jueves, agosto 18, 2005




En uno de los baches de mi relación con Mr. Peep tuve una pequeña historia con un ingeniero. Era un tipo muy listo, y quizás por eso sorprendía más su torpeza en asuntos sentimentales y eróticos. Lo conocí en una fiesta a la que también había acudido su ex-mujer, una extranjera simpática y distante. De ella apenas recuerdo nada, sólo que llevaba un vestido negro de Sybila de los de quitar el hipo y que tuvimos que acercarla a su casa porque aún no habían roto esas rutinas que se establecen en las parejas y que perduran incluso cuando ya no queda nada más.
Aunque en principio pensamos acercarnos a Clamores, finalmente optamos por la sala Galileo Galilei (al día siguiente supe que si hubiéramos ido a Clamores me hubiera topado con Mr. Peep coqueteando con una chica demasiado guapa como para no tenerla miedo). Y sentados en una mesa se produjo nuestro primer acercamiento, tan torpe, por su parte, que resultaba casi enternecedor. Asombraban esos balbuceos en un tipo acostumbrado a tomar decisiones, con un matrimonio a sus espaldas y entrado en la treintena. No sé lo que me atrajo de él, pero aún recuerdo lo que disfrutaba acariciando la manga de su abrigo de cashmere.
Fue una relación fugaz. A los pocos meses dejamos de llamarnos, aunque no de vernos. Si iba al Reina Sofía allí estaba mi ingeniero, si acudía a los Alphaville varias butacas delante estaba él sentado, o coincidíamos tomando una copa en el Café Central o paseando por el Jardín Botánico. Después dejé de encontrármelo y no tuve noticias de él hasta que un día Mr. Peep me llamó al trabajo y me preguntó por el apellido de mi novio el ingeniero. Cuando se lo dije soltó una carcajada y me confesó: "Fantástico, a partir de la semana que viene será mi jefe".