En mi pueblo nunca perdieron el tiempo con el asunto del lenguaje. Tenían cosas más importantes de las que preocuparse. Eso sí, cuando se les presentaba el caso lo solucionaban sin muchas contemplaciones. Por ejempo, con el tema pollo. Y es que en los pueblos pasa lo que decía Cortázar: que los pollos corren crudos. Cuando te vas a comer ese animal te da igual su género, pero si lo vas a comprar para criarlo es decisivo saber qué te llevas. Por eso en mi pueblo hablan de pollos o de pollas (así, sin complejos).
En casa de mis padres nunca perdieron el tiempo con el asunto del lenguaje. También tenían cosas más importantes en que emplearse. Mi madre se empeñó en que sus hijas no fueran como ella. Quería que estudiáramos Magisterio o Medicina, porque en mi pueblo todo el universo académico quedaba reducido a esas dos profesiones, pero nunca le preocupó si luego nos dirían "la médico" o "la médica". Eso eran minucias.
En eso pensé cuando nuestra joven ministra de la Igualdad se enzarzó en la insulsa polémica de miembros o miembras. Me pregunté si no tendría cosas más importantes en que emplear su tiempo. Y nuestro dinero.