, pero íntimamente me alegro de ser mujer y no estar sometida a esos vaivenes. Y es que al final va a ser como decía la madre de Jerry Hall que también las mujeres buscamos a alguien que sea un buen profesional en su trabajo, un excelente cocinitas en su casa y un tipo duro en la cama.
domingo, septiembre 25, 2005
Normalmente suele haber dos tipos de obras. Las de pequeña envergadura consisten en hacer un pequeño cambio en el domicilio: cerramiento de una terraza, arreglo de un cuarto de baño, pintura de paredes y techos... Estas reparaciones obligan a los ocupantes de la vivienda a lidiar con polvo, ruidos o pérdidas de intimidad pero, por otro lado, no necesitan abandonar la casa durante el tiempo en que se llevan a cabo esos trabajos. Luego están las obras por todo lo alto. Aquí no sirven medias tintas y los que habitan el domicilio se ven obligados a abandonarlo y buscar acomodo en casa de familiares o amigos.
Pues bien, recomiendo a nuestros próceres municipales que en lo sucesivo apliquen esa sencilla regla doméstica. Cuando las obras que vayan a acometer sean de poca enjundia que actúen como hasta ahora y las soportaremos como buenamente podamos. Pero cuando se trate de llevar a cabo obras faraónicas, ésas de poner la ciudad patas arriba, lo mejor sería que evacuaran la capital y nos mandaran durante unos mesecitos a disfrutar de otros aires. Así a nuestra vuelta, encontraríamos nuestro Madrid hecho un primor y tendríamos nuestros nervios en su sitio. Y todos tan contentos.
viernes, septiembre 23, 2005
Leo en El País que Farruquito se ha casado con su novia de toda la vida. Aparte de la anécdota de que se les colaron más de un millar de no invitados que ocuparon los asientos de los que si lo estaban y obligaron a estos últimos a asaltar la cocina, resaltan en la prensa que fue una boda gitana y que no faltó ninguno de sus ritos, incluso el de la prueba del pañuelo manchado que da fe de la virginidad de la novia.
A mí lo que realmente me sorprende es que alguien tan estricto en el cumplimiento de esa ceremonia, que respeto y me parece perfecto por otra parte, sea tan irresponsable a la hora de cumplir con el simple requisito de auxiliar a un pobre hombre que perdió la vida por culpa de su negligente forma de conducir.
miércoles, septiembre 21, 2005
Decía un comentarista el otro día que mi blog no necesita comentarios. Pues lamento decirle que no estoy de acuerdo con él, porque si de algo estoy segura es de que mi blog no sería lo que es sin:
La lucidez de Golfo.
La ingenuidad de Po.
La sabiduría de Libertad.
El ingenio de Pedro.
La elegancia de Odyseo.
La sensatez de Valpertuna.
La simpatía de Vergonzoso.
La inteligencia de Pab.
El buen gusto de Don Oso.
La perspicacia de Hans.
La calidez de Tanis el semielfo.
La excelencia de La oruga gritona.
La exquisitez de Carlos *.
La crudeza de Jody Dito.
El talento de SegFault.
La mordacidad de Alexqk.
La intuición de Chill.
La dulzura de Fer.
El encanto de Lulamy.
El sentido de la ironía de Mr. Peep.
La socarronería del Dr. Zito.
La alegría de Illa.
La franqueza de Nadie.
La sencillez de Arrebatos.
La desvergüenza de Pepa.
La cercanía de Crispa.
La audacia de Avalon.
El cariño de (v)ireta.
La osadía de Alfredito.
El desconcierto de Mutato Nomine.
La contundencia de Hans K.
La generosidad de Antonio.
La discreción de Marta (La Petite).
La sobriedad de Molleja.
El desenfado de Pau.
La sensibilidad de Aldebarán.
El apasionamiento de León.
El sentido del humor de Dwalks.
La chispa de Pistacho Veloz.
La bondad de Chicomalo3772.
La serenidad de Would.
La levedad de Claudia.
El desparpajo de Parasol.
El sentido de la oportunidad de Alex.
La sinceridad de Mordiscos.
La proximidad de Valoria.
El sosiego de Matías.
La frescura de Jota.
Las certezas de Olves.
La concisión de Guasteví.
La cortesía de Azul de Blancos.
Las dudas de Oscar.
La curiosidad de Lunaroja.
El desasosiego de Gabriel.
El saber estar de Beclen.
La resolución de Ice Cream You Scream.
La experiencia de Jean Bedel.
La gracia de Ann O'Nadada.
La afectividad de Moonsa.
La clarividencia de Evam.
La agudeza de Erre.
La sutileza de Harlem.
La espontaneidad de Xurri.
.
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¿O no?
martes, septiembre 20, 2005
Hace unos días leí una entrevista a Candela Peña, en la que hablaba de su última película: Princesas, y de las relaciones que estableció con varias prostitutas para preparar su papel. Contaba que una de las cosas que más le habían sorprendido fue el enterarse de algo tan obvio como de que los hijos de esas mujeres también hacían la Primera Comunión, y de que finalmente, trabajan por dinero, como hacemos la mayoría.
A mí, que las tuve debajo de mi balcón durante años, y que escuchaba sus conversaciones como si estuviera a su lado, lo que más me sorprendió fue saber que en esos eventos se hacían regalos. "¿Qué le hemos comprado?", las oía de vez en cuando preguntarse unas a otras y reclamarse el dinero para pagar el regalo común. Vamos, como en cualquier trabajo.
domingo, septiembre 18, 2005
El viernes pasado, en un reportaje sobre la presentación de una biografía del jesuita Díez-Alegría, leí esta anécdota:
Una catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.
-Mujer, tienes que volver -le dijo la catequista-, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorita, pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción, le respondíó: "No, señorita, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti (por tenerme tan pobre), y estamos en paz".
Lástima que la mayoría de los católicos no tengan la lucidez y la sabiduría que esta mujer derrocha.
viernes, septiembre 16, 2005
Cuando rompí la relación que tenía con su nieto lo sentí mucho por ella. Perdí a mis abuelos con muy pocos años y nunca pude disfrutarlos. Por eso, cuando la conocí recuperé una relación nunca vivida. Y la disfruté. Me gustaba su risa y, sobre todo, cómo se encendía jugando a las cartas. Jugábamos a cualquier cosa pero siempre con dinero, claro está, y se disgustaba enormemente cuando perdía. Yo, que siempre me ha gustado ganar, a lo que sea, la entendía perfectamente y, en ocasiones, hacía trampas para que la suerte se volviera de su lado.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.
martes, septiembre 13, 2005
Cuando aterricé el pasado año en este mundo de locos lo que más me sorprendió fue el desprecio que los blogueros, llamémosles técnicos, sentían por los blogs personales. Y a la vez como estos últimos habían asumido como propias pautas que servían para esos blogs pioneros pero que no necesariamente debían regir otros de contenidos más íntimos.
Una de esas reglas a cumplir es el tiempo. No puedo entender el interés de muchos de los que escriben aquí por publicar justo lo que acaban de parir, como si la obsolescencia afectara de la misma forma a un comentario técnico o a los recuerdos que se traen a la memoria. Entiendo el valor de la inmediatez para comentar una novedad informática o una noticia de actualidad, pero no creo que las cosas que normalmente se cuentan en un blog como este, por ejemplo, se vean afectadas por esa variable.
Otra de las herencias que han debido sobrellevar los blogs personales es el tan traído y llevado asunto de la censura. Los comentarios son sagrados y no deben borrarse bajo ningún concepto, ni poner filtros antes de su publicación, parecía ser el lema. Esto que en esos primeros blogs era algo comprensible porque de lo que se estaba hablando era de si Linux sí o Linux no, es bastante más discutible cuando alguien está hablando de sentimientos o emociones que sólo él conoce. ¿O no?
domingo, septiembre 11, 2005
A veces me he perdido en aviones y viajes interminables en busca de nuevas sensaciones sin darme cuenta de que el paraíso está a la vuelta de la esquina. El día de los Santos visité El Capricho de la duquesa de Osuna, un jardín romántico (Mr. Peep dice que rococó) situado en el este de Madrid, y desde que crucé el acceso al parque me sentí transportada a otros tiempos. Sentí que revivía.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
miércoles, septiembre 07, 2005
Hace unos años participé en un taller de masaje sentitivo gestáltico que duró todo un fin de semana. Tras los primeros ejercicios, se iban venciendo los pudores y los participantes se despojaban de su ropa, cada uno a su ritmo, hasta que finalmente se podía trabajar con el cuerpo, que es de lo que se trataba, libremente y sin ataduras. Sólo disponíamos de un albornoz para cuando necesitábamos refugiarnos en él.
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
lunes, septiembre 05, 2005
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
Pues bien, recomiendo a nuestros próceres municipales que en lo sucesivo apliquen esa sencilla regla doméstica. Cuando las obras que vayan a acometer sean de poca enjundia que actúen como hasta ahora y las soportaremos como buenamente podamos. Pero cuando se trate de llevar a cabo obras faraónicas, ésas de poner la ciudad patas arriba, lo mejor sería que evacuaran la capital y nos mandaran durante unos mesecitos a disfrutar de otros aires. Así a nuestra vuelta, encontraríamos nuestro Madrid hecho un primor y tendríamos nuestros nervios en su sitio. Y todos tan contentos.
Leo en El País que Farruquito se ha casado con su novia de toda la vida. Aparte de la anécdota de que se les colaron más de un millar de no invitados que ocuparon los asientos de los que si lo estaban y obligaron a estos últimos a asaltar la cocina, resaltan en la prensa que fue una boda gitana y que no faltó ninguno de sus ritos, incluso el de la prueba del pañuelo manchado que da fe de la virginidad de la novia.
A mí lo que realmente me sorprende es que alguien tan estricto en el cumplimiento de esa ceremonia, que respeto y me parece perfecto por otra parte, sea tan irresponsable a la hora de cumplir con el simple requisito de auxiliar a un pobre hombre que perdió la vida por culpa de su negligente forma de conducir.
A mí lo que realmente me sorprende es que alguien tan estricto en el cumplimiento de esa ceremonia, que respeto y me parece perfecto por otra parte, sea tan irresponsable a la hora de cumplir con el simple requisito de auxiliar a un pobre hombre que perdió la vida por culpa de su negligente forma de conducir.
miércoles, septiembre 21, 2005
Decía un comentarista el otro día que mi blog no necesita comentarios. Pues lamento decirle que no estoy de acuerdo con él, porque si de algo estoy segura es de que mi blog no sería lo que es sin:
La lucidez de Golfo.
La ingenuidad de Po.
La sabiduría de Libertad.
El ingenio de Pedro.
La elegancia de Odyseo.
La sensatez de Valpertuna.
La simpatía de Vergonzoso.
La inteligencia de Pab.
El buen gusto de Don Oso.
La perspicacia de Hans.
La calidez de Tanis el semielfo.
La excelencia de La oruga gritona.
La exquisitez de Carlos *.
La crudeza de Jody Dito.
El talento de SegFault.
La mordacidad de Alexqk.
La intuición de Chill.
La dulzura de Fer.
El encanto de Lulamy.
El sentido de la ironía de Mr. Peep.
La socarronería del Dr. Zito.
La alegría de Illa.
La franqueza de Nadie.
La sencillez de Arrebatos.
La desvergüenza de Pepa.
La cercanía de Crispa.
La audacia de Avalon.
El cariño de (v)ireta.
La osadía de Alfredito.
El desconcierto de Mutato Nomine.
La contundencia de Hans K.
La generosidad de Antonio.
La discreción de Marta (La Petite).
La sobriedad de Molleja.
El desenfado de Pau.
La sensibilidad de Aldebarán.
El apasionamiento de León.
El sentido del humor de Dwalks.
La chispa de Pistacho Veloz.
La bondad de Chicomalo3772.
La serenidad de Would.
La levedad de Claudia.
El desparpajo de Parasol.
El sentido de la oportunidad de Alex.
La sinceridad de Mordiscos.
La proximidad de Valoria.
El sosiego de Matías.
La frescura de Jota.
Las certezas de Olves.
La concisión de Guasteví.
La cortesía de Azul de Blancos.
Las dudas de Oscar.
La curiosidad de Lunaroja.
El desasosiego de Gabriel.
El saber estar de Beclen.
La resolución de Ice Cream You Scream.
La experiencia de Jean Bedel.
La gracia de Ann O'Nadada.
La afectividad de Moonsa.
La clarividencia de Evam.
La agudeza de Erre.
La sutileza de Harlem.
La espontaneidad de Xurri.
.
.
.
¿O no?
martes, septiembre 20, 2005
Hace unos días leí una entrevista a Candela Peña, en la que hablaba de su última película: Princesas, y de las relaciones que estableció con varias prostitutas para preparar su papel. Contaba que una de las cosas que más le habían sorprendido fue el enterarse de algo tan obvio como de que los hijos de esas mujeres también hacían la Primera Comunión, y de que finalmente, trabajan por dinero, como hacemos la mayoría.
A mí, que las tuve debajo de mi balcón durante años, y que escuchaba sus conversaciones como si estuviera a su lado, lo que más me sorprendió fue saber que en esos eventos se hacían regalos. "¿Qué le hemos comprado?", las oía de vez en cuando preguntarse unas a otras y reclamarse el dinero para pagar el regalo común. Vamos, como en cualquier trabajo.
domingo, septiembre 18, 2005
El viernes pasado, en un reportaje sobre la presentación de una biografía del jesuita Díez-Alegría, leí esta anécdota:
Una catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.
-Mujer, tienes que volver -le dijo la catequista-, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorita, pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción, le respondíó: "No, señorita, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti (por tenerme tan pobre), y estamos en paz".
Lástima que la mayoría de los católicos no tengan la lucidez y la sabiduría que esta mujer derrocha.
viernes, septiembre 16, 2005
Cuando rompí la relación que tenía con su nieto lo sentí mucho por ella. Perdí a mis abuelos con muy pocos años y nunca pude disfrutarlos. Por eso, cuando la conocí recuperé una relación nunca vivida. Y la disfruté. Me gustaba su risa y, sobre todo, cómo se encendía jugando a las cartas. Jugábamos a cualquier cosa pero siempre con dinero, claro está, y se disgustaba enormemente cuando perdía. Yo, que siempre me ha gustado ganar, a lo que sea, la entendía perfectamente y, en ocasiones, hacía trampas para que la suerte se volviera de su lado.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.
martes, septiembre 13, 2005
Cuando aterricé el pasado año en este mundo de locos lo que más me sorprendió fue el desprecio que los blogueros, llamémosles técnicos, sentían por los blogs personales. Y a la vez como estos últimos habían asumido como propias pautas que servían para esos blogs pioneros pero que no necesariamente debían regir otros de contenidos más íntimos.
Una de esas reglas a cumplir es el tiempo. No puedo entender el interés de muchos de los que escriben aquí por publicar justo lo que acaban de parir, como si la obsolescencia afectara de la misma forma a un comentario técnico o a los recuerdos que se traen a la memoria. Entiendo el valor de la inmediatez para comentar una novedad informática o una noticia de actualidad, pero no creo que las cosas que normalmente se cuentan en un blog como este, por ejemplo, se vean afectadas por esa variable.
Otra de las herencias que han debido sobrellevar los blogs personales es el tan traído y llevado asunto de la censura. Los comentarios son sagrados y no deben borrarse bajo ningún concepto, ni poner filtros antes de su publicación, parecía ser el lema. Esto que en esos primeros blogs era algo comprensible porque de lo que se estaba hablando era de si Linux sí o Linux no, es bastante más discutible cuando alguien está hablando de sentimientos o emociones que sólo él conoce. ¿O no?
domingo, septiembre 11, 2005
A veces me he perdido en aviones y viajes interminables en busca de nuevas sensaciones sin darme cuenta de que el paraíso está a la vuelta de la esquina. El día de los Santos visité El Capricho de la duquesa de Osuna, un jardín romántico (Mr. Peep dice que rococó) situado en el este de Madrid, y desde que crucé el acceso al parque me sentí transportada a otros tiempos. Sentí que revivía.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
miércoles, septiembre 07, 2005
Hace unos años participé en un taller de masaje sentitivo gestáltico que duró todo un fin de semana. Tras los primeros ejercicios, se iban venciendo los pudores y los participantes se despojaban de su ropa, cada uno a su ritmo, hasta que finalmente se podía trabajar con el cuerpo, que es de lo que se trataba, libremente y sin ataduras. Sólo disponíamos de un albornoz para cuando necesitábamos refugiarnos en él.
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
lunes, septiembre 05, 2005
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
La lucidez de Golfo.
La ingenuidad de Po.
La sabiduría de Libertad.
El ingenio de Pedro.
La elegancia de Odyseo.
La sensatez de Valpertuna.
La simpatía de Vergonzoso.
La inteligencia de Pab.
El buen gusto de Don Oso.
La perspicacia de Hans.
La calidez de Tanis el semielfo.
La excelencia de La oruga gritona.
La exquisitez de Carlos *.
La crudeza de Jody Dito.
El talento de SegFault.
La mordacidad de Alexqk.
La intuición de Chill.
La dulzura de Fer.
El encanto de Lulamy.
El sentido de la ironía de Mr. Peep.
La socarronería del Dr. Zito.
La alegría de Illa.
La franqueza de Nadie.
La sencillez de Arrebatos.
La desvergüenza de Pepa.
La cercanía de Crispa.
La audacia de Avalon.
El cariño de (v)ireta.
La osadía de Alfredito.
El desconcierto de Mutato Nomine.
La contundencia de Hans K.
La generosidad de Antonio.
La discreción de Marta (La Petite).
La sobriedad de Molleja.
El desenfado de Pau.
La sensibilidad de Aldebarán.
El apasionamiento de León.
El sentido del humor de Dwalks.
La chispa de Pistacho Veloz.
La bondad de Chicomalo3772.
La serenidad de Would.
La levedad de Claudia.
El desparpajo de Parasol.
El sentido de la oportunidad de Alex.
La sinceridad de Mordiscos.
La proximidad de Valoria.
El sosiego de Matías.
La frescura de Jota.
Las certezas de Olves.
La concisión de Guasteví.
La cortesía de Azul de Blancos.
Las dudas de Oscar.
La curiosidad de Lunaroja.
El desasosiego de Gabriel.
El saber estar de Beclen.
La resolución de Ice Cream You Scream.
La experiencia de Jean Bedel.
La gracia de Ann O'Nadada.
La afectividad de Moonsa.
La clarividencia de Evam.
La agudeza de Erre.
La sutileza de Harlem.
La espontaneidad de Xurri.
.
.
.
¿O no?
Hace unos días leí una entrevista a Candela Peña, en la que hablaba de su última película: Princesas, y de las relaciones que estableció con varias prostitutas para preparar su papel. Contaba que una de las cosas que más le habían sorprendido fue el enterarse de algo tan obvio como de que los hijos de esas mujeres también hacían la Primera Comunión, y de que finalmente, trabajan por dinero, como hacemos la mayoría.
A mí, que las tuve debajo de mi balcón durante años, y que escuchaba sus conversaciones como si estuviera a su lado, lo que más me sorprendió fue saber que en esos eventos se hacían regalos. "¿Qué le hemos comprado?", las oía de vez en cuando preguntarse unas a otras y reclamarse el dinero para pagar el regalo común. Vamos, como en cualquier trabajo.
A mí, que las tuve debajo de mi balcón durante años, y que escuchaba sus conversaciones como si estuviera a su lado, lo que más me sorprendió fue saber que en esos eventos se hacían regalos. "¿Qué le hemos comprado?", las oía de vez en cuando preguntarse unas a otras y reclamarse el dinero para pagar el regalo común. Vamos, como en cualquier trabajo.
domingo, septiembre 18, 2005
El viernes pasado, en un reportaje sobre la presentación de una biografía del jesuita Díez-Alegría, leí esta anécdota:
Una catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.
-Mujer, tienes que volver -le dijo la catequista-, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorita, pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción, le respondíó: "No, señorita, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti (por tenerme tan pobre), y estamos en paz".
Lástima que la mayoría de los católicos no tengan la lucidez y la sabiduría que esta mujer derrocha.
viernes, septiembre 16, 2005
Cuando rompí la relación que tenía con su nieto lo sentí mucho por ella. Perdí a mis abuelos con muy pocos años y nunca pude disfrutarlos. Por eso, cuando la conocí recuperé una relación nunca vivida. Y la disfruté. Me gustaba su risa y, sobre todo, cómo se encendía jugando a las cartas. Jugábamos a cualquier cosa pero siempre con dinero, claro está, y se disgustaba enormemente cuando perdía. Yo, que siempre me ha gustado ganar, a lo que sea, la entendía perfectamente y, en ocasiones, hacía trampas para que la suerte se volviera de su lado.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.
martes, septiembre 13, 2005
Cuando aterricé el pasado año en este mundo de locos lo que más me sorprendió fue el desprecio que los blogueros, llamémosles técnicos, sentían por los blogs personales. Y a la vez como estos últimos habían asumido como propias pautas que servían para esos blogs pioneros pero que no necesariamente debían regir otros de contenidos más íntimos.
Una de esas reglas a cumplir es el tiempo. No puedo entender el interés de muchos de los que escriben aquí por publicar justo lo que acaban de parir, como si la obsolescencia afectara de la misma forma a un comentario técnico o a los recuerdos que se traen a la memoria. Entiendo el valor de la inmediatez para comentar una novedad informática o una noticia de actualidad, pero no creo que las cosas que normalmente se cuentan en un blog como este, por ejemplo, se vean afectadas por esa variable.
Otra de las herencias que han debido sobrellevar los blogs personales es el tan traído y llevado asunto de la censura. Los comentarios son sagrados y no deben borrarse bajo ningún concepto, ni poner filtros antes de su publicación, parecía ser el lema. Esto que en esos primeros blogs era algo comprensible porque de lo que se estaba hablando era de si Linux sí o Linux no, es bastante más discutible cuando alguien está hablando de sentimientos o emociones que sólo él conoce. ¿O no?
domingo, septiembre 11, 2005
A veces me he perdido en aviones y viajes interminables en busca de nuevas sensaciones sin darme cuenta de que el paraíso está a la vuelta de la esquina. El día de los Santos visité El Capricho de la duquesa de Osuna, un jardín romántico (Mr. Peep dice que rococó) situado en el este de Madrid, y desde que crucé el acceso al parque me sentí transportada a otros tiempos. Sentí que revivía.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
miércoles, septiembre 07, 2005
Hace unos años participé en un taller de masaje sentitivo gestáltico que duró todo un fin de semana. Tras los primeros ejercicios, se iban venciendo los pudores y los participantes se despojaban de su ropa, cada uno a su ritmo, hasta que finalmente se podía trabajar con el cuerpo, que es de lo que se trataba, libremente y sin ataduras. Sólo disponíamos de un albornoz para cuando necesitábamos refugiarnos en él.
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
lunes, septiembre 05, 2005
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
Una catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.
-Mujer, tienes que volver -le dijo la catequista-, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorita, pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción, le respondíó: "No, señorita, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti (por tenerme tan pobre), y estamos en paz".
Lástima que la mayoría de los católicos no tengan la lucidez y la sabiduría que esta mujer derrocha.
Cuando rompí la relación que tenía con su nieto lo sentí mucho por ella. Perdí a mis abuelos con muy pocos años y nunca pude disfrutarlos. Por eso, cuando la conocí recuperé una relación nunca vivida. Y la disfruté. Me gustaba su risa y, sobre todo, cómo se encendía jugando a las cartas. Jugábamos a cualquier cosa pero siempre con dinero, claro está, y se disgustaba enormemente cuando perdía. Yo, que siempre me ha gustado ganar, a lo que sea, la entendía perfectamente y, en ocasiones, hacía trampas para que la suerte se volviera de su lado.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.
martes, septiembre 13, 2005
Cuando aterricé el pasado año en este mundo de locos lo que más me sorprendió fue el desprecio que los blogueros, llamémosles técnicos, sentían por los blogs personales. Y a la vez como estos últimos habían asumido como propias pautas que servían para esos blogs pioneros pero que no necesariamente debían regir otros de contenidos más íntimos.
Una de esas reglas a cumplir es el tiempo. No puedo entender el interés de muchos de los que escriben aquí por publicar justo lo que acaban de parir, como si la obsolescencia afectara de la misma forma a un comentario técnico o a los recuerdos que se traen a la memoria. Entiendo el valor de la inmediatez para comentar una novedad informática o una noticia de actualidad, pero no creo que las cosas que normalmente se cuentan en un blog como este, por ejemplo, se vean afectadas por esa variable.
Otra de las herencias que han debido sobrellevar los blogs personales es el tan traído y llevado asunto de la censura. Los comentarios son sagrados y no deben borrarse bajo ningún concepto, ni poner filtros antes de su publicación, parecía ser el lema. Esto que en esos primeros blogs era algo comprensible porque de lo que se estaba hablando era de si Linux sí o Linux no, es bastante más discutible cuando alguien está hablando de sentimientos o emociones que sólo él conoce. ¿O no?
domingo, septiembre 11, 2005
A veces me he perdido en aviones y viajes interminables en busca de nuevas sensaciones sin darme cuenta de que el paraíso está a la vuelta de la esquina. El día de los Santos visité El Capricho de la duquesa de Osuna, un jardín romántico (Mr. Peep dice que rococó) situado en el este de Madrid, y desde que crucé el acceso al parque me sentí transportada a otros tiempos. Sentí que revivía.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
miércoles, septiembre 07, 2005
Hace unos años participé en un taller de masaje sentitivo gestáltico que duró todo un fin de semana. Tras los primeros ejercicios, se iban venciendo los pudores y los participantes se despojaban de su ropa, cada uno a su ritmo, hasta que finalmente se podía trabajar con el cuerpo, que es de lo que se trataba, libremente y sin ataduras. Sólo disponíamos de un albornoz para cuando necesitábamos refugiarnos en él.
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
lunes, septiembre 05, 2005
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
Una de esas reglas a cumplir es el tiempo. No puedo entender el interés de muchos de los que escriben aquí por publicar justo lo que acaban de parir, como si la obsolescencia afectara de la misma forma a un comentario técnico o a los recuerdos que se traen a la memoria. Entiendo el valor de la inmediatez para comentar una novedad informática o una noticia de actualidad, pero no creo que las cosas que normalmente se cuentan en un blog como este, por ejemplo, se vean afectadas por esa variable.
Otra de las herencias que han debido sobrellevar los blogs personales es el tan traído y llevado asunto de la censura. Los comentarios son sagrados y no deben borrarse bajo ningún concepto, ni poner filtros antes de su publicación, parecía ser el lema. Esto que en esos primeros blogs era algo comprensible porque de lo que se estaba hablando era de si Linux sí o Linux no, es bastante más discutible cuando alguien está hablando de sentimientos o emociones que sólo él conoce. ¿O no?
A veces me he perdido en aviones y viajes interminables en busca de nuevas sensaciones sin darme cuenta de que el paraíso está a la vuelta de la esquina. El día de los Santos visité El Capricho de la duquesa de Osuna, un jardín romántico (Mr. Peep dice que rococó) situado en el este de Madrid, y desde que crucé el acceso al parque me sentí transportada a otros tiempos. Sentí que revivía.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
Unas veces parecía que estabas dentro de un cuadro de Goya, otras creías atisbar a un niño vestido con traje de época corriendo entre el laberinto y, al momento siguiente, jurarías haber visto a una pareja decimonónica saliendo del embarcadero de la casa de las cañas. No sé si sería por las mezclas de colores de las hojas en el otoño, por el sol que se colaba entre los árboles o por el olor a mojado que se respiraba después de varias días lloviendo en Madrid, pero mis sentidos agradecieron vivamente ese paseo y se despojaron de tanta miseria cotidiana que, a veces inevitablemente, nos envuelve.
Sólo eché de menos un detalle. A pesar de que los pájaros hacían lo que podían, hubiera pagado porque en el templete de Baco o en la terraza del palacio un grupo de cámara nos hubiera acariciado los oídos. Por eso cuando llegué a casa puse la segunda suite para chelo de Bach y cerré los ojos.
Los sueños a veces se cumplen. Y, en ocasiones, de forma casi literal. Anoche esa música que añoraba en mi post del diecinueve de noviembre me acarició los oídos bajo árboles goyescos, nubes de todos los colores, estrellas, murciélagos y un frío que pelaba. Ya sé que no era Bach, sino Boccherini, pero es que si hubiera sido así quizá habría resultado casi insoportable.
miércoles, septiembre 07, 2005
Hace unos años participé en un taller de masaje sentitivo gestáltico que duró todo un fin de semana. Tras los primeros ejercicios, se iban venciendo los pudores y los participantes se despojaban de su ropa, cada uno a su ritmo, hasta que finalmente se podía trabajar con el cuerpo, que es de lo que se trataba, libremente y sin ataduras. Sólo disponíamos de un albornoz para cuando necesitábamos refugiarnos en él.
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
lunes, septiembre 05, 2005
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
Después de cada ejercicio solía hacerse una puesta en común en la que los asistentes contaban cómo habían vivido esa experiencia. En una de esas paradas uno de los participantes se quejó porque el que le había dado el masaje era un chico y eso no le había hecho ninguna gracia. Como era de verbo fácil expuso con convicción un montón de argumentos para avalar su tesis: manos más duras, gestos más bruscos, menos sensibilidad, menos demoras... No se podía sentir lo mismo, mantenía, si tu cuerpo es masajeado por un chico que por una chica. (Tengo que aclarar que en estos talleres el límite está en que no se pueden tocar los genitales .)
En el ejercicio siguiente el instructor nos hizo colocarnos en círculo y pidió que nos colocáramos una venda alrededor de los ojos. Sin embargo, cuando terminamos de hacerlo nos fue desatando a todos el pañuelo y sólo quedó tapado el chico que se había quejado. A continuación pidió a la chica más atractiva del grupo que se acercara al vendado y empezara a recorrerle todo el cuerpo con las manos impregnadas de aceite. Lo hacía, según aclaró, para compensarle por la mala experiencia de la sesión anterior. A medida que las dos manos resbalaban por la piel del muchacho este empezó a responder, primero con una sonrisa de gusto y después con una erección más que considerable. El instructor quiso saber cómo se sentía y él confesó que estaba disfrutando de lo lindo, más que masajeado se sentía acariciado, añadió. No había color, insistió, entre el tacto de una mujer y el de un hombre. No puede compararse, concluyó.
En ese momento se dio por terminado el ejercicio y el que estaba al lado le quitó la venda. Y al abrir los ojos descubrió lo que todos sabíamos desde el principio menos él: que las manos que le habían recorrido eran unas manos masculinas.
Contaba en una entrevista Jerry Hall, la ex mujer de Mick Jagger, que cuando se casó con el cantante su madre le recordó un dicho muy antiguo. Ese que mantiene que una mujer casada lo mejor que puede hacer es ser un ama de casa en el salón, una manitas en la cocina y una puta en la cama. Escuchó a su madre pero, en vez de hacerle caso, decidió subcontratar los dos primeros y reservarse el tercero para ella.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
A la vista de los resultados me pregunto si se pasó subcontratando o, por el contrario, se quedó corta.
domingo, septiembre 04, 2005
Cosas que he aprendido en mis visitas a otros blogs personales:
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
jueves, septiembre 01, 2005
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
- Que la mayoría es muy agradecida.
- Que los que tienen más éxito no siempre son los mejores.
- Que casi todos escriben para que les quieran.
- Que como decía el torero: "Hay gente pa tó".
- Que tener muchos comentarios no siempre es bueno.
- Que es imposible saber si detrás de un nick ambiguo hay una chica o un chico.
- Que a muchos les horroriza entrar en la treintena.
- Que 2+2 es igual a cuatro.
Durante mis paseos por la playa con Mr. Peep, cuando nos cruzábamos con una de esas personas que va explorando cada centímetro de arena armado con un detector de metales, nos decíamos lo mismo: Mr. Peep (como pesimista que es) mantenía que era una actividad inútil, que las probabilidades de encontrar un objeto de oro son ínfimas... Yo (como optimista declarada) opinaba todo lo contrario y le decía que si le dedicaban tantas horas sería por algo, que seguro que de tanto en tanto encontraban algo que compensara el esfuerzo.
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?
El año pasado, paseando sola por la orilla del mar, me encontré una pulsera de oro. Era horrible, una de esas con una cadenita de la que cuelgan un zapatito en miniatura, una espuela, un chupete... Pero me encantó el hallazgo porque, por fin, podría demostrarle a Mr. Peep que tenía razón.
A la mañana siguiente salí de nuevo a mi paseo con los ojos bien abiertos. Había tenido la premonición de que encontraría los pendientes a juego. No los encontré, claro está. Y es que hasta el optimismo tiene un límite. ¿O no?