jueves, septiembre 04, 2008




El otro día leí una cosa curiosa: a partir de los seis meses los bebés son capaces de diferenciar las caras de las personas con más facilidad que los adultos, e incluso los rostros de los monos. Habilidad, claro está, que perdemos al crecer. Eso explicaría por qué cuando mi hijo iba a preescolar sus compañeros le preguntaban si su madre era china. Mi hijo se reía y les decía que no. Y yo también me reía con ese comentario porque aunque ni soy morena, ni de baja estatura, sí tengo los ojos achinados.
Pero ahora con las olimpiadas he descubierto que comparto otro rasgo más con los organizadores de los juegos: me gusta preguntar a la gente por su vida. A los pobres chinos les empapelaron la ciudad con carteles donde se les daban instrucciones sobre las ocho cosas que no podían preguntar a los visitantes. Así que han ganado un chorro de medallas pero se han quedado con las ganas de saber.
Eso sí, la que no se va a quedar con las ganas soy yo. Y es que muchas veces me he preguntado leyendo los comentarios: ¿será chico o chica?, ¿estará casado o soltero?, ¿tendrá hijos?, ¿de dónde será?, ¿a qué dedicará su tiempo libre? Así que ya estáis contando todo lo que queráis. Hombre, lo de cuánto ganáis me parece excesivo pero todo lo demás será bienvenido.