lunes, mayo 09, 2005




Las secuelas del accidente de coche en el que me estampé contra el parabrisas fueron las que menos me esperaba. Temí los primeros días que me quedaran cicatrices, que los párpados y los labios no volvieron a su lugar pero nada de eso ocurrió. En un par de meses estaba completamente restablecida y al no ser yo la conductora tampoco tuve que superar el miedo a coger el coche de nuevo. Nunca me ha gustado conducir y la cosa siguió igual tras el accidente.
El primer susto me lo llevé una tarde, casi un año después, en la que estaba dando un beso de esquimal a mi novio. Se echó para atrás de golpe y me dijo que le había pinchado. Me eché a reír y me llevé la mano a la nariz. Para mi sorpresa también yo sentí una punzada de un trozo de cristal que en su día debió quedar allí alojado y que ahora buscaba una salida. Meses después noté una pequeña protuberancia en la parte superior de la mejilla y al día siguiente ya se veía el brillo de una pequeña lasca que acababa de romper la piel. Consulté con el cirujano y me dijo que no me preocupara, que era normal que quedaran pequeños restos y que mi cara los iría expulsando poco a poco. Tardé casi cuatro años en librarme del último.
Y ahora acabo de leer que lo más de lo más cool es insertarse un chip en la mano, como se hace con las mascotas, para no tener que memorizar claves. Hombre, no sé a quién van a engañar pero conmigo que no cuenten. A ver quién me garantiza que el aparatito se va a estar quieto o, como mis cristales, no va a parar hasta salir a la superficie... o buscar acomodo donde mejor le parezca.