martes, mayo 03, 2005




Un alpinista, hablando de sus ascensos a los ochomiles, decía que la subida al Everest fue para él única: cuando coronaron la cima se encontraron con que no había nadie en ella. Y contaba que era algo raro que se diera esta circunstancia, porque lo usual era que al llegar arriba te encontraras a uno o varios grupos.
Recordé esta anécdota cuando el sábado a primera hora emprendimos viaje a los Pirineos catalanes. Temí que, con cuatro días por delante, miles de madrileños hubieran decidido trotar por el Parque Natural de Aigues Tortes y disfrutar visitando minúsculas iglesias románicas como esta o esta otra, con sus pequeños cementerios pegados a ellas. Pero me equivoqué y no sólo esos parajes estaban tranquilos y nevados, sino que el tráfico por la autovía de Barcelona era fluido, y el tiempo ha sido espléndido.
Lo único que lamento es tener que contaros otra historia con final feliz, pero es lo que hay.