domingo, junio 19, 2005




Hace unos días tuve un incidente doméstico de esos que te sacan de quicio. Se estropeó la cisterna del cuarto de baño de mi hijo y no había forma de que no dejara de correr el agua. Después de mucho abrir y mirar llegamos a la conclusión de que era la goma que estaba pasada. Así que me fui a la ferretería a comprar un recambio. El problema surgió a la hora de pagar, con las prisas había olvidado la cartera en casa y no disponía de los 1,60 euros que costaba la dichosita pieza.
Le planteé a la cajera la posibilidad de llevarme mi compra y pasar a pagársela al día siguiente. Le expliqué que el ruido del agua era insoportable y que si iba y volvía ya habrían cerrado la tienda. La mujer, una chica peruana de voz melosa y mirada inteligente, accedió a lo que le proponía.
Al día siguiente, acudí a cancelar mi deuda y volví a darle las gracias por su gesto y a disculparme por haberle descuadrado la caja. Entonces la chica me confesó que la caja no se había visto afectada, que había puesto el dinero de su bolsillo no fueran a echarle una bronca por hacer esas concesiones. Me sentí mal por haber forzado una situación de ese tipo y me emocionó la actitud de esa joven. Así que me acerqué a Natura, le compré una caja de esas tan bonitas con varitas y soporte para incienso y volví a la ferretería a dárselo con una sonrisa.
Ya sé que puede parecer un gesto tonto pero no se me ocurrió nada mejor que hacer.