martes, junio 21, 2005




Un profesor de Microeconomía intentó en cuarto de carrera tranquilizarnos sobre nuestro futuro laboral. Nos dijo que en último extremo podríamos convertirnos en analistas bursátiles y nos contó la forma de entrar en ese mercado.
Debíamos hacer, eso sí, una pequeña inversión inicial, pero la recuperaríamos en poco tiempo. Se trataba de remitir quinientos mil correos a otros tantos empresarios ofreciéndoles nuestros servicios como asesores bursátiles. En el cincuenta por ciento de las cartas debíamos vaticinar que la Bolsa subiría al día siguiente y en el otro cincuenta que iba a bajar. Automáticamente tendríamos un cuarto de millón de empresarios que aunque con dudas podían empezar a confiar en nuestros conocimientos bursátiles. Días después enviaríamos a esos doscientos cincuenta mil un nuevo correo prediciendo en la mitad de ellos la subida de la Bolsa y en la otra mitad la bajada. Y seguiríamos repitiendo ese proceso ocho veces más. Al final tendríamos más de 500 empresarios entregados y asombrados por haber acertado en diez ocasiones seguidas los movimientos del mercado de valores. Y de esa forma tan sencilla nos habríamos hecho con una fantástica cartera de clientes.