martes, mayo 24, 2005




El otro día leí algo muy curioso sobre los ascensores. No puedo recordar donde fue, aunque lo más probable es que lo narraran en una novelita divertida que acabé la semana pasada, porque el protagonista de la historia era el dueño de la empresa de ascensores Germán Montalvo.
Bien, pues sea donde sea que lo leyera, se decía que a esos aparatos se les puso de nombre ascensor porque en un principio sólo servían para ascender: para bajar se seguían utilizando las escaleras de toda la vida. Cuando la altura de los edificios se elevó y se generalizó su uso tanto de subida como de bajada a nadie se le ocurrió cambiarles el nombre y siguieron llamándose como en su origen.
Me hace gracia pensar que se hubiera organizado en su día con el tema del ascensor una polémica similar a la que vivimos estos días con el asunto del matrimonio gay. Digo yo que si se puede llamar ascensor a algo que asciende y desciende, por qué no se va a poder llamar matrimonio a un contrato civil entre dos partes aunque ninguna de ellas sea mujer.