"Toda mentira de importancia necesita un detalle circunstancial para ser creída", dice La Petite Claudine en la cabecera de su post del pasado día 26 que, por cierto, contiene unas imágenes bellísimas.
Y tiene toda la razón. Los mentirosos genuinos suelen añadir siempre un dato verosímil que haga creíble lo que cuentan. Pero sólo uno, el añadir muchos detalles es de principiantes, por eso a estos últimos siempre se les acaba pillando. Eso les distingue de los fabuladores, esos que se creen de tal forma las historias que cuentan que difícilmente entran en contradicciones.
Cuando pusimos a la venta nuestra casa del Centro teníamos pocas esperanzas de que la operación se resolviera de inmediato. Era una casa grande, antigua y de techos altos, pero sólo tenía un dormitorio y el resto del espacio estaba diáfano. Era muy bonita pero poco útil para la mayor parte de los posibles compradores, ya que casi todos ellos estaban pensando en formar una familia. Además, estaba en una calle de dudosa reputación y alguno llegó a manifestar que le encantaría vivir en una casa así, pero que su madre nunca iría a visitarlo si lo hacía. A punto estuve de decirle que esa era una razón de peso para comprarla, pero temí que no se me entendiera.
Cuando nos cansamos de enseñarla sin éxito, nos pusimos en contacto con una agente inmobiliaria que iba por libre y que nos garantizó que vendía todo lo que metía en su cartera. Al primer cliente realmente interesado le aconsejó que se tomara su tiempo, pero que tuviera en cuenta que había un matrimonio de Salamanca que estaba a punto de decidirse a dar una señal. Cuando se fue el presunto comprador le pregunté que a quién se refería y me dijo que era un invento suyo, pero que ese matrimonio de Salamanca era el responsable de más de la mitad de las ventas que había cerrado. "No hay que agobiar nunca al futuro propietario -me aclaró-, pero sí darle un toque y añadir un detalle que lo haga convincente".
A la semana siguiente quitamos el cartel de Se vende.