martes, junio 14, 2016




"Le sentaba muy bien la camisa cuando bailaba", dice mi madre al preguntarle qué la atrajo de mi padre. Pero creo que lo que despertó su interés fue ese aire que Pepe tiene en las fotos de venir de otro mundo. Mi padre muestra el aspecto despreocupado de quien se siente a gusto con su piel, sonríe a la cámara sin chulería pero con seguridad, no tiene ese gesto torvo de algunos campesinos, sino la mirada confiada del que espera lo mejor de la vida.
En la adolescencia, mi madre llevó muy mal que la hubieran sacado de la escuela de pequeña y la privaran de la posibilidad de instruirse y de demostrar que tenía capacidades por encima de las otras chicas de su edad. A la hora de emparejarse, se decidió por mi padre, que la ponía en contacto con gentes y sitios nuevos, y rechazó a un pretendiente que tenía en el pueblo. Los Colino eran más letrados, todos los hermanos escribían con una bonita letra, sabían mucho de cuentas y vestían unas gabardinas que recordaban a las de los artistas de cine. Además, al casarse con mi padre sus hijos no serían García, Martínez o Fernández, sino Colino, un apellido que no había en el pueblo y que debió resultarle atractivo.
El papel que le habían asignado a mi madre en su familia nunca le gustó. Para ellos era la "buena" de las hijas, la que más callaba, la que se adaptaba a todo, la más resignada, cuando en realidad le hubiera gustado ser la que destacase y la protagonista. Pero ese lugar no estaba vacante. El hecho de que mi padre no fuera bien aceptado por la familia de mi madre fue quizás su primer acto de rebeldía, una forma de quitarse de encima ese apelativo que sin embargo la acompañó durante toda su vida.
La familia de mi madre era más apegada a la tierra que los Colino. Aunque los Martínez también tenían pequeños negocios -un tejar y una posada- y eran emprendedores, todo lo que ganaban lo invertían en comprar tierras y casas. Quizá ese arraigo sedujo a mi padre. Los Colino habían perdido casi todo tras la guerra e intentaban recuperarse con mucho esfuerzo. Pagaron su condición de rojos con años de cárcel y con notables pérdidas económicas. El dinero republicano que llevaron al banco para su canje, una cantidad importante para la época, nunca les fue devuelto.
Setenta años después aún conservan el resguardo de esa entrega.