miércoles, junio 08, 2005




Hace años, no sé si en Informe Semanal o en Línea 900, vi un reportaje sobre los dramas que el paro genera. Salía una pareja de cincuenta y tantos años, sentada en el sofá de su casa y delante de ellos una mesa camilla. Le preguntaban al hombre por su situación y él, apenas con un hilo de voz, narró como empezó a trabajar con catorce años en la fábrica de galletas y como casi cuarenta años después le llegó de sopetón la noticia de su cierre. "Nunca pensé que algo así pudiera ocurrir", concluyó el hombre con los ojos vidriosos.
Entonces su esposa, una mujerona con mucho nervio, tomó la palabra y le recriminó delante de las cámaras que no se moviera, que no se pateara las calles de sol a sol intentando conseguir un nuevo empleo. El hombre intentaba explicarse pero ella ya no le dejó abrir la boca, siguió y siguió contando a la redactora que su marido no reaccionaba, que le faltaba carácter para afrontar esa situación, que iba a enfermar de verlo vagando por la casa con la mirada perdida... El hombre a cada palabra que pronunciaba su mujer se iba encogiendo cada vez más, bajando la mirada y apretando los labios.
Eso sí, supongo que eso no puede catalogarse como violencia de género.