Normalmente suele haber dos tipos de obras. Las de pequeña envergadura consisten en hacer un pequeño cambio en el domicilio: cerramiento de una terraza, arreglo de un cuarto de baño, pintura de paredes y techos... Estas reparaciones obligan a los ocupantes de la vivienda a lidiar con polvo, ruidos o pérdidas de intimidad pero, por otro lado, no necesitan abandonar la casa durante el tiempo en que se llevan a cabo esos trabajos. Luego están las obras por todo lo alto. Aquí no sirven medias tintas y los que habitan el domicilio se ven obligados a abandonarlo y buscar acomodo en casa de familiares o amigos.
Pues bien, recomiendo a nuestros próceres municipales que en lo sucesivo apliquen esa sencilla regla doméstica. Cuando las obras que vayan a acometer sean de poca enjundia que actúen como hasta ahora y las soportaremos como buenamente podamos. Pero cuando se trate de llevar a cabo obras faraónicas, ésas de poner la ciudad patas arriba, lo mejor sería que evacuaran la capital y nos mandaran durante unos mesecitos a disfrutar de otros aires. Así a nuestra vuelta, encontraríamos nuestro Madrid hecho un primor y tendríamos nuestros nervios en su sitio. Y todos tan contentos.