lunes, julio 11, 2005




A mí que los obispos se manifiesten en contra del matrimonio gay me parece muy sano. Están en su derecho a hacerlo y aunque se les haya echado de menos en otras concentraciones más multitudinarias, vamos a ser buenos y a pensar que ese día no les venía bien eso de salir a la calle o que prefirieron quedarse rezando por las víctimas del 11-M en vez de cogerse la chupa de agua que nos pillamos unos cuantos.
A mí lo que realmente me sorprende es que se les olvide que viven a nuestras expensas. Pensándolo fríamente le echan un par esos próceres de la Iglesia al atreverse a criticar a un Gobierno que si quisiera, y tuviera el arrojo suficiente, les podría dejar sin un duro para el próximo ejercicio.
Por si acaso, y como tengo una tarde creativa, yo que ellos iría preparando un plan estratégico por si las moscas. Se me ocurre que deberían abandonar la gratuidad en las prácticas de su culto. Si pagamos por casi todos los espectáculos a los que asistimos por qué no cobrar una entrada a los feligreses que cada domingo acuden a oír misa. Eso sí, discriminando precios, no es comparable una misa con órgano en Los Jerónimos con una en una parroquia de barrio. Y lo mismo deberían hacer con la catequesis: si las familias pagan por todas las actividades extraescolares que realizan sus hijos, ya sea yudo, baloncesto, plástica o teatro, por qué no facturar una cantidad similar a los padres que deciden catequizar a sus vástagos.
Seguro que en mejores condiciones se me ocurrirían otras iniciativas igualmente lucrativas, pero es que el sol ha llegado a la ventana de mi estudio y tengo que salir corriendo.