El viernes pasado, en un reportaje sobre la presentación de una biografía del jesuita Díez-Alegría, leí esta anécdota:
Una catequista de mujeres adultas en Andalucía se topó con una joven muy pobre, casada y con hijos, que se había ido a vivir con un viejo.
-Mujer, tienes que volver -le dijo la catequista-, no puedes seguir con el viejo.
-Pues claro que sí, señorita, pero es que el viejo se va a morir en seguida, y me voy a quedar con una casica muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y problema resuelto.
-Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
La mujercita, con convicción, le respondíó: "No, señorita, si yo con el Señor no tengo dificultad. Yo le digo al Señor: Señor tú me perdonas a mí y yo te perdono a ti (por tenerme tan pobre), y estamos en paz".
Lástima que la mayoría de los católicos no tengan la lucidez y la sabiduría que esta mujer derrocha.