viernes, septiembre 16, 2005




Cuando rompí la relación que tenía con su nieto lo sentí mucho por ella. Perdí a mis abuelos con muy pocos años y nunca pude disfrutarlos. Por eso, cuando la conocí recuperé una relación nunca vivida. Y la disfruté. Me gustaba su risa y, sobre todo, cómo se encendía jugando a las cartas. Jugábamos a cualquier cosa pero siempre con dinero, claro está, y se disgustaba enormemente cuando perdía. Yo, que siempre me ha gustado ganar, a lo que sea, la entendía perfectamente y, en ocasiones, hacía trampas para que la suerte se volviera de su lado.
Era una mujer muy alegre y tenía pocos miedos, pero había algo que continuamente repetía. Temía perder la lucidez y dejar de disfrutar de uno de sus mayores placeres. Cada vez que coincidíamos sacaba la conversación y nos recordaba que cuando fuera más mayor no nos olvidáramos de su copita de Baileys de después de comer. Me la ponéis en la mano, decía, porque aunque os parezca que ya todo me da lo mismo os lo voy a agradecer.
Ayer pasé por una floristería y me quedé colgada viendo las fantásticas orquídeas de su escaparate. Y me acordé de la abuela de mi ex. Y pensé que tendría que empezar a decirle a mi hijo que siempre querré tener orquídeas cerca, que no se olvide de regalármelas a menudo, que aunque no lo manifieste me alegrarán la vista. Aunque no sé si no es demasiado pronto para empezar con esas cosas. Aunque nunca se sabe.