miércoles, enero 25, 2006




El orden en casa de mis padres siempre fue un desconocido. Recuerdo que de pequeña podías pasarte horas y horas buscando unas tijeras hasta que finalmente dabas con ellas en el lugar más peregrino. Eso sí, en el camino recuperabas el tubo de pegamento Imedio por el que mi hermana llevaba preguntando toda la semana. Eso de un sitio para cada cosa fue para mí un descubrimiento tardío y debió de impresionarme tanto que desde ese momento me convertí en una persona bastante ordenada. Así que supongo que como persona ordenada que soy (no de orden, claro está) debo tener infinitud de manías.
Y esto viene al caso porque decía Ainé hace unos días que sentía curiosidad por saber de mis manías. Y lo que yo siento es defraudarla, a ella y a Groutxo, porque no tengo ninguna rareza digna de mención. A pesar de todo y haciendo un enorme esfuerzo de introspección he encontrado lo siguiente:
-Leo la prensa de atrás hacia adelante (como unos cuantos más, me temo).
-No utilizo el cuchillo para comerme mis manzanas preferidas: las golden. Las lavo y luego las parto por la mitad con la mano dejando boquiabiertos a propios y extraños.
-No puedo pasar por delante de una moneda sin agacharme a recogerla, aunque sea de un céntimo. Siempre he asociado encontrarme una moneda con el anuncio de un golpe de suerte.
-Soy incapaz de cerrar un paraguas mojado: lo dejo secar y luego lo doblo con todos los pliegues perfectos, tan perfectos que parece salido de la tienda.
-Doy la mano cuando me presentan a alguien y evito a toda costa esos roces en las mejillas que te impiden mirar a los ojos a la persona que acabas de conocer.
Y ahora os paso el testigo a todos vosotros para que contéis las vuestras.