miércoles, junio 22, 2005




Thomas Bernhard, uno de mis amores literarios, fue no sólo el responsable de que me acercara a Glenn Gould y sus Variaciones Golberg, uno de mis grandes amores musicales, sino de que leyera a Shopenhauer. Insistía tanto en las bondades de El mundo como voluntad y representación, que como una buena alumna le hice caso. Como no soy muy dada a disquisiciones metafísicas no creo que os sorprenda que de todo lo que leí de este filósofo lo que recuerdo sea este cuento:
Los erizos se buscan en las noches frías para darse calor. Se acercan unos a otros cada vez más pero, como son erizos, se pinchan y, doloridos, tienen que apartarse. Cuando están lejos de los de su especie se lamentan de haber perdido el calor pero, al mismo tiempo, celebran no pincharse. Con el tiempo y las soledades acumuladas superan su miedo y vuelven a juntarse y se pinchan de nuevo. Hasta que un día descubren una distancia que les permite darse calor sin lastimarse.
Lástima que a algunos encontrar esa distancia nos haya costado tanto.