He sufrido al ver la fragilidad de Sánchez Ferlosio embarcado en la recogida de su premio Cervantes. Ese hombre siempre me ha gustado. Me conmovió que tan poco dado como es a dejarse ver tuviera el gesto de acudir al entierro de su ex mujer, Carmen Martín Gaite, y me ha emocionado ver que empezaba su discurso hablando de la única hija que tuvieron y que ambos perdieron con poco más de veinte años.
Y he entendido que haya declinado acudir al Círculo de Bellas Artes a abrir la lectura de El Quijote, porque como Ferlosio pienso que es una pantomima. Cuando les veo leer ufanos a unos y a otros me pregunto cuántos de ellos han disfrutado íntimamente con la lectura de ese texto, para cuántos en su vida ha habido un antes y un después desde que ese libro pasó por sus manos. Y me lo pregunto porque una lectora empedernida como la que suscribe ha tenido en sus manos ese libro en varias ocasiones y en otras tantas lo ha dejado para mejor ocasión. Ocasión que me temo no llegará nunca.