martes, agosto 09, 2005




El dios Júpiter se vio prendado de la hermosura de las tierras gallegas, y para poseerla, la atravesó con un río, el Miño. Pero su esposa, la diosa Juno, no estaba por la labor de compartir su amor con una extraña, por lo que pensó que, si en la faz de aquella hermosa tierra abría una gran herida, Júpiter terminaría por repudiarla. Una herida que en algunos lugares casi alcanza los 300 metros de desnivel y que hoy son los maravillosos Cañones del Sil.

Este texto lo leí cuando preparaba mi salida veraniega a Galicia y al norte de Portugal. Inmediatamente busqué una casa rural en esos parajes e hice la reserva para iniciar mi viaje justo en ese punto: en la Ribeira Sacra. También descubrí que en ese lugar hay un sitio conocido como los balcones de Madrid, y que se llama así porque allí acudían las mujeres a despedir a sus maridos que se dirigían a diversos lugares de España a vender sus barquillos, aunque para ellas todo era irse a Madrid.
Ese viaje, finalmente, he tenido que aplazarlo. Problemas familiares me retienen en Madrid y sólo me permiten pequeños desplazamientos: estos días pasados a Gredos y más adelante una corta escapada a Valencia. Esta es la razón, mi querida po, de que no haya habido despedida.