jueves, mayo 12, 2005




Hace años leí una novela espléndida y espeluznante, El diario de Edith. En ella Patricia Highsmith cuenta las miserias de una mujer inquieta a la que la vida le juega a la contra: su marido la abandona, su hijo es un tarambana sin futuro y ella asiste perpleja a ese derrumbe de sus sueños día a día. Para sobrevivir se inventa una vida paralela en la que su hijo tiene un comportamiento ejemplar, se casa y la llena de nietos a los que teje jerseicitos de lana. Y a medida que construye esa ficción tan rica en devenires, le parece más real que su vida diaria tan vacía de contenidos y tan miserable.
A mí ese personaje me resulta comprensible. Os confieso que si la vida que llevo no me satisfaciera no tendría ningún reparo en invertarme una existencia más interesante. Las cosas o se viven o se imagina uno que las vive, pero renunciar a ello es lo último.
Aunque reconozco que hay personas que atajan sus carencias de una forma más ingeniosa. Según leí hace unos días en El País en un pueblo de Andalucía una mujer anunció la venta de su casa y puso un enorme cartel de Se vende. Cuando alguien llamaba al timbre para interesarse, ella entreabría, agradecida. 'No, si no está en venta. Ese anuncio es la única manera que tengo de hacer que suba gente a darme conversación', les decía.